
La falta de una evidencia ante la conciencia del alter ego (Husserl), es la causa inmediata de la responsabilidad en la singularidad. El órdago que nos lanza el nihilismo, no ése que niega la vida (Nietzsche), cuya cumbre sería representada por el cristianismo y el positivismo científico, sino aquel entendido como suspensión momentánea de todos los sentidos no es otra cosa que una manera directa de representar esta relación, una provocación al reconocimiento implícito en todas las relaciones humanas que no puede lidiarse con éticas de tipo general. Dicho de otra forma, lo que nos propone ese nihilismo así entendido es el reconocimiento de nuestra singularidad frente al absoluto, de la misma manera como lo representa Kierkegaard en su Abraham; la ruptura de los sentidos conduce a un temor en el que se reverencia la presencia misma de lo absoluto, sin máscaras. En el fondo de todas nuestras acciones, sin embargo, eso es lo propiamente representativo. Por ello no se debe considerar como una excepcionalidad.
En realidad, es en la vida cotidiana donde esa confrontación se hace específica y legítima. No es en los discursos filosóficos, etc, donde podríamos ver mejor esa representación. Por el contrario, se puede hablar de una suspensión ética allí donde se juegan los valores más auténticos de la vida, o por usar otra expresión, los más valiosos. Es en el amor, en las relaciones más humanas, donde ninguna máscara ética o filosófica puede hacernos renunciar a nuestra responsabilidad para con el otro. Sólo ahí es donde se percibe la insuficiencia de las doctrinas filosóficas. Sólo ahí se descubre la imposibilidad de la ocultación, del escamoteo frente a la responsabilidad pura.
También es precisamente aquí donde no nos salvan las verdades filosóficas. La verdad filosófica deja de ser válida justo ahí donde comienza la aplicación vital de la misma; los intentos de conservar la verdad filosófica en la vida podrían ser modalidades de lo absoluto; pero, ¿realmente es así? Cuando Todorov habla de la relación de Rilke con el absoluto, cuando la poesía como actividad se convierte en la justificación de las demás carencias humanas, ¿existe realmente un enfrentamiento con lo absoluto? ¿O no es más bien en la entrega incondicional al Otro donde verdaderamente el hombre experimenta la desnudez de su singularidad, frente a la totalidad irrepresentable del Otro?
La verdad filosófica o poética no puede en ningún caso desplazar la experiencia contingente de nuestra existencia en cuanto singulares. Ahora bien, y en esto olvidamos a menudo a Kierkegaard, la singularidad es el ámbito de lo absoluto, el ámbito en el que al menos lo absoluto se da como absoluto y sólo allí puede darse como tal. Por eso la suspensión de la ética y de los territorios de la generalidad no afecta sino al individuo singular, y por eso se habla de temor y de temblor frente al abismo. Ningún dictado o ética puede salvar a Abraham de su responsabilidad con el absoluto. Ninguna teoría puede reemplazar la acción de nuestra singularidad en relación con la otredad insalvable del otro. Quizás el absoluto tanto anhelado por la filosofía no se halle mucho más lejos de las recónditas lagunas que conforman nuestra personalidad.