La crítica que Lévinas hace de Hegel se basa, a grandes rasgos, en la asimilación que haría Hegel de lo Otro a lo Mismo, en este caso la Idea Absoluta, que para Lévinas, en Hegel puede también asimilarse al sujeto. Pues, para Lévinas, Hegel entiende por esencia en definitiva el mismo sujeto. Por otro lado, critica a Husserl por su idea de que el sentido parte siempre de un sujeto constitutivo, y en la medida en que la conciencia es el dato de mayor claridad, también la noción de intencionalidad estaría haciendo un flaco favor al Otro.
En definitiva, la crítica a Husserl proviene de que tampoco en su caso, como en el caso de Hegel, se estaría respetando la trascendencia del Otro. No es posible colocar como origen de las significaciones al sujeto, en cuanto que éste debe hallarse siempre constituido por el Otro. De alguna manera, se diría que si partimos de un sujeto constituyente del Otro, no estamos respetando la significación que parte de ese Otro.
Ahora bien, ¿no resulta paradójica esta decisión? En el momento en que respetamos que el sentido parta no de la conciencia, sino del Otro como trascendencia absoluta, lo único que estamos haciendo es desplazar el sentido de una conciencia a otra conciencia. Respetar la trascendencia equivale aquí, pardójicamente, a respetar una conciencia autofundante. Pues no puede olvidarse que la trascendencia del Otro en cuanto Otro es solo imaginada: ese Otro nunca existe como Otro, sino como sí mismo, como Identidad, Sujeto autoconstituyente. De este modo buscar la trascendencia del otro se convierte en una empresa infinita, puesto que jamás llegamos a ese Otro como Otro.
Ahora bien, Lévinas puede contestar a esto con la afirmación de que precisamente no hay que llegar a ese Otro. Todo llegar se convierte siempre en una asimilación por el sujeto. Por eso Lévinas critica de Hegel que la constatación de la negación o de la diferencia queda finalmente socavada por una incorporación en la identificación absoluta de lo Mismo. Desde un punto de vista psicológico, sin embargo, el Otro como Otro no puede existir, pues ese Otro partiría de una intencionalidad adherida a una conciencia anterior. Lo Otro, si acaso no se puede concebir, no por ello deja de existir sino por el hecho de que no existe un lugar donde se pueda proyectar. Todo Otro es lo Mismo desde sí, y el Otro no es sino la proyección que la conciencia hace en su particular intencionalidad, es decir, en su relación con el ser.
Por otro lado, esta empresa tiene la dificultad de querer instalar un Otro en su absoluta trascendencia al tiempo que lucha por hacerse un eco de él. Quizás el simple llamamiento a lo Otro ya parte de una conciencia enajenada. Todo esto daría para una larga discusión acerca del fenómeno de la conciencia. La conciencia puede crear múltiples engaños, y si bien es cierto que Hegel quizás estaba engañado, no menos lo está el que, desde un mismo horizonte, cree poder acceder a otros horizontes que quedan negados en la medida en que se dicen con la palabra.
Absorbidos en un horizonte temporal, los otros son para la conciencia alimento que la constituye, pero nunca conocedor de lo Otro. En ese sentido, lo Otro es ciertamente una pura trascendencia, pero siempre y cuando constatemos que al mismo tiempo nuestra conciencia sigue siendo una auténtica trascendencia para el Otro. El problema es dónde situar, donde emplazar el sentido. Si renunciamos al sujeto como lugar de emplazamiento del sentido, quizás no quede lugar propio para el sentido. Ello, desde luego, no habría de ser una desgracia, ni mucho menos. Pero las consecuencias de esa posibilidad constituirían un tema que tratar en otro lado.
3 comentarios:
Quería avisar de la provisionalidad de este comentario (todos lo son, sin duda, pero este mucho más). Sin duda hay una trascendencia absoluta, que yo entiendo como la muerte. Pero en lo relativo a ese otro que no es lo Otro sino el otro, el prójimo, etc, no veo tal trascendencia puesto que no existe un lugar para esa trascendencia. Más adelante retomaré el tema, a medida que profundice en la obra de Lévinas. Un saludo.
David, pero si niegas la trascendencia del/al otro, ¿en qué lo conviertes? y, de paso, ¿en qué te conviertes tu?.
En lo que se refiere a la provisionalidad, esa es una de las grandes riquezas de la vida.
Un afectuoso saludo.
Aclaración del/al:
Tu puedes negar que el otro tenga trascendencia (del), pero no le puedes negar su trascendencia (al) pues no depende de ti, tu no eres Dios.;)
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