La labor de la filosofía es tematizar continuamente aquello en lo que estamos implicados. Tal continuidad significa que la filosofía es un acto consciente, posterior, a diferencia de lo absolutamente anterior que es la experiencia no tematizable, aquel fango del que surge más tarde el pensamiento, la acción, la moral o el producto de la cultura.
Las diversas filosofías de la existencia, así como la fenomenología, han tratado de volver su mirada a ese fango primordial con el objeto de evitar la racionalización conceptual, que estaría en todo caso alejada de la experiencia misma y en cierta manera violaría su originalidad. El problema al que se enfrentan estas filosofías es el de cómo volver a ese origen desde el plano del discurso, pues queda claro que toda filosofía tiene la forma lógica de un discurso en cuya misma estructura queda determinada su función y posición posteriores.
De manera que una vez en el discurso, por muy sinuoso y deslizante que éste sea, nos hallamos ya inmersos en una red ontológica con vida propia que sabe muy bien distanciarse de aquello que se supone objeto suyo, sea la vida, el devenir, los fenómenos o el ser. Esa distancia puede ser de algún modo afirmada o negada por el filósofo, pero en su imitación no dejará nunca de pertenecer al dominio ontológico en el que está impreso. Mientras permanezca en el nivel del discurso, la distancia con la cosa no podrá ser jamás abolida.
Pero no es solamente el discurso filosófico el que fuerza una distancia que nos aliena con respecto de la experiencia misma. Como ya sabemos, el lenguaje se caracteriza por su naturaleza alienadora, de manera que ya la entrada del lenguaje significa un abandono de la experiencia originaria, una alienación, que Lacan llegará a denominar “el muro del lenguaje”, y que “servirá tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo”. De manera que incluso aquello que consideramos el espacio de la comunicación y de constitución de nuestro psiquismo es a la vez un lugar nuevo y diferente, un espacio único en su particularidad desde el que la experiencia originaria se puede tomar ya como objeto, ya como lugar inalcanzable.
Todo pensamiento centrado en el origen, sea del tipo que sea, remite a esta problemática. El proceso del pensar de Heidegger en el que el pensamiento se ha pervertido al anular la diferencia ontológica partiría de un pensamiento en que las diferencias entre lo verdadero y lo falso como las conocemos en la actualidad estarían veladas en una forma de pensar más originaria, que podríamos rastrear ya en los filósofos presocráticos, y que se disolvería definitivamente con Platón. La necesidad de Husserl del retorno a las cosas mismas exige una reducción fenomenológica que pone entre paréntesis el mundo natural para centrarse en los fenómenos, en cualquier caso, un método artificial que nos comunique con el proceso originario.
Esta nostalgia por el origen es también el centro de toda la doctrina psicoanalítica, que comprende el desarrollo del psiquismo no como un árbol autónomamente desarrollado, sino como una mera raíz aún anclada a un tronco en común. En conjunto, este es el pensamiento que se ha levantado de forma violenta contra la Ilustración. La salida de la minoría de edad kantiana se revela un proceso sumamente ingenuo y a la vez imposible. La alienación se halla en el lenguaje, en el discurso, en el pensamiento. Pero a su vez se centra o se nivela en relación a un origen, a una infancia que en su diferencia permite comprender la perversión del pensamiento racional.
Tampoco la poesía está libre de ese dominio que caracteriza todas las formas del pensar. Aún cuando trate de apresar aquella experiencia originaria, la poesía se ve en la dificultad de re-crearse continuamente a sí misma, de erigir como finalidad la voluntad del no-acabamiento. Ese motor es el motor de la cultura y del pensamiento. La filosofía es por ello el lugar en el que somos capaces de iluminarnos a nosotros mismos, al precio de recomponer continuamente sus posibles escenarios. Se trata de un reconstruir que por su natural incapacidad de apresar lo que tematiza se ve obligado a errar indefinidamente.
Lo hermoso de esta experiencia no es pues el objeto en sí, sino la propia evidencia de la actividad humana, en lucha con sus obstáculos. Se trata de un Sísifo eterno que no siempre tiene que tratar con la misma piedra, sino que, como en la música y en la poesía, puede reconstruir imparcialmente el mundo originario en un nuevo mundo lleno de poder y de valor.
3 comentarios:
Ese fango del que hablas como inmediatez que torpemente persigue la filosofía que se ve contrariada en el discurso, es la objeción del neokantismo a la fenomenología: la pretendida distorsión de lo inmediato por el discurso mediado. Por lo menos, la crítica de Natorp a la fenomenología. Veo, por ello, resabios de neokantismo por todas partes en tu texto.
El origen, por otra parte, no es lo que se encontraría en un pasado inmemorial por volver a reactivar. Al menos no es así en la fenomenología (siempre parangonada con un chato romanticismo, desde las opiniones de Adorno que parecen aún hoy un embrujo y hasta una suerte de sentido común sobre la fenomenología). Para ello está el apéndice de 'Krisis der europäischen Wissenschaften' de Husserl ('El origen de la geometría') acerca del que incluso salió el primer libro de Derrida (texto excelente, por cierto). El origen es lo que está al principio, la intro-ducción, pero no al principio de los tiempos. El origen está aquí, en este mismo momento.
Tu texto es provocador.
Saludos.
Estoy de acuerdo en cuanto a esa concepción del origen, es decir, en cuanto a un origen inmanente y no temporal. Pero una vez admitido esto, sigo vislumbrando una especie de nostalgia de un pensamiento quizás perdido, quizás nunca dicho (Ungesachte) en muchos de los planteamientos de la filosofia contemporanea. Lo único que sucede es que yo no considero vilipendiable la crítica a esa supuesta nostalgia, entendiendo que tú desde luego no la ves; es posible que no exista y tan solo sea un mal diagnóstico. En cualquier caso, gracias por tu comentario y releeré el apéndice de la Crisis de las ciencias europeas. Saludos.
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