El olvido de lo Otro es la condición de posibilidad de toda filosofía, el límite insuperable en el que todo pensamiento queda enredado para poder llegar a ser pensamiento de algo. Y, sin embargo, el olvido no sólo condiciona la aparición de una filosofía, sino que, paradójicamente, también la hace imposible y parcial, en especial si entendemos la filosofía como una ciencia o un saber cuyo telos es la búsqueda de la verdad.
Al mismo tiempo existen condiciones en las que surge el olvido. La presencia y la habituación, la regularidad de los fenómenos hacen posible la formación reflexiva del pensamiento. Sin presencia constante y sin habituación se pierde la posibilidad de enraizar un discurso en el mundo de la vida; al mismo tiempo es la razón del olvido de la totalidad, el enfrascamiento en una de las maneras de la totalidad como si esa manera fuera la propia totalidad.
Con el olvido aparece la abstracción; ésta sólo es posible a costa de la memoria. Lo fenoménico y contingente es extrañamente eliminado de los ojos del pensador. Es cuanto menos curiosa esa insistencia del filósofo en preferir lo invisible a lo visible: de antemano se desprecia la mera contingencia de los acontecimientos y se busca una esencia que, no obstante, como muchos habrán de reconocer, sólo puede darse en el fenómeno.
Esta ambigüedad paradójica, esta forma de comprender lo invisible en lo visible, (pues no habría otra manera entonces de superar el hiato entre lo real y lo ideal), ha sido frecuentada a menudo por los filósofos idealistas alemanes, que pretendían encontrar en el fenómeno el concepto mismo realizado, a saber: Schelling y Hegel, uno igualando el arte y la verdad, el otro, haciendo de la apariencia el vocero mediático del Espíritu. Es la misma paradoja en la que se instala en general el pensamiento occidental. Parece que un extraño espejismo nos hiciera sucumbir en la parcialidad de nuestras vidas y a partir de ellas pudiéramos considerar la totalidad de la que fuimos arrojados. Pero no menos importante es el hecho de que, si bien la totalidad se hace tal para la conciencia que la piensa, toda totalidad se da en una conciencia; y aquí tenemos inaugurada la problemática filosófica que aún lucha con el dualismo para poder evadirse de sus garras obsesivas.
Esta paradoja no es acaso un problema de enfoque por parte del pensador. Es la misma estructura de la realidad la que toma esta forma, la que se quiere así en cuanto figura. Es por este motivo por el que no consideramos que el pensamiento de Hegel o de Schelling en este nivel sea mera verborrea especulativa. Al contrario, un pensamiento riguroso ha de moverse en ese nivel, tal y como ya percibió Heidegger en su alabanza de la ambigüedad.
La estructura de la realidad implica que existan unos ámbitos en los que un fenómeno se de como totalidad; he aquí donde aparece la ambigüedad que nos permite afirmar a un mismo tiempo dos tesis contrarias: la necesidad inviolable del olvido del otro como condición de un discurso filosófico, y la aparición fenoménica de la totalidad como incluida en la propia parcialidad, a saber: el hecho indubitable de que la totalidad se da particularmente y que la propia estructura ontológica de esta realidad es flexible, de modo tal que corrompe sus propios límites burlándose de toda lógica. Sólo el pensamiento representativo embiste contra los límites de esta forma plástica en la que se revela el auténtico movimiento de la realidad.
Al mismo tiempo existen condiciones en las que surge el olvido. La presencia y la habituación, la regularidad de los fenómenos hacen posible la formación reflexiva del pensamiento. Sin presencia constante y sin habituación se pierde la posibilidad de enraizar un discurso en el mundo de la vida; al mismo tiempo es la razón del olvido de la totalidad, el enfrascamiento en una de las maneras de la totalidad como si esa manera fuera la propia totalidad.
Con el olvido aparece la abstracción; ésta sólo es posible a costa de la memoria. Lo fenoménico y contingente es extrañamente eliminado de los ojos del pensador. Es cuanto menos curiosa esa insistencia del filósofo en preferir lo invisible a lo visible: de antemano se desprecia la mera contingencia de los acontecimientos y se busca una esencia que, no obstante, como muchos habrán de reconocer, sólo puede darse en el fenómeno.
Esta ambigüedad paradójica, esta forma de comprender lo invisible en lo visible, (pues no habría otra manera entonces de superar el hiato entre lo real y lo ideal), ha sido frecuentada a menudo por los filósofos idealistas alemanes, que pretendían encontrar en el fenómeno el concepto mismo realizado, a saber: Schelling y Hegel, uno igualando el arte y la verdad, el otro, haciendo de la apariencia el vocero mediático del Espíritu. Es la misma paradoja en la que se instala en general el pensamiento occidental. Parece que un extraño espejismo nos hiciera sucumbir en la parcialidad de nuestras vidas y a partir de ellas pudiéramos considerar la totalidad de la que fuimos arrojados. Pero no menos importante es el hecho de que, si bien la totalidad se hace tal para la conciencia que la piensa, toda totalidad se da en una conciencia; y aquí tenemos inaugurada la problemática filosófica que aún lucha con el dualismo para poder evadirse de sus garras obsesivas.
Esta paradoja no es acaso un problema de enfoque por parte del pensador. Es la misma estructura de la realidad la que toma esta forma, la que se quiere así en cuanto figura. Es por este motivo por el que no consideramos que el pensamiento de Hegel o de Schelling en este nivel sea mera verborrea especulativa. Al contrario, un pensamiento riguroso ha de moverse en ese nivel, tal y como ya percibió Heidegger en su alabanza de la ambigüedad.
La estructura de la realidad implica que existan unos ámbitos en los que un fenómeno se de como totalidad; he aquí donde aparece la ambigüedad que nos permite afirmar a un mismo tiempo dos tesis contrarias: la necesidad inviolable del olvido del otro como condición de un discurso filosófico, y la aparición fenoménica de la totalidad como incluida en la propia parcialidad, a saber: el hecho indubitable de que la totalidad se da particularmente y que la propia estructura ontológica de esta realidad es flexible, de modo tal que corrompe sus propios límites burlándose de toda lógica. Sólo el pensamiento representativo embiste contra los límites de esta forma plástica en la que se revela el auténtico movimiento de la realidad.
1 comentario:
Te he nominado al premio blog solidario.
Saludos
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