El problema del dualismo metafísico se puede reducir a lo siguiente: si afirmo que la substancia sólo se puede conocer en el entendimiento mediante la abstracción pero al mismo tiempo afirmo que esta diferenciación sólo existe en el entendimiento mismo, (Aristóteles), dado que el conocimiento que se adquiere mediante la abstracción se reduce a esa diferenciación, podré concluir que el conocimiento de la substancia misma sólo existe en mi entendimiento, y, en definitiva, que la substancia misma existe sólo en él.
Pero entonces el entendimiento deja de ser el modo de conocer la cosa para devenir en el lugar en que se da otra cosa separada a su vez de la cosa misma; pues si el entendimiento quiere conocer la cosa, a fin de cuentas no podrá renunciar a ella en su mismidad; y he aquí reproducido el problema general del dualismo y de la relación entre ser y pensamiento.
El problema por tanto, es qué significa conocer una cosa; pues si el conocimiento de la cosa es otra cosa que la cosa misma, entonces deja de tener sentido la intención de conocer la cosa; pues conocer la cosa no puede separarse de la cosa en cuanto que cosa; con todo este trabalenguas nos hemos metido de profundidad en la tensión que caracteriza todo el pensar tradicional.
En efecto, si la esencia está separada de la cosa misma, el problema ya no es tanto justificar la particularidad o la universalidad, sino el estatuto de la cosa que se aprehende. Y si, para más inri, esa cosa sólo existe en el entendimiento, entonces no hemos aprendido nada, y el ejercicio de la filosofía es sólo regional; pero si es regional, en cuanto que sólo se da en una sección de la realidad, a saber, en nuestro entendimiento, ¿cómo entonces puede ser algo así como una esencia? Pues la substancia por excelencia, a saber, Dios mismo, no tiene lugar; y sería algo absurdo pretender que el ser de las cosas tuviera un lugar más restringido que las cosas mismas.
Esa es la necesidad originaria de romper con este esquema; o bien decidimos que la realidad en cuanto que realidad sólo es de un uso exclusivamente humano (idealismo), o bien tendremos que negar la capacidad del entendimiento para conocer cualquier cosa. La brecha se muestra insuperable, en cualquier caso. Conocer la esencia de algo es en definitiva despojar a ese algo de su especificidad; conocer además tendría que ser algo que estuviera más allá del entendimiento, que se sintiera, se padeciera, etc, es decir, que no se redujera a un lugar físico donde sucediese.
Por eso conocer, entendido en su más amplia expresión, no puede ser un ejercicio de comprensión; no se puede captar solo con el entendimiento; se tiene que captar con todo y en todo; no es un ejercicio de interiorización tanto como de exteriorización; la plenitud que confirma la validez del conocer se acerca de este modo a la mística, es cierto. La misma abstracción aristotélica nos indica ya su deficiencia; lo que se supone que es una captación de la esencia, ¿no es más bien un despojamiento de la esencia, una reducción de la cosa a constantes apresables?
La filosofía ha cargado con el muerto de esta separación durante mucho tiempo. El nuevo pensamiento se encuentra con este fallecimiento de la tradición, de forma que resulta muy difícil evitar el cadáver mirando hacia otro lado. La lógica tradicional nos instaló en unas vías tan perfectas como vacías e insustanciales, ya alejadas de la fragilidad inconsistente de la existencia. Hay que volver al fondo, al caos primigenio de donde una vez nos evadimos, renunciando a nuestra auténtica identidad por medio de un reflejo ideal en el espejo.
Empaparnos de la vida es entonces la única solución que no la pervierte, al simularla y al serla. Seguir desde ella sus movimientos significa emularla y no abstraer de ella su esqueleto; rehuir la forma para penetrar su contenido, que es quizás la manera en que más cerca podamos estar de su propia esencia.
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