Es Bergson el que establece un nuevo método para intuir la realidad misma de otro modo que el científico, sin que a la vez se pierda el rigor que proporcionaba éste. El método científico, sin embargo, tiene sus antepasados en Platón, quien disecciona la realidad en dos ámbitos opuestos, siempre en base a la medida del conocimiento, que en la realidad sensible es casi minúsculo y en la realidad inteligible alcanza su máxima perfección.
Pero la percepción sensible no es conocimiento en el sentido de constituir la vía de acceso a la realidad vital como entienden Nietzsche o Bergson, sino que, al contrario que en Platón, ella misma está inundada de lo inteligible o conceptual. Las representaciones jamás son como las analizaron Locke o Hume, y, en general, cualquier filósofo. Nunca se da la representación de un objeto aislado, como recalcó Heidegger.
Pero no sólo eso. La simple sensación incorpora un universo de significado, pues el significado sólo puede comprenderse en su propia materialización y toda materialización invoca o comunica distintos mundos de significados. Se diría que la distinción entre ideas y sensaciones es posterior a la vivencia originaria; pero ahora bien, esta vivencia esta construida en un nudo indisoluble entre la materialización de la idea y la materialidad propia de la idea.
Por otro lado, frente a Bergson, pensamos que la sensación si conlleva conocimiento. Pero, ¿qué tipo de conocimiento? No por sí misma, desde luego, puede la percepción suministrar conocimiento, sino en su trabazón con la idea o el significado que en ella está implícito. En general, la consciencia sabe cosas, pero sólo en un modo: en el de la constatación. Por conocimiento habría que entender un sistema de saberes que dieran cuenta de la totalidad de la realidad. Ése es el intento de Platón o de Hegel, esa es la metafísica. No hay otro modo de dar validez total al sentido de la expresión “conocimiento”, sino como un sistema de verdades que da cuenta de las relaciones de la realidad consigo misma.Nosotros sospechamos que tal sistema no lo capta la conciencia.
La conciencia sólo conoce la singularidad, el hecho en sí mismo desgajado de su posible conexión con el sentido del mundo. La significación de un hecho aislado no es, como en Wittgenstein, un mero hecho del mundo sin significado metafísico. Cada hecho del mundo tiene un significado metafísico. Pero ese significado de cada hecho no se comunica con todos los demás hechos. Con la conciencia podemos percibir la belleza de una verdad, de un árbol o de un poema: en la misma percepción se da el sentimiento sublime de lo estético, la constatación de que ahí existe algo hermoso. Con la conciencia podemos también dar constatación de la existencia de un yo; pero, ¿qué es el yo, qué es el árbol o el poema, en relación con el mundo?
He aquí la tarea imposible para la conciencia: la relación exacta entre los componentes de una realidad que siempre es más que la suma de los mismos. Conciencia y percepción son, pues, una misma esencia dividida y mezclada en su división: un conocimiento huero deducido de un nudo bien armado cuya debilidad es aparecer como un nudo corredizo, que una vez desatado divida la realidad en dos ámbitos. Un nudo que como conocimiento es incapaz de alcanzar lo que Platón quería decir cuando hablaba de su episteme.
Pero la percepción sensible no es conocimiento en el sentido de constituir la vía de acceso a la realidad vital como entienden Nietzsche o Bergson, sino que, al contrario que en Platón, ella misma está inundada de lo inteligible o conceptual. Las representaciones jamás son como las analizaron Locke o Hume, y, en general, cualquier filósofo. Nunca se da la representación de un objeto aislado, como recalcó Heidegger.
Pero no sólo eso. La simple sensación incorpora un universo de significado, pues el significado sólo puede comprenderse en su propia materialización y toda materialización invoca o comunica distintos mundos de significados. Se diría que la distinción entre ideas y sensaciones es posterior a la vivencia originaria; pero ahora bien, esta vivencia esta construida en un nudo indisoluble entre la materialización de la idea y la materialidad propia de la idea.
Por otro lado, frente a Bergson, pensamos que la sensación si conlleva conocimiento. Pero, ¿qué tipo de conocimiento? No por sí misma, desde luego, puede la percepción suministrar conocimiento, sino en su trabazón con la idea o el significado que en ella está implícito. En general, la consciencia sabe cosas, pero sólo en un modo: en el de la constatación. Por conocimiento habría que entender un sistema de saberes que dieran cuenta de la totalidad de la realidad. Ése es el intento de Platón o de Hegel, esa es la metafísica. No hay otro modo de dar validez total al sentido de la expresión “conocimiento”, sino como un sistema de verdades que da cuenta de las relaciones de la realidad consigo misma.Nosotros sospechamos que tal sistema no lo capta la conciencia.
La conciencia sólo conoce la singularidad, el hecho en sí mismo desgajado de su posible conexión con el sentido del mundo. La significación de un hecho aislado no es, como en Wittgenstein, un mero hecho del mundo sin significado metafísico. Cada hecho del mundo tiene un significado metafísico. Pero ese significado de cada hecho no se comunica con todos los demás hechos. Con la conciencia podemos percibir la belleza de una verdad, de un árbol o de un poema: en la misma percepción se da el sentimiento sublime de lo estético, la constatación de que ahí existe algo hermoso. Con la conciencia podemos también dar constatación de la existencia de un yo; pero, ¿qué es el yo, qué es el árbol o el poema, en relación con el mundo?
He aquí la tarea imposible para la conciencia: la relación exacta entre los componentes de una realidad que siempre es más que la suma de los mismos. Conciencia y percepción son, pues, una misma esencia dividida y mezclada en su división: un conocimiento huero deducido de un nudo bien armado cuya debilidad es aparecer como un nudo corredizo, que una vez desatado divida la realidad en dos ámbitos. Un nudo que como conocimiento es incapaz de alcanzar lo que Platón quería decir cuando hablaba de su episteme.
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