El hombre conoce las cosas por su semejanza y su diferencia y tiende a agrupar en base a estos dos principios todo su mundo, situando a un lado lo que aborrece y a otro lo que le apetece. Apetito y rechazo son probablemente las causas originarias de los demás modos de dividir la realidad, pero sucede que, en cualquier caso, y en la medida en que no podemos intuir una tercera dimensión que supusiese una alternativa al placer y al dolor, nos vemos obligados a compendiar de forma tosca todo el entramado de la realidad.
Semejante compendio es a su vez una de las causas de que al hombre pertenezca por esencia la cualidad de la estupidez; la otra causa es la manía impropia de la “comprensión”, es decir, la manía de suponer que a una cosa le sigue necesariamente otra y que está implícita en ella, mediante el recurso a la analogía y al parecido. Así es como el filósofo llega a odiar el cuerpo por considerarlo algo opuesto al alma, y de ahí todo lo relativo a lo corporal se desprecia, o bien, al contrario, aquel que odia lo eterno e inmutable prorrumpe en desatinos contra cosas similares, que, por analogía, cataloga en su mismo grupo.
Esta manía de catalogar, propia del sistematismo científico, olvida y se ciega ante la particularidad. Lo particular debe quedar siempre adscrito a otra cosa mayor, y en oposición perpetua con un supuesto enemigo. Por esta analogía llegamos a dividir el mundo, a suponer que a una cosa le sigue necesariamente otra, que está emparentada analógicamente con ella acaso por su similitud estética.
Curiosamente, esta manera de pensar no sintetiza ni describe, sino que separa y destruye. Esta forma de pensar es la que genera el odio político, el rechazo al otro y el dogmatismo. No saber distinguir dentro del mismo grupo categorial elementos que conservan lazos más lejanos e individualidades específicas con el otro grupo e incluso con grupos que no se consideran, lleva a una miopía vital que degrada el pensamiento y lo acerca a lo puramente animal.
La inteligencia se puede definir por capacidad de seleccionar¨el objeto, por saber discernir con sutileza lo que propiamente difiere y conserva su ser frente a la alteridad. Saber distinguir las alteridades con finura es todo un arte, que pocos pueden llegar a realizar. La causa de esta dificultad es la estupidez anudada en el hombre, cuya raíz es su necesidad de proporcionar una respuesta inmediata a las exigencias del ambiente, que se traduce siempre en una actitud de rechazo o de aceptación.
El placer y el displacer son en efecto útiles imprescindibles para sobrevivir. El medio requiere siempre una respuesta inmediata, que es a su vez la causa del fracaso del hombre, pues sus exigencias particulares no pueden limitarse a las exigencias naturales. Por eso una actitud lógica es incompatible existencialmente con el devenir. Dado que el devenir exige la decisión inmediata, la lógica que intuye primero la razón de la cosa para luego decidir a favor o en contra de ella de forma fundamentada se descompone. El proceso lógico deja de ser lógico. La interacción y el desajuste conforman todos los movimientos de la vida, y la razón queda sólo como aparato regulador e inalcanzable en sí mismo.
Este es el motivo de que el escéptico y el asceta necesariamente tengan que habitar fuera del mundo social y de las acciones humanas en comunidad. No es cosa extraña, pues ambos quieren seguir el proceso lógico y no el vital; reajustar las distintas velocidades de ambos mundos. También por eso son sabios, pues la vida cotidiana tiene mayor peligro de caer en la estupidez. El tiempo vital no deja que alcancemos el estadio en el que nuestra imagen coincida de forma absoluta. Estupidez y vida, que se emparentan de algún modo, se oponen, en cualquier caso, a sabiduría y muerte.
Quizás estas antítesis sean también un tanto aleatorias; quizás esté yo mismo traicionando el sentido de la diferenciación. Esa es una tarea noble y hermosa, aquella que más allá de las exigencias inmediatas estimula una mayor comprensión del entramado de las cosas. Pues a su vez esta capacidad de ampliar el horizonte de las semejanzas y las oposiciones cultiva una actitud menos misantrópica en el hombre, y por lo mismo, menos violenta.
Aunque no queda claro si tal actitud es viable y factible en este mundo, y más bien nos vemos destinados a chocar unos humanos con otros, pervertidos por asociaciones antitéticas arbitrarias que provocan la envidia, el dolor, el rechazo, la estupidez y la muerte. En definitiva, el prejuicio inextirpable.
1 comentario:
La verdad es que no deja de sorprenderme el nivel de tus artículos.
Felicidades por el descomunal esfuerzo.
Un saludo del Clan!
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