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lunes, febrero 12, 2007

Acción y sentido


El mayor perjuicio que la metafísica ha donado al hombre occidental quizás haya sido el de la asimilación del sentido a lo trascendente como algo exterior a la propia vida. No hay que olvidar que para Platón tal trascendencia era tan real como para nosotros los contemporáneos lo son los fenómenos. Se trataba del inicio del pensamiento, y por ello, de su ingenuidad. Pero ya ese inicio llevaba la semilla de un ascetismo que se prolongaría durante muchos siglos más tarde.

Sea como fuere, hemos sido incapaces de pensar la trascendencia desde dentro y en armonía con la vida. Sin embargo, el sentido está íntimamente ligado con lo que constituye esa vida, que no es otra cosa sino la acción. Nuestros actos nos producen y, en definitiva, se podría determinar el sentido como aquel efecto producido por el despliegue temporal de nuestros actos.
Elo no confina al sentido a un lugar marginal y como una consecuencia desechable o secundaria. Todo lo contrario, lo revitaliza al producir un valor en él. Una consideración puramente descriptiva de la existencia no se puede librar de tal efecto. El simple sucederse de las acciones en el tiempo va sedimentando una dimensión que por necesidad ha de trascender el plano de inmanencia para regresar a él de forma nueva y definitiva.

La conciencia del hombre no se puede separar de su evolución biológica, dado que tal conciencia no es sino la suma de todas las impresiones vitales, que con su paso van forjando la conciencia. Las acciones en el tiempo generan la otredad de lo puramente material hasta el punto de llegar a su propia autorreflexión. La conciencia es ese efecto necesario que lleva a la descompensación natural en el seno de cualquier unidad. En ese efecto de repliegue de las acciones en el tiempo se genera la conciencia, y con ella, la percepción de la eternidad y el reflejo de lo inmóvil.

La lucha por deslindar inmanencia y trascendencia se ve de este modo afectada por una continuación extravagante del pensamiento platónico. Afirmar la materia como lo único hace más palpable la otra substancia que llamamos alma o conciencia al resaltar su forma mediante tal intento de supresión. Siendo el sentido un efecto de superficie, no debe verse como algo accidental: en todo caso, es un accidente de la esencialidad misma del devenir, y concederle importancia no es sino meditar en el sentido intrínseco de la inmanencia.

Al final, la conciencia no es sino la solidificación del efecto de las acciones y, por lo mismo, su sentido. En este caso podemos decir, con Hannah Arendt, que "la acción crea la condición para el recuerdo, para la historia". También en cierto momento del pensamiento de Husserl este llega a afirmar que la comprensión del tiempo conlleva una cierta trascendencia. Escapamos del tiempo en la memoria misma del pasado y en la expectación ilusoria del futuro. El efecto de las acciones y del puro instante revelan una marca, una huella en la que la conciencia se constituye al reflejarse.
Y entonces podemos crear, sentir, suponer o imaginar un sentido de la vida. Y aún cuando ese sentido sea una simple suposición, tendremos la certeza de que su existencia no es arbitraria, sino que es el producto de eso mismo que somos y que nos hace ser, y que no es otra cosa que nuestras propias acciones en el tiempo y sus efectos necesarios.

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