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sábado, marzo 24, 2007

Diálogo en el manicomio

"-¿Quién eres?

-Un simple peregrino, como tú.

-Me engañas. Ningún peregrino habla como tú.

-Los caminos del hombre son extraños. Sus huellas ocultan la agonía de una eterna confusión.

-¿Eres un sabio?

-Todos estos extranjeros, incluido tú, amigo, somos sabios, quizás reyes, príncipes o semidioses. Pero dime, ¿qué pueden importar estas categorías, una vez estamos fuera de los juegos de los hombres? Los grandes jugadores de ajedrez han sido desterrados porque eran grandes.

-¿Y por qué estamos aquí, según tú?

- En nuestro mundo algunos pequeños hombres pero con buenos corazones decidieron recluirnos aquí hasta que ellos mismos pudieran ser capaces de aceptar inteligencias destinadas a un mundo que les abismaba.

- Entonces el hombre mismo habita en la confusión.

-Fíjate en sus lenguajes. El temor avanza en el cielo de sus pensamientos. Los hombres no saben hablar, sólo balbucean, murmuran. Eso sólo puede suceder porque no han llegado aún a pensar.

-¿Qué es pensar?

-Haces preguntas difíciles, amigo. Tales preocupaciones han sido las que han hundido al hombre. Trágico destino, este del dios arrojado a la tierra. Lucifer ,el padre de los hombres, un día maldito escupió a Dios. Por eso dice el texto sagrado que habita la tierra moribunda. Pero ¿Cuál es el destino de Lucifer? El fuego eterno, la desolación. O fíjate en su hermano Prometeo. La pregunta abrió el seno del hombre y lo condenó a la eterna expiración. Sólo el sufrimiento es eterno, amigo. La experiencia que el hombre tiene de lo sagrado se reduce a la muerte y al dolor.

-Trágica especie.

-Y afortunados quienes hemos sido levantados en manos de los dioses, aquí en un templo blanco, rodeado de manzanos y avellanos, cerca del grandioso mar que habla signos infinitos. Sólo desde aquí se muestra la profundidad del universo en su más elevada perfección.

- Somos los supervivientes del hombre.

-¿Acaso no has escuchado tú las voces de los dioses?

-Sí, desde luego. Pero el hombre me negó su divina procedencia.

-Porque tiene miedo y no puede aceptar verdades tan potentes. El hombre es un animal débil, ya lo sabes. Si dudara un segundo más, dejaría de ser hombre para ser como nosotros. Entonces se acercaría al abismo y una vez sumergido en él entendería lo maravillosos que son sus valles amarillos, sus costas blancas y profundas. Y también sabría escuchar al dios en el pájaro, entender la señal del cielo y caminar al revés. Pero el hombre está cargado de temor.

- Ah, dichoso aquel que sabe hacerlo todo al revés.

-Sí, dichoso. Conozco a alguno de estos grandes hombres. Son arquetipos del universo, apenas semejantes a nada que conozcamos; se funden en fuerzas extraordinarias, crujen como la lana fría en el invierno, y a veces murmuran en la boca del ganado. Sí, ¡alabados sean! Grandes espíritus que surcaron las lomas anchas de los cielos. Esos hombres no saben lo que dicen, sino que existen lo que dicen.

-¿Qué lenguaje hablan los hombres?

-Ah, tú bien lo sabes, amigo. No un lenguaje, sino muchos. Legión es el nombre del demonio en el texto de la Biblia. El hombre está loco, querido amigo. Nace idéntico a su semejante y a causa de sus lenguajes diferentes se dispersa. Tras la dispersión viene la diferencia, la guerra, la destrucción. Ah, Babel, prostituta de los hombres. Cierto es que el universo habla sólo un lenguaje. Todos los que, vagabundos entre murallas blancas arrastramos nuestro cuerpo, hablamos un lenguaje con miles de alfabetos. ¿O no se entienden la oruga y el grillo, el copo y la mies, aún en sus músicas lejanas? También yo me entiendo con las cosas; sólo el hombre me repugna, al tiempo que siento su penuria. Pues que yo fui un hombre, en su día.

-¿Qué somos, pues, nosotros?

-¿Y aún preguntas? ¿Qué más podemos ser? Estamos libres del lenguaje, de los nombres, de la lógica. Vagamos un mundo idéntico en su pluralidad sin fin. Sólo nosotros, amigo, podemos vivir de este modo sin rompernos en pedazos. Un hombre no podría. Y dime, ¿aún dudas de la gracia que nos ha sido concedida?"

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