Que la continua creación de nuestra vida en la forma de una idea de conexión causal o de destino, es decir, en la forma de un relato, una fábula, sea en definitiva lo único posible en relación con ella, significa al mismo tiempo que ella misma no puede existir sino en ese tejido posterior que aparece como fábula.
Pero si este es el caso, entonces no podemos hablar de una vida originaria o primigenia, que sería anterior al discurso mitológico. De cualquier manera, el mito aquí es la única forma posible de expresión de esa vida, pero si seguimos hablando de fábula o de mito tendremos que considerar la existencia en cierto sentido inaprensible de un fondo originario del cual el relato es una superposición artificial. De hecho, la consideración del relato o de la ficción por oposición al relato de justificación universal supone que todo relato es igualmente válido, en el mismo sentido en que es arbitrario y al mismo tiempo una ficción.
¿Ficción con respecto de qué? Hay que comprender que en el momento en que hablamos de ficción estamos haciendo alusión a una verdad más plena que queda en todo caso detrás de la expresión humana. Y hemos aprendido hasta ahora que no hay desde el lenguaje discurso que penetre tal esencia. Nietzsche ha insistido en la naturaleza retórica del lenguaje. Ahora bien, si existe un lenguaje fisiológico que precediera a la configuración del mito, un mundo primordial como intuyen Husserl o Merleau-Ponty, entonces la interpretación no se agota en su propia estructura, no es en absoluto circular, sino que está en contacto con el mundo previo inaccesible para el lenguaje y la lógica.
Aceptar el mito como la única configuración plausible de expresión humana que esté relacionada con la matriz causante de tal expresión es por tanto aceptarlo no como mito, sino como discurso legítimo más allá de las exigencias de fundamentación, que estarían dominadas por un deseo ilegítimo de fundar racionalmente lo que aparentemente se considera al margen de la razón. El mito, la ficción, la fábula son entonces el lugar primero al que accede la conciencia y el último por el que ésta se diluye. El otro lugar es inaccesible, y por ser la experiencia primordial no puede a su vez ser la expresión de esa experiencia.
Esta existencia supuesta de un mundo primordial tiene todos los caracteres de lo santo y lo sagrado, más allá del origen traumático del mito. Lo desconocido como enigma configura también el fondo abismal de todo pensamiento poético. El poeta penetra en un mundo continuamente abierto en el que como aparato regulador se encuentra al fondo el amplio mar de lo desconocido, el universo del interrogante. El interrogante es aquello cuya respuesta solucionaría nuestra relación con el mundo primordial.
Por eso la expresión poética no debe entenderse como una metáfora más, dado el hecho de que no es posible hallar una expresión de la vida humana que no sea metafórica. Por la misma razón, no todo relato ni todo mito valen como interpretación plausible de la experiencia, pues esa tolerancia hacia la validez de cualquier mitificación sólo es posible suponiendo que el relato fuera siempre autorreferencial, cerrado en sí mismo, donde no existiera la experiencia primordial.
Han de conjugarse, por tanto, estas dos exigencias. Por un lado, admitir la existencia de un mundo primordial sin el cual toda experiencia de interpretación sería imposible, al tiempo que admitimos la imposibilidad de alcanzarla a ella misma en su seno. Ahora bien, precisamente porque es inalcanzable, toda expresión de la experiencia es en sí misma hermenéutica, y en cuanto que fábula o interpretación como el único discurso que se puede construir, dejan de ser tales fábulas y tales mitos. Aceptar que el mito es la forma primordial del pensamiento no es desprestigiar necesariamente la razón, sino entender que su forma más originaria es la mitológica.
En cuanto forma originaria podemos aceptar el mito como la expresión poética por excelencia. El mito es más originario y más fidedigno también por estar más cerca de la experiencia primordial, y por ello, más cerca del enigma. Como dice Blumenberg, y más allá de cualquier concepto romántico, la mitología sería “la autonomía primeriza de una libertad esencial para el hombre”, o, como diría Schlegel, “la floración primera de la joven fantasía”.
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