Amigo misósofo, queridísimo amigo, siento darte esta noticia: nada te llegará de la vida auténtica que no se reproduzca en el grisáceo escenario de tu entendimiento. Has entendido bien: la verdadera cosa en sí kantiana no es la idea más abstracta posible, ni un entendimiento superior a todo lo concebible por la inteligencia, sino la vida, y más aún, la vida producida por el principium individuationis.
Ésa es la vida del otro, del que, escapando al escenario de nuestro entendimiento, muere en la lejanía sólo aprehensible por la imaginación poética, restringida a su particular ámbito de fenómenos. Y ahora comprendes con exactitud que has de hacer de la morada del pensamiento en la que habitas un lugar acogedor donde puedas existir, sobrevivir. La vida necesita por tanto de un cuidado por parte del pensamiento.
La desgracia del principio de individuación conlleva al mismo tiempo la desgracia de la responsabilidad. ¿Cómo escaparemos a la comprensión si nuestra vida está en juego en ella? Y, ¿qué es nuestra vida? No se puede entender sin recurrir a la misma comprensión.
La comprensión señala la vida dentro de su ámbito. La comprensión acoge a la vida dentro de su casa. No existe vida fuera de ella porque la responsabilidad de nosotros mismos ha entrado con la llegada de la existencia de cada uno. Y llegará a evidenciarse en las situaciones límite o bien al final de nuestras vidas, cuando el alma nos exija una visión de fondo, una última imagen que haga de representación coherente como hilo de la existencia.
Quisiera olvidarme absolutamente de mi vida, quisiera no ser quién soy. ¿Por qué, dado un mundo tan abarcador, plural, múltiple y extenso, he de ser precisamente éste que soy siempre? Quisiera no pensar la vida en términos que tengan que ver con mi vida. Y abrazarla como algo único e independiente de mí, no como algo indisoluble a mí.
Elogiable intención, amigo misósofo, y yo estoy contigo. Y si se puede hacer algo para trascender nuestra individuación particular, yo me uniré contigo para conseguirlo. ¿No resuenan en estas proclamaciones nuestras el grito de Hölderlin y de Plotino? ¿No es acaso Dios mismo la solución al problema de la individuación, en cuanto Dios absoluto del cual la naturaleza es su manifestación? ¿No querían los místicos en realidad huir de sí mismos, para refugiarse en el verdadero ser? ¿No querían acaso huir de su pensamiento?
Quiero creer en los éxtasis místicos pero no puedo creer. Sólo me queda una cosa por hacer: tratar de construir un lugar donde mi vida pueda desarrollarse. Y ése lugar no es otro que el entendimiento, en cualquier variedad suya. No pensemos más esto, a riesgo de claustrofobia. Tratemos de dar cobijo a esa vida divina de la que no podemos conseguir su esencia sino a través de los nublosos espejos de la comprensión.
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