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jueves, marzo 08, 2007

Apunte sobre la naturaleza humana y Dios

Es preciso insistir en el malestar ontológico que se origina con la introducción del concepto de Dios, con la posibilidad de su existencia; el sentido no viene dado por Dios, más aún, se arrebata a la vida su no coincidencia originaria, su caldo infinito de misterio, sus más fantásticas posibilidades, con la introducción de un sentido creado en el que el hombre no puede utilizar su libertad sino como medio de reconocer la supremacía de su creador.

Y de la misma manera como damos por natural todo lo relacionado con lo que completa al hombre y lo sitúa en su estadio propio, también se nos hace incomprensible el hecho de que tal esencia estuviera alejada de él de manera que pudiera ser posible siquiera que un solo hombre en el transcurso de su vida no hubiera comprendido con mediana lucidez que es aquello que le faltaba para alcanzar la completitud, pues en la medida en que aquello debe ser vinculante al hombre, y en la medida en que la vida misma también lo es, ambas necesidades no pueden quedar escindidas; debe admitirse que si existe una naturaleza humana en la que sólo una serie de hechos son verdaderos, por oposición a todos los demás, no puede ésta hallarse en los recovecos más extravagantes con los que el pensamiento del hombre ha lidiado, a saber, Dios y la teología. La insoportable presencia de Dios, su áurea perfección que nos señala como seres inferiores a él, la íntima imposibilidad entre la necesidad de la libertad y la de completar tal supuesta naturaleza, haría de la existencia misma un monstruoso campo de experimentos en los que un ser asimismo monstruoso habría llenado de incompatibilidades naturales cada hueco de la vida, cada eslabón con sentido, siendo él solo un artífice que el pensamiento de la libertad no podría soportar, no querría soportar.

Lo que se hace en realidad es despojar la vertiente más fructífera del hombre que quiere ser filósofo, esto es, la libertad intelectual de poder considerar la existencia en toda su profundidad, (lo cual conlleva, sin lugar a dudas una actitud moral, una auténtica moral, que ya no necesita de reglas porque se sabe gratuita y no forzada), de utilizar el armamento de la razón y la lucidez ambigua de la sensibilidad para poder habitar distintos mundos dentro de este mundo, para en definitiva, enriquecerse en el mundo. La propia exigencia del hombre, esto es, lo que le reclama la vida al hombre en cuanto autenticidad apropiable es la idea infinita de enriquecimiento, de capacidad de ampliar sucesivamente el pensamiento a medida que el organismo crece en su propia fisiología, esto es, la aceptación de que el pensamiento es en el hombre correlato de su corporalidad y que, sin agotar ésta a aquel, ambos se crecen en cuanto potencialidades que pertenecen al enriquecimiento propio del hombre.

Es preciso para ello catapultar la idea de Dios y de destino, la idea de pertenecer de pronto a un relato construido a priori y en el que la imaginación humana queda despojada de su crecimiento, rendida a un plan prefijado y a un sistema cerrado y coherente, en el que su pensamiento coincide con la realidad no porque aquel haya tenido la facultad de crearla o llegar a ella mediante su propio impulso, que es lo que caracterizaría la verdadera libertad, sino simplemente porque ya estaba dado de antemano que existía un único eslabón en el que la razón tendría que reconocerse, admitiendo la pluralidad o el infinito como falsos caminos que sin embargo, tienen su existencia propia , lo cual nos lleva a la paradoja de que también Dios habría creado tal falsedad, en cuanto que si la verdad venía de antemano prefijada en la estructura racional como encuentro insoslayable, a su vez también debía estar prefijado el camino de la falsedad, lo que convierte de pronto a Dios en el creador de una y otra cosa, de la verdad, y de la capacidad de la búsqueda hacia lo falso… de la misma falsedad.

Es necesario y es urgente, dilapidar la conciencia moral que funciona mediante reglas universales y apriorísticas y externas a la propia investigación del existente en cuanto que existente, del hombre finito que doblega su voluntad y explota su libertad hasta el límite de sus posibilidades. Urgente romper automáticamente con estos discursos que extravían la razón ( o someterlos con ella misma, para demostrar que se puede utilizar contra la existencia de Dios el mismo recurso que el supuesto Dios nos habría donado); es más: romper con la exigencia de una moral que emerge como temor profundo hacia una divinidad terrorífica, ( todo aquel ente que amenaza la libertad del hombre es terrorífico), para alcanzar un estado de mediana felicidad, para saberse no responsable ante nadie excepto frente a uno mismo, y aún con ello exigir la demostración de esta responsabilidad… el sentido no puede quedar en manos de un destino, en el que nuestra libertad está sellada ya desde el principio, y más aún, nuestra capacidad de disfrute de las cosas, de no saberse ligado a nada y por ello mismo estar ligado a todo de una forma mucho más sincera, a saber, la que nace de lo gratuito, propia sólo del sabio y del verdadero hombre…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola:

Somos la asociación de estudiantes de filosofía de la Universidad de Costa Rica, y hemos agregado este blog a nuestra sección de "blogosfera filosófica".

Saludos.

Anónimo dijo...

David:
Si esa es la idea que tienes de Dios, entonces no me extraña que digas lo que dices. Dios no va contra la libertad ¿sabes?. De todas formas hoy es un día triste, no será precisamente de Dios de dónde proceda el ataque hacia la libertad de Jon Sobrino (teólogo de la liberación y de la misericordia) el próximo 15 de marzo.
Un cordial, aunque triste saludo.

Anónimo dijo...

¿A quién le importa tener una idea de Dios? A un creyente (en la teoría). A un creyente común que cree que puede librarse de una objeción con una tesis como "Dios no se opone a la libertad" y que instará a tener otra concepción.

Quien no ha sido tocado realmente por Dios, siempre habla demasiado, en tesis, de Dios. El místico calla.

Anónimo dijo...

En todos los sitios existen inquisidores. Tienes las obras de Santa teresa y de San Juán de la Cruz, por ejemplo. ¿Ellos callaron?, aunque la Inquisición sí les quiso hacer callar.
No amigo, quién tiene experiencia de Dios, no puede evitar el proclamarlo de una manera u otra, mediante palabra o mediante acto, y de las dos maneras a la vez.
Y, ademas, ¿librarse de la objeción de otro?, cada cuál se tendrá que librar de las suyas propias.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Ellos callaron, por supuesto. Callaron en lo que no callan las instituciones que representan supuestamente a Dios: las iglesias.