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sábado, noviembre 11, 2006

Equilibrium o la dulce crucifixión de los sentidos.


Nuestra gran victoria ha supuesto la fiesta de las viejas generaciones desde que quebramos con nuestro brazo la endeble pero peligrosísima llama de la afectividad.
Somos victoriosos sobre el mundo, porque somos victoriosos sobre la emoción.

¿Qué nos ha ofrecido la afectividad? ¿Qué datos nos ha aportado? El fantoche de la emoción ha suicidado a nuestros jóvenes, en las proximidades del Clasicismo, ha cortado de la cinta de nuestra vida objetos imprescindibles para la madurez satisfactoria del que era un adolescente aún. Pero también juega con nuestro compromiso y de ahí que a veces se nos reproche que el Tercer Reich tenía nuestro beneplácito, al afirmar su sangría bajo una teoría tildada de racionalista. Pero lo que vistes en la respetable Alemania joven de siglo fue un exceso de los sentidos, un desequilibrio mental, ¡una prueba más para felicitar a aquel que hace uso de la razón!

Todo acto del raciocinio que ha terminado en fracaso o catástrofe ha estado dirigido por alguna maléfica pasión humana, a veces inconsciente.

Con el tacto, sufrimos o disfrutamos. Cuando dejamos de hacerlo, huelga de nuevo la necesidad de placer, y queda únicamente la de dolor. Con los ojos vemos un mundo y una Tierra en tres dimensiones, cuando no es sino una patética proyección en pantalla plana*.
¡Quién diría que nuestros Alpes, al cobijo de toda irrelevancia, cantones cuyas bases son el poder y el respeto, cuya cima la imagen tersa y fiera en un mismo tiempo de la lejana Naturaleza, quien diría que nuestros Alpes iban a tener un origen tan fraudulento y angustioso!

Dice la incógnita Biblia que si tu ojo te molesta has de extirpártelo, pero no dice nada al respecto cuando lo que sucede es que te engaña sin remedio. Pero se me reprochará que sin los oídos no obtendríamos la única sensación de grandeza que provoca en el alma la música. Pero este es otro cantar, que ya trataré en su debido momento. Aún así, es lícito anotar al margen que la música va derritiéndose, a lo largo del desarrollo humano, y de la dolorosa experiencia de- ser en una playa cada vez más árida, hasta que la arena plomiza nos libera de todo sentido musical.

Así, ¡alabemos la dulce crucifixión de los sentidos! Imagínate un mundo futuro, lejos de lo que haya habido hasta ahora, pero no por ello muchas veces mal imaginado, donde las emociones se evaporen al calentar el agua, donde una melancólica película no haga saltar nuestras lágrimas, donde el justo juicio a muerte de un terrible asesino no segregue odio ni rencor, donde la incomprensible y a todas luces inicua muerte de un familiar elimine nuestros irracionales pasiones y nos haga concebir que es un suceso éste triste, sin necesidad de amargar e incluso embargar parte de la misma constitución anímica que forma la identidad a lo largo de los años, y sea gratificada por el contrario ante la emergencia de razones sólidas por las cuales se deduzca semejante acontecimiento vital, única característica que nos enlaza a todos los que hemos aterrizado en este calabozo circular.

O, por ejemplo, imaginad cómo en el futuro se verá nuestro pasado, esas discusiones inútiles con amigos sinceros que acababan con las mejores y más deseables relaciones; recordaréis cómo perdisteis la amabilidad de la madre que os cuidó por un arrebato injustificado, y como mediante emociones poco apropiadas crecieron como el cardo los litigios entre los familiares.

Después de escribir estas líneas con gran satisfacción, he decidido asomarme por el balcón de roble para contemplar el paisaje en la fresca y evocativa noche de verano. Un mundo justo e inocuo, sano, calmado, fuerte...un equilibrium, un universo rotatorio en su calculada perfección.



*( así reza la nueva teoría holográfica del Universo).

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