A aquellos que errabundos no somos capaces de soportar los rigores invernales del pensamiento filosófico pero tampoco el desprendimiento y la disociación puramente poéticos, sólo nos espera habitar el límite en continuo movimiento entre diferentes cuerpos, sin pertenecer a ninguno de ellos, al tiempo que recogemos toda la fuerza disponible para tratar de desplazarlos.
Parece que es difícil asegurar la supervivencia en un solo espíritu de dos necesidades tan fundamentales como la filosofía y la poesía. Al menos, esta es la tesis de María Zambrano según la cual el poeta y el filósofo están enraizados en ámbitos distintos que no se pueden con-fundir.
Mientras el poeta es un ser de religación hacia la substancia eterna manifiesta en las cosas, un portavoz o un médium, carente de decisión, el filósofo, según Zambrano, se realiza en la búsqueda y posterior encuentro de la posesión de sí, del llegar a ser sí mismo. La libertad kierkegaardiana que genera esa voluntad, no obstante, no ha de ser exclusiva del filósofo, en cuanto que el poeta sea capaz de construir un mundo al que religarse, y en esa labor conseguiría aunar la libertad y la religación.
Siguiendo la definición de Zambrano, sería preciso concluir que hoy no existen poetas. Pues tras el desmoronamiento de las instancias divinas, mediante la divinización del hombre y su posterior vaciamiento, no hay nada a lo que uno pueda ya religarse. El hombre actual es el resultado de la evolución lógica del nihilismo en la forma inicial de la autodeterminación. En la cuna kantiana bebía ya la voluntad de poder nietzscheana en toda su fuerza y amplitud. Pues en el momento en que el hombre se transforma en creador de sí mismo, es una impostura colocarle límites a sus acciones.
La angustia de la libertad como posibilidad significa la infinitud en el espacio y en el tiempo, y también la exigencia dolorosa y claustrofóbica de estar abocado a decidir.
Para Zambrano, el poeta no decide; no puede desencarnarse de aquello de lo que un día creció, como un fruto de su árbol. Por el contrario, suspira por el origen. Pero, ¿no suspiraba ya Platón por tal origen? La definición final del poeta en Zambrano acaba coincidiendo con el filósofo del eros, que parte de la belleza sensible para alcanzar la auténtica belleza en su unidad.
En esa contraposición paradójica, y siguiendo el canon trazado por Zambrano, sólo cabe un camino para el poeta que ya ha conocido el tiempo en el que “los dioses se han marchado”. (Hölderlin). Ese camino ha de aunar la libertad metafísica que exige como tributo una decisión y la necesidad de religación que mira hacia el origen.
La delicadeza y dificultad del problema consisten en que algo así sólo es posible si el poeta se religa a un universo que él de antemano haya creado. La otra posibilidad, y remota, es aquella que, con Stefan George y Hölderlin busca en la poesía la forma suprema y sagrada del lenguaje humano. Y apostillando a Wittgenstein, del pensamiento como su consecuencia natural.
Algo así debe ser inaceptable por el momento para Zambrano. Pues “todavía no es posible pensar el límite en que la poesía se extiende, desde el inmenso territorio que corre errante”. Todavía. Quizás sea ésa la tarea futura que haya a duras penas que ahondar, hasta que se pueda decir con alegría y claridad “ese logos lleno de gracia y de verdad”, el pensamiento de la unidad aún no nacida.
Parece que es difícil asegurar la supervivencia en un solo espíritu de dos necesidades tan fundamentales como la filosofía y la poesía. Al menos, esta es la tesis de María Zambrano según la cual el poeta y el filósofo están enraizados en ámbitos distintos que no se pueden con-fundir.
Mientras el poeta es un ser de religación hacia la substancia eterna manifiesta en las cosas, un portavoz o un médium, carente de decisión, el filósofo, según Zambrano, se realiza en la búsqueda y posterior encuentro de la posesión de sí, del llegar a ser sí mismo. La libertad kierkegaardiana que genera esa voluntad, no obstante, no ha de ser exclusiva del filósofo, en cuanto que el poeta sea capaz de construir un mundo al que religarse, y en esa labor conseguiría aunar la libertad y la religación.
Siguiendo la definición de Zambrano, sería preciso concluir que hoy no existen poetas. Pues tras el desmoronamiento de las instancias divinas, mediante la divinización del hombre y su posterior vaciamiento, no hay nada a lo que uno pueda ya religarse. El hombre actual es el resultado de la evolución lógica del nihilismo en la forma inicial de la autodeterminación. En la cuna kantiana bebía ya la voluntad de poder nietzscheana en toda su fuerza y amplitud. Pues en el momento en que el hombre se transforma en creador de sí mismo, es una impostura colocarle límites a sus acciones.
La angustia de la libertad como posibilidad significa la infinitud en el espacio y en el tiempo, y también la exigencia dolorosa y claustrofóbica de estar abocado a decidir.
Para Zambrano, el poeta no decide; no puede desencarnarse de aquello de lo que un día creció, como un fruto de su árbol. Por el contrario, suspira por el origen. Pero, ¿no suspiraba ya Platón por tal origen? La definición final del poeta en Zambrano acaba coincidiendo con el filósofo del eros, que parte de la belleza sensible para alcanzar la auténtica belleza en su unidad.
En esa contraposición paradójica, y siguiendo el canon trazado por Zambrano, sólo cabe un camino para el poeta que ya ha conocido el tiempo en el que “los dioses se han marchado”. (Hölderlin). Ese camino ha de aunar la libertad metafísica que exige como tributo una decisión y la necesidad de religación que mira hacia el origen.
La delicadeza y dificultad del problema consisten en que algo así sólo es posible si el poeta se religa a un universo que él de antemano haya creado. La otra posibilidad, y remota, es aquella que, con Stefan George y Hölderlin busca en la poesía la forma suprema y sagrada del lenguaje humano. Y apostillando a Wittgenstein, del pensamiento como su consecuencia natural.
Algo así debe ser inaceptable por el momento para Zambrano. Pues “todavía no es posible pensar el límite en que la poesía se extiende, desde el inmenso territorio que corre errante”. Todavía. Quizás sea ésa la tarea futura que haya a duras penas que ahondar, hasta que se pueda decir con alegría y claridad “ese logos lleno de gracia y de verdad”, el pensamiento de la unidad aún no nacida.
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