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jueves, diciembre 28, 2006

Esa mal llamada libertad


Una aureola de benignidad ha acompañado a lo largo de los tiempos el concepto de libertad. Un acto de compasión y benevolencia con una idea que muchos han llegado no solo a suscribir teóricamente, sino a convertir en lema y pancarta de sus reivindicaciones. Por todos lados se exige “libertad” y se habla de la libertad como una de las máximas virtudes del hombre. “Somos libres” para hacer lo que queramos y por tanto es humano el “ejercicio propio de la libertad”, junto con la responsabilidad que lo acompaña, naturalmente.

Parece que nadie recuerda que fue la libertad la que nos trajo la desgracia según el relato cristiano del Génesis; todo habría ido tanto mejor si se nos hubiese construido como autómatas destinados inexorablemente a la felicidad en lugar de seres deliberativos que se enfrentan a un mundo contingente y caótico.

Según Aubenque, éste habría sido el verdadero punto de vista de Aristóteles en torno a su famoso concepto de phrónesis. El prudente, dice Aubenque, siguiendo en su interpretación del Estagirita, es aquel que teniendo capacidad para deliberar elige lo menos malo; la deliberación es aquel razonamiento que conlleva una decisión sujeta a error, en un mundo en el que no hay una ciencia (theoria), de los asuntos humanos, sino sólamente opinión (doxa).

Desde la perspectiva aristotélica, sólo los dioses están privados de deliberación. Sólamente en un mundo en el que los asuntos en los que el hombre se halla inmerso no existe una regla científica que nos asegure el éxito, en un mundo, en definitiva, sujeto a la contingencia, cobra sentido la deliberación.
Es otra forma de hablar de la libertad. Tampoco serían libres, es decir, no ejercitarían su libertad, los dioses de un mundo inmutable y regido por leyes científicas.

De manera que, para resumir, Aristóteles liga el razonamiento prudente, que proviene del ejercicio de la libertad, con las condiciones de un mundo difícil en su propio cambio y contingencia. La libertad ya no aparece aquí como virtud inexpugnable, sino más bien como la consecuencia de la estructura propia del mundo, que arroja al hombre a una situación perpetua de inestabilidad.

No se puede comprender la libertad sin esta contingencia. Sartre y Kierkegaard han vuelto a ennegrecer el mundo bello de la libertad. El teólogo danés afirmaba que “la angustia es la posibilidad de la libertad”. El irracionalismo posterior que termina con los males del siglo XX comienza aquí a bullir de la mano de Carl Schmitt, Sartre, Kierkegaard o Schleiermacher. El mundo es ahora el lugar donde hay que actuar con determinación, con rapidez: la eficacia de la decisión sustituye el contenido de la decisión. El hombre es un sujeto decididor: tanto para servir a la Patria como para ser un buen cristiano se precisa un salto, el salto propio de la decisión, que no sabe de lentos y razonados argumentos. La libertad es, pues, el corolario profundo de los más fervorosos irracionalismos.

En efecto, la condenación a la libertad no es la condenación a algo así como la ventaja de poder elegir conscientemente lo que queremos o lo que no deseamos; la condenación a la libertad es, por el contrario, la condenación a tener que decidir pese a que estemos frente a una decisión ciega; la obligación continua de poner en manos de la posibilidad el fracaso y el éxito de nuestras existencias; estar en la libertad es, más bien, estar en una situación continua de apertura, de la que irracionalmente mana una responsabilidad inherente a tal situación, como si acaso pudiésemos hacernos cargo con completa consciencia de ella.

La situación de apertura del mundo no dice, evidentemente, nada malo de ello; pero tampoco nada bueno. Y es más que probable que la incertidumbre despierte menos pasiones y adhesiones que la idea de un mundo en el que pudiéramos ejercer algo así como una facultad de la cual el intelecto sería su faro sabio en el centro de la tormenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No tiene razón de ser que escribas con mayúsculas la nacionalidad de Aristóteles. No tiene razón de ser que polemices de estos temas cuando a lo mejor te han pegado un sidazo.