Sin duda, si algo hay que agradecer a los estoicos no es su física ni su teoría del conocimiento, sino su ética, su capacidad de enfrentarse a todo aquello que puede producir sufrimiento en la vida mediante una actitud que en su paciencia y serenidad llega incluso a eso que sólo habríamos concedido a los propios héroes. Pues tan sobrehumana es la actitud de los estoicos como sobrehumano el arrojamiento y valentía de los genios militares.
Los griegos ya tenían, sin duda, una actitud de desprecio ante las pasiones. La apatheía era fundamental en la vida de los griegos, que centraban el valor en el logos y en la razón. Como ejemplo, fue proverbial la serenidad de Pericles ante la muerte de sus hijos. Epicuro desprecia la muerte y las pasiones desenfrenadas como medio de alcanzar la serenidad del alma (ataraxia). Todas estas enseñanzas no son una especie de huida para afrontar la realidad. Más bien parecen constituir una auténtica pedagogía del sufrimiento.
El temor, el miedo, quizás sea el sufrimiento más insoportable de todos. El miedo tiene además el añadido de que está coronado por una especie de incertidumbre insufrible. El dolor, sin embargo, es actual, es decir, está ya realizado, y de algún modo es preferible al miedo o al temor que desconoce lo que va a suceder.
Como ya se ha señalado en múltiples lugares, el hombre solamente es capaz de valorar óptimamente su vida en función o en relación con una carencia proporcional a su posesión. Esto, aparentemente irrelevante, es sin embargo fundamental. La valoración de la existencia debería incluir la posibilidad de su pérdida. Aunque esto sea imposible de lograr en principio, una vida equilibrada en ese sentido es capaz de hacer frente a las tragedias más grandes que puedan acaecer, y ello sólo es posible teniendo en suficiente estima la existencia, es decir, infravalorando la existencia, que al fin y al cabo, es aquel juicio que da un valor aproximativo a la vida. Por que solo mediante ese reajuste la pérdida no será tan grave y podremos llevar las penas con una mayor ligereza.
La situación actual de nuestra vida puede ser ciertamente penosa, y ciertamente será menos penosa comparada con otra aún más penosa. Pero sólo un largo tiempo en esa situación más penosa nos hará comprender lo que perdimos, y también sólo por un corto espacio de tiempo. La situación actual, aquella en la que nos vemos invadidos, termina por cerrar su propio horizonte y cualquier comparación resultaría espuria.
Ese es el motivo de que exista dolor tanto en aquellas existencias que consideramos sublimes y perfectas, como en aquellas que consideramos las más miserables de todas. Es más, no es posible determinar con justeza dónde existe más dolor. Dado que cada vida produce un horizonte que está cerrado a las valoraciones, no queda más remedio que romper el cauce habitual de la vida para establecer una diferente valoración. Pero no es que con ello el hombre haya aprendido. Es, simplemente, que se le ha presentado con total claridad una diferencia proporcional que ilumina con luz nueva, (pero cuidado, no por ello más verdadera), un nuevo aspecto de su existencia. No existen existencias mejores ni peores ni valoraciones más ajustadas. En ese sentido, sólo existen horizontes que cada uno se ve obligado a liderar, desde su razón y su justicia particulares.
Ninguna ética puede librar al hombre individual de sus cargas, de sus responsabilidades, de sus decisiones. Al final, él se halla sólo, él y su valentía o cobardía, su entereza o su frivolidad. Pero también puede utilizar ese relativismo propio del valor de la existencia para menguar sus penas y sobrellevarlas. No se trata solamente de un artificio falso, pues en cualquier caso, nuestra vida, por muy maravillosa que sea, siempre será menos valiosa que una existencia imaginada en la que las carencias actuales que tenemos no existieran. Desde esa óptica, podemos llegar a una conclusión media en la que comprendamos la futilidad de la vida, lo maravillosamente absurdo de todo y por tanto, quedemos al menos justificados en nuestras decisiones frente al mundo entero. Una óptica en la que el sufrimiento se vea un tanto relegado, en la que tengamos fuerzas suficientes para derrotarlo.
De ese modo podremos irnos también triunfantes gritando el absurdo de un mundo cargado de injusticias y de penas. Nadie podrá vencernos en ese juicio, pues nadie puede sustituir nuestra conciencia de lo justo en nuestras cabezas, esa conciencia con la que podremos siempre replicar a un mundo absurdo su falta y carencia fundamentales, su locura, su negligencia. Quizás no sea ésta una gran despedida. No existen grandes despedidas estoicas, sino sólo silencios llenos de meditación y reflexión. Un silencio y una acción que tomar con todas las consecuencias. Eso es la ética, la acción en la que, como el poeta con la obra de arte, el hombre se funde, uno y todo, hacia la última y más importante decisión de su existencia.
1 comentario:
Con el sufrimiento del hombre se han creado los poemas más sublimes, las canciones más hermosas y las obras más grandes. Todo sufrimiento en la vida implica grandeza, majestuosidad y educación; recuerdo que Sócrates iba descalzo aun el hielo y en la nieve solo para fortalecer su carácter.
Pienso que el sufrimiento inspira, edifica y fortalece el carácter, quién ha sufrido, tiene una historia interesante que contar…
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