La pregunta en general ha sido el motivo originario por el que los hombres movieron su pensar. Apareció la pregunta y surgió la necesidad del pensamiento. Los hombres concluyeron que habiendo pregunta debía haber respuesta, e inventaron un trayecto posible hacia la respuesta al que nombraron Filosofía.
A la pregunta corresponde una respuesta, pues. Pero,¿y si no fuera así? ¿ Y si la pregunta es el límite de la realidad que se busca? La esencia de la pregunta es la manifestación de una lucha entre la conciencia humana y el ser, eso oscuro que habitamos como substancia con la que estamos entretejidos, aquello en lo que estamos implicados.
A la pregunta corresponde una respuesta, pues. Pero,¿y si no fuera así? ¿ Y si la pregunta es el límite de la realidad que se busca? La esencia de la pregunta es la manifestación de una lucha entre la conciencia humana y el ser, eso oscuro que habitamos como substancia con la que estamos entretejidos, aquello en lo que estamos implicados.
La pregunta por la implicación es continuamente reformulada por el pensamiento, de manera que todo intento de entender la implicación como inmutabilidad lleva sin duda al fracaso. La implicación no está aún decidida y nunca puede estarlo, pues su enigmaticidad es la condición de la vida.
La enigmaticidad es la pulsión propia de la implicación, que, como la Voluntad de Schopenhauer o el en sí de Sartre aparece como el motivo silencioso de las cosas con las que estamos inexplicable pero definitivamente entretejidos.
Esta enigmaticidad tiene el carácter empírico de falla o disociación, no como algo que posteriormente se hubiera fragmentado, sino como algo que pertenece propiamente a la implicación: la disociación es una verdadera falla ontológica en el interior del ser mismo, una discordancia o disonancia que “une” en la relación de distancia dos elementos que, en cuanto que son parte de esa relación en alejamiento, conservan como identidad su propia alienación.
Por último, esta falla, abismo o écart (Merleau-Ponty), no deja verse sino en la pura indeterminación, pues de continuo escapa al pensamiento y cada determinación que ofrece no deja aprehenderse por aquél. No es solo que el abismo impida la aprehensión, y por ello quede indeterminada la realidad a los ojos del pensar; también todo indica que la misma relación es una implicación cuya naturaleza es la indeterminación.
Parece que Sartre ha vislumbrado algo de esto, cuando intuye que quizás haya habido una falla en el seno de un plenum original que habría hecho aparecer la descomprensión del ser (la conciencia). Pero, ¿por qué una falla en el seno de un ser completo y pleno? ¿Por qué no más bien suponer una falla como origen y plenitud última? Una pregunta impenetrable al final del oscuro túnel al que lleva la pregunta originaria.
Tal es mi idea de lo Oscuro, que se halla repetida innumerables veces en la filosofía y la religión. El problema último con la religión y la filosofía es que tratan de unificar la falla (Platón) o presuponer un pleno tras ella (Schopenhauer), sin admitir que es lo único sobre lo que se tiene evidencia absoluta.
Reconozco que en mis delirios místicos también ardo en deseos de romper este abismo. Ahora bien, sospecho la respuesta de mi enemigo: “la razón de tu impulso trascendente evidencia eso mismo trascendente”. La pregunta, dice mi enemigo, sugiere una respuesta. Es que no ha comprendido, cegado por su dogmatismo cristiano, la necesidad de un abismo original, el pleno sentido de una brecha de la que manarían todas las cosas, la desproporción como naturaleza.
Y se marcha feliz, ajeno a todo, dando por supuesta en mí la creencia en algo trascendente, y vanagloriándose por la reafirmación exterior de su ego necio y anegado de ceguera.
La enigmaticidad es la pulsión propia de la implicación, que, como la Voluntad de Schopenhauer o el en sí de Sartre aparece como el motivo silencioso de las cosas con las que estamos inexplicable pero definitivamente entretejidos.
Esta enigmaticidad tiene el carácter empírico de falla o disociación, no como algo que posteriormente se hubiera fragmentado, sino como algo que pertenece propiamente a la implicación: la disociación es una verdadera falla ontológica en el interior del ser mismo, una discordancia o disonancia que “une” en la relación de distancia dos elementos que, en cuanto que son parte de esa relación en alejamiento, conservan como identidad su propia alienación.
Por último, esta falla, abismo o écart (Merleau-Ponty), no deja verse sino en la pura indeterminación, pues de continuo escapa al pensamiento y cada determinación que ofrece no deja aprehenderse por aquél. No es solo que el abismo impida la aprehensión, y por ello quede indeterminada la realidad a los ojos del pensar; también todo indica que la misma relación es una implicación cuya naturaleza es la indeterminación.
Parece que Sartre ha vislumbrado algo de esto, cuando intuye que quizás haya habido una falla en el seno de un plenum original que habría hecho aparecer la descomprensión del ser (la conciencia). Pero, ¿por qué una falla en el seno de un ser completo y pleno? ¿Por qué no más bien suponer una falla como origen y plenitud última? Una pregunta impenetrable al final del oscuro túnel al que lleva la pregunta originaria.
Tal es mi idea de lo Oscuro, que se halla repetida innumerables veces en la filosofía y la religión. El problema último con la religión y la filosofía es que tratan de unificar la falla (Platón) o presuponer un pleno tras ella (Schopenhauer), sin admitir que es lo único sobre lo que se tiene evidencia absoluta.
Reconozco que en mis delirios místicos también ardo en deseos de romper este abismo. Ahora bien, sospecho la respuesta de mi enemigo: “la razón de tu impulso trascendente evidencia eso mismo trascendente”. La pregunta, dice mi enemigo, sugiere una respuesta. Es que no ha comprendido, cegado por su dogmatismo cristiano, la necesidad de un abismo original, el pleno sentido de una brecha de la que manarían todas las cosas, la desproporción como naturaleza.
Y se marcha feliz, ajeno a todo, dando por supuesta en mí la creencia en algo trascendente, y vanagloriándose por la reafirmación exterior de su ego necio y anegado de ceguera.
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