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lunes, enero 15, 2007

La cercana lejanía

Entre la idea de que el hombre se halla constituido en el lenguaje y la idea de que el lenguaje es en realidad una alienación o un distanciamiento entre dos experiencias en las que el fenómeno se ve gravemente modificado, me quedo con esta última. El hombre se constituye en el lenguaje, pero, ¿qué hombre? El profesor Rof Carballo dirá que el hombre es constituido en el amor, pero, ¿qué amor?

Protágoras había dicho que el hombre era la medida de todas las cosas. Se había entendido que éste era el origen del relativismo gnoseológico, en el sentido de que frente a un objeto dado, las percepciones eran distintas en cada hombre y por tanto se destruía la posibilidad de un criterio científico del conocimiento.
La cosa aparece de formas distintas, ésta era la tesis. Luego no se tenían sino diferentes percepciones de la cosa, con lo que el conocimiento de la cosa quedaba fuera del alcance del entendimiento.

El fenómeno del lenguaje nos revela sin embargo que quizás no exista una cosa frente a dos observadores, una cosa con distintos rasgos, sino dos cosas, que cada percepción acaso no sea una percepción referida a un objeto sino un objeto en sí misma. El lenguaje entonces no será el momento de constitución del hombre sino el momento de abstracción de la experiencia fenoménica en la que el hombre está inmerso.

Lo verdaderamente dado en la experiencia no se deja seducir por la aridez de las palabras; el mundo de la experiencia particular que conforma objetos y realidades particulares y únicas es el suelo de donde crece la intelectualización de la palabra; la palabra es una emergencia, una abstracción, un lugar común, y como lugar común, una limitación temporal de la particularidad, un límite a la misma.

En ese lugar común surge el fenómeno más extraño acaso que configure las relaciones humanas y no sólo humanas; la comunicación en general pone en relación dos mundos que por otra parte están en una lejanía inmensurable; el caso más conocido es el de la relación de un animal de compañía con su dueño; ambos viven mundos inmensurables que al mismo tiempo se relacionan mediante algún tipo de comunicación.
La relación lingüística entre los hombres es ese lugar en el que el hombre se halla más lejos de su semejante al mismo tiempo que más cerca; el lenguaje nos acerca pero nos aleja; no podemos superar nuestra cárcel fenoménica particular, pero sin embargo las palabras son capaces de modificarla.

Es difícil encontrar un ejemplo imaginable que explique esta relación comunicativa paradójica; se trata de la conversación de un ciego con otro ciego que, recluidos en planetas a miles de años luz de distancia, se hallan enfrentados como imágenes el uno al otro, modificándose en virtud de ese juego virtual. Los mundos de la vida cerrados por sus límites ontológicos particulares cobran la forma de una extraña apertura en la comunicación, abriéndose y tocándose en un límite sinuoso y paradójico.

La palabra, el afecto, el contacto, ponen de manifiesto la lejanía y la cercanía simultáneas de una estructura en forma de paradoja que atañe a los seres vivientes y sentientes; el lenguaje une en el tiempo y el espacio el infinito particular que se agota en sí mismo, o dicho de otra manera: funde en la oquedad de la palabra la distancia más lejana y la distancia más cercana entre dos cosas: lo más lejano y lo más cercano se dan cita mediante el acontecimiento comunicativo.

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