Todo lo contrario, después de Nietzsche nos vemos obligados a movernos en un espacio ambiguo cuyo horizonte está representado por una nueva y más humana visión de las capacidades de la inteligencia y del mundo, un acercamiento a la contingencia cuyo peligro y posibilidad viene dado por la oscilación entre el acontecimiento y la palabra, entre el fenómeno y la expresión.
Que nosotros, nietos del pensamiento occidental, querámoslo o no, renunciemos a este viraje en la historia de Europa o que lo aceptemos, no cambiará nuestra fortuna. Hacerse responsable de un estado de cosas al que podemos mirar atentamente o de forma cínica rebelarnos hacia él en el olvido, no nos librará de su dominio dialéctico.
lunes, marzo 26, 2007
El eco silencioso
En el fondo de todo comportamiento autodestructivo hay la urgencia de una solución definitiva que ampare la racionalidad de la esperanza. El nihilismo no puede ser, desde este punto de vista, sino el reto que se enfrenta con el abismo como grito de auxilio en las profundidades del silencio. En ese grito la metafísica tradicional y los fundamentos racionales de la civilización sólo producen un eco que el desesperado ya no puede asumir como posible solución.
La solución ahora no puede tener la forma de un fundamento porque el mismo fundamento ha negado una solución adecuada a la queja del sujeto. El hombre en el momento de su máxima desolación ha comprendido que la decadencia que le inunda no está en él sino en el mundo que lo ha fundado. La mirada abismática no es por esto una defensa de postulados bien fundamentados, tanto como un grito o una petición hacia quien fue Dios, fundador o Ley y que ahora yace muerto en las espesuras de un bosque abandonado.
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