Podríamos definir la ética como aquello que se preocupa por nuestra relación con las cosas que nos rodean, de forma incondicional. La pregunta ética es la pregunta por una configuración del mundo en la que yo mismo soy actor y sujeto y estoy exigido a dar una respuesta en forma de decisión. La decisión ética intuye un ámbito de objetos que se encuentran más allá de los intereses mundanos y cotidianos: es la cuestión de la relación última entre el mundo y la consciencia.
Lo absoluto, lo incondicional de lo ético responde, en realidad, a una exigencia de la propia muerte. La muerte es la luz que da forma y movimiento a la existencia particular. La muerte "informa" la vida y nos hace sujetos de entre los objetos, introduciendo un elemento último por su incondicionalidad.
A través de la diferencia ontológica que entraña la muerte alcanzamos el sentido de la vida. Por eso el arte viene a religar al hombre con su existencia y con la existencia del mundo. Porque el arte es la expresión de lo ético, y lo ético, el elemento incondicional introducido por la muerte.
La muerte es la matriz, el origen de una exigencia que nos emplaza como sujetos decididores. La raíz de nuestra respuesta se halla en el rechazo hacia la muerte. En tanto que la muerte no pertenece, sin embargo, a un estado de cosas del mundo empíricamente contrastable (nadie tiene experiencia de su muerte), su esencia se relaciona con la esencia de la religión.
Nuestra repugnancia hacia la muerte no se comprende mediante una cosmovisión natural y empírica del mundo. En el universo del griego todo nace y perece como si tuviese una ley o razón interna que lo hiciese devenir y morir. El estoico no entiende nuestro rechazo natural hacia la muerte, pero es que la muerte misma no es comprensible.
Si la muerte es un asunto entretejido con la ética, entonces está más allá de los estados de cosas naturales. La muerte está relacionada, en realidad, con la voluntad, y no con la razón. El hombre puede comprender la aparición y desaparición de los entes del mundo excepto de aquel ente que es él mismo o aquellos entes que constituyen su propio ser. La cosa más razonable de la naturaleza, (el devenir), es para el hombre una desavenencia metafísica completamente incomprensible.
En cuanto que los estados de cosas del mundo pueden ser regulados por la razón y por ello reducidos a fenómenos empíricos, la voluntad humana transita el mundo de lo suprarracional, no como algo que esté más allá, sino justamente como el elemento que introduce el movimiento en los estados de cosas inertes y los impulsa para formar un mundo vivo.
El sentido de la existencia no transita de lo inmanente hacia lo trascendente, sino que desde lo trascendente desciende en cuanto límite que actualiza la existencia (como en la muerte), hacia la inmanencia en cuanto "mundo" y estados de cosas empíricos regulados por la razón.
De este modo, tanto el arte como la religión aparecen como aquello que colma el espacio entre nuestra vida y el mundo como un conjunto caracterizado por estar precisamente vivo. Vida y voluntad se muestran estrechamente emparentadas.
La voluntad del hombre se eleva por encima de las leyes naturales, estableciendo una comunicación con el abismo que la limita y la define. Y es la propia muerte la que moviliza el espíritu de la voluntad, dando sentido a la vida humana en la medida en que reacciona contra su natural e incomprensible tiranía.
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