Bajo el abismo de la razón gravita el peso de la decisión. Sólo el escéptico deja el cauce de este mar correr sus aguas intransitables, para disolverse en la pura desesperanza. Pues no puede comprender cómo el filósofo llega a decidir con la razón lo que sólo se puede decidir con la pasión. Ésta es la tragedia que recluye al escéptico en su filosofía sin pensamientos, siempre en la frontera, guardando un equilibrio cargado de inestabilidad.
El filósofo ingenuo que mira la realidad con los ojos de la pura razón elige inconsciente la ruta por la que su reflexión creerá estar hollando los pliegues más profundos de las cosas cuando no hace sino conformar un camino de cuento y fantasía, reproduciendo en él los anhelos tristes propios de la infancia.
La melancolía profunda del filósofo se revela en su insistencia sistemática; la construcción de grandes calabozos donde diseccionar los laberintos inextricables de la vida le convierten en el dueño permanente de un mundo hecho a su medida, en el que ya no es señor de ilusiones atrofiadas sino de grandes y enigmáticas verdades.
Lejano y quizás solitario, el escéptico mira con pesar esta paradoja de la realidad: la bifurcación de los caminos que llevan a la verdad evidente por sí misma y que forma el pilar de todo sistema no representa una disyunción definitiva, sino que presenta por igual dos vías sin formar, y por tanto, aún no decididas.
¿Cómo puede el filósofo optar por el término de una disyunción de esta clase? Desde luego, ya muy lejos de la razón pura; el escéptico sabe de hecho que entre los dos términos de la disyunción no existe una regla que permita acogerse a uno con plena integridad; muy al contrario, sabe que se trata de una cuestión de decisión.
¿Materialismo o idealismo? ¿ Trascendencia o inmanencia? ¿ Experiencia o innatismo? ¿ Emoción o reflexión? ¿Vitalismo o formalismo? ¿Realismo o nominalismo? Pero, ¿cómo y cuando toma el filósofo un camino? Y, ¿por qué? No se ha comprendido aún la naturaleza de la razón, que no puede concluir. Y ésta es la enseñanza asimismo de nuestra época: la incapacidad de la conclusión.
Vistas así las cosas, sólo cabe enfrentarse a los dualismos desde el puro escepticismo o bien rasgarlos. No someterse a los dualismos significa activar una nueva superficie del pensar, un nuevo horizonte donde quizás no nos veamos falsificados por una decisión irracional vestida de razón pura. Para evitar la larga errancia del escéptico, nuestros músculos mentales han de producir una nueva substancia, encontrar un camino que no se enfrente a sí mismo, como en la eterna bifurcación, la disyunción imposible cuya solución más razonable se halla lejos de la decisión.
2 comentarios:
Me gusta el concepto de este blog.
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