Las filosofías de Kant y Husserl, siguiendo las huellas del pensamiento de Descartes, han hecho del descubrimiento de la conciencia la seña de identidad de la modernidad; de una modernidad constituida por sujetos individualistas que a su vez mantenían abierta la nómina de su propia pérdida de referencia. Así es como el sujeto individualista ha perdido el contacto con lo que le rodeaba, y de ahí su extrema incapacidad para constituir el sentido de la realidad.
Lo que es innegable es que, en un momento determinado de la historia del pensamiento, aparece la obsesión por el sujeto. ¿Qué es lo que tiene que suceder para que acontezca este extraño comportamiento? Allí donde existe un principio constitutivo del mundo no hace falta acudir a la conexión subjetiva ni adscribir a ésta cualidades que son universales y exteriores al sujeto. Y sin embargo, la importancia de la conciencia, y más aún, como conciencia moral, ya existe en los estoicos y en Séneca. Pero se trata de una conciencia moral que tiene una ligazón indestructible con el acontecer del mundo, una ligazón que reúne al sujeto y al objeto en un todo perfecto en el que la última palabra sobre la constitución del sentido la tiene precisamente lo exterior, en este caso, el Universo, el cosmos, la totalidad o Dios.
La labor de la Ilustración es doble: por un lado, suprimir todo estatuto de absolutismo, por otro, realizar lo absoluto desde el sujeto. Suprimir el arjé presocrático, el principio del cosmos, en definitiva, romper con el mundo de las Ideas platónicas para aferrarse a las posibilidades de la apariencia que esquematiza el propio sujeto mediante sus estructuras racionales. Se trata sencillamente de la ruptura con la naturaleza, y de ahí el énfasis ilustrado en la autodeterminación por la conciencia. La autodeterminación surge, y no podría surgir de otra manera, cuando se rompen los vínculos que podrían afectar a la independencia del sujeto.
Todavía existe un intento en la filosofía idealista de unificar la naturaleza y el sujeto,(Schelling) y de volver a una especie de objetivismo (Hegel). Pero el peso de la filosofía kantiana será insoportable para la nueva época que aflora. El individualismo naciente no quiere saber nada de metafísica; tan sólo la conciencia es la que determina la realidad de las cosas. Y de aquí llegamos al sujeto anónimo. Allí donde no hay referente externo, conexión con la exterioridad y lo absoluto, sino meramente decisión subjetiva, tampoco hay como tal la posibilidad de emitir un juicio sobre la verdadera constitución de las cosas.
El sujeto anónimo puede así comprenderse como aquel que, piense lo que piense, o haga lo que haga, su caso se reduce a una mera contingencia que nada ni nadie puede asegurar. Así es como se pierde el sentido de la Historia, (¿qué es el sentido de la Historia para un simple sujeto?), así como todo acto de constitución del sentido. El sujeto anónimo tira una piedra en un lugar solitario y nadie le escucha; hubiera sido lo mismo que se hubiera arrojado por un precipicio. Ahora todo el sentido depende de lo que suceda en el interior de la conciencia. El sujeto anónimo puede comprenderse también como una tercera persona, como un nadie que no dificulta y no imprime su voluntad en un mundo del que por principio está completamente desconectado.
Se trata de la experiencia de la contingencia en su grado máximo; allí donde se destruye el relato de la historia sólo quedan fragmentos anárquicos cuyo único eslabón constituyente de sentido es la figura del sujeto individual. La anarquía del individualismo termina en la disolución misma del sentido. El nihilismo, el tedio y el aburrimiento del existencialismo no tardarán en llegar.
Lo que es innegable es que, en un momento determinado de la historia del pensamiento, aparece la obsesión por el sujeto. ¿Qué es lo que tiene que suceder para que acontezca este extraño comportamiento? Allí donde existe un principio constitutivo del mundo no hace falta acudir a la conexión subjetiva ni adscribir a ésta cualidades que son universales y exteriores al sujeto. Y sin embargo, la importancia de la conciencia, y más aún, como conciencia moral, ya existe en los estoicos y en Séneca. Pero se trata de una conciencia moral que tiene una ligazón indestructible con el acontecer del mundo, una ligazón que reúne al sujeto y al objeto en un todo perfecto en el que la última palabra sobre la constitución del sentido la tiene precisamente lo exterior, en este caso, el Universo, el cosmos, la totalidad o Dios.
La labor de la Ilustración es doble: por un lado, suprimir todo estatuto de absolutismo, por otro, realizar lo absoluto desde el sujeto. Suprimir el arjé presocrático, el principio del cosmos, en definitiva, romper con el mundo de las Ideas platónicas para aferrarse a las posibilidades de la apariencia que esquematiza el propio sujeto mediante sus estructuras racionales. Se trata sencillamente de la ruptura con la naturaleza, y de ahí el énfasis ilustrado en la autodeterminación por la conciencia. La autodeterminación surge, y no podría surgir de otra manera, cuando se rompen los vínculos que podrían afectar a la independencia del sujeto.
Todavía existe un intento en la filosofía idealista de unificar la naturaleza y el sujeto,(Schelling) y de volver a una especie de objetivismo (Hegel). Pero el peso de la filosofía kantiana será insoportable para la nueva época que aflora. El individualismo naciente no quiere saber nada de metafísica; tan sólo la conciencia es la que determina la realidad de las cosas. Y de aquí llegamos al sujeto anónimo. Allí donde no hay referente externo, conexión con la exterioridad y lo absoluto, sino meramente decisión subjetiva, tampoco hay como tal la posibilidad de emitir un juicio sobre la verdadera constitución de las cosas.
El sujeto anónimo puede así comprenderse como aquel que, piense lo que piense, o haga lo que haga, su caso se reduce a una mera contingencia que nada ni nadie puede asegurar. Así es como se pierde el sentido de la Historia, (¿qué es el sentido de la Historia para un simple sujeto?), así como todo acto de constitución del sentido. El sujeto anónimo tira una piedra en un lugar solitario y nadie le escucha; hubiera sido lo mismo que se hubiera arrojado por un precipicio. Ahora todo el sentido depende de lo que suceda en el interior de la conciencia. El sujeto anónimo puede comprenderse también como una tercera persona, como un nadie que no dificulta y no imprime su voluntad en un mundo del que por principio está completamente desconectado.
Se trata de la experiencia de la contingencia en su grado máximo; allí donde se destruye el relato de la historia sólo quedan fragmentos anárquicos cuyo único eslabón constituyente de sentido es la figura del sujeto individual. La anarquía del individualismo termina en la disolución misma del sentido. El nihilismo, el tedio y el aburrimiento del existencialismo no tardarán en llegar.
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