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viernes, abril 27, 2007

Elogio del pensamiento

Podría parecer un tanto extraordinario que me propusiera escribir un pequeño elogio del pensar. En una época en la que el filósofo está desterrado a la vida gris e inhóspita del recinto universitario, lejos del “gran mundo” de las decisiones políticas, en un mundo también en el que el poeta mismo, otrora un legislador del Estado en la Grecia antigua, se halla hoy condenado a simple legislador de sus sentimientos personales y cuyo discurso ha quedado reducido a mera expresión subjetiva, en fin, en un mundo tal, hasta resulta irónico o rocambolesco hacer una apología del pensamiento.

No sólo el “mundo desencantado” ha sido el que ha asestado el golpe definitivo a esta forma de concebir la importancia del pensamiento en general. La misma filosofía se ha dedicado a vaciar de importancia esta tarea y a sospechar de las supuestas bondades del pensar, proclamando, en los albores del siglo XIX, un retorno a la vida, de la que se habría alejado cruelmente el pensamiento, hundido en sus abstracciones egocéntricas y sin contacto con la existencia.

Quizás el menos perjudicado dentro del ámbito propio de la filosofía haya sido la poesía, como manifestación más de la estética, que ciertamente parece haberse impuesto a otras materias filosóficas como por ejemplo la teoría del conocimiento o la epistemología. En ese caso merece la pena resaltar que autores como Nietzsche o Heidegger han devuelto al arte, y a la poesía en particular, un estatuto que resultó muy perjudicado tras la teoría romántica, que situaba a la poesía en general como un ámbito subjetivo relacionado únicamente con las meras impresiones particulares del autor.

Con Heidegger la poesía vuelve a adquirir una nueva dimensión y dignidad. Lejos de ser el poeta un mero romántico bobalicón que expone desde su subjetividad sus herméticos pensamientos, ahora se presenta como el guardián del ser, como aquel por el cual el ser nos habla, pues ya no es el poeta el que habla, sino el ser mismo el que se manifiesta a través de él. Ello es precisamente lo que convierte en divino el oficio de la poesía y lo eleva al nivel de un conocimiento, restableciendo su antigua dignidad.

Si al menos tal dignidad no puede tener su expresión en la realización del mundo desencantado y científico-técnico, no debería sorprendernos. En un mundo en el que los dioses se han marchado tampoco pueden existir portadores de lo divino, al menos en el ámbito del gran mundo, de la gran política, consumida por la globalización del mercado. En este siniestro páramo, al poeta le queda recluirse a la manera como ya Thomas Mann entendió su propia época y su labor, al distinguir la Kultur de la Zivilisation, al restablecer un mundo espiritual, un individualismo estético al margen de las suciedades de la política, de un mundo quizás condenado a su propia destrucción, en el que ya no había sitio para los auténticos legisladores.

Esta reclusión al mundo interior como resquicio de privacidad donde no puede entrar la violencia de lo “público”, una expresión de lo público que nada tiene que ver con el concepto de Arendt o con la idea griega de la política, sino que se acerca más al gran hermano orwelliano que trata de atropellar el espacio propio de la libertad y la responsabilidad frente a la auténtica existencia, puede recordar la época helenística postalejandrina donde la caída de la polis deja al individuo desamparado, provocando una revuelta hacia una “religión” “humanística” y universal en la que ahora importa la calidad del alma independientemente de su ejercitación política y social, al margen ya de los asuntos humanos y sus implicaciones.

Franco Volpi, por ejemplo, ha señalado los paralelismos de nuestra época con la época de la disolución del mundo griego antiguo. El giro hacia una posible salvación de aquello que acompañaba a otras épocas de la gran política, y que en efecto no era sino uno más de sus elementos, no es el resultado de un romanticismo que trate de perseverar en la intimidad, sino más bien un intento por guardar la memoria en una época de disolución, como preservación de esa esfera que se encuentra vilmente asediada y constantemente atacada.

Por ello es que hoy tal memoria y preservación resulta incluso algo ético, una forma de sinceridad existencial que al mismo tiempo nos hace conscientes y nos ayuda a guiarnos en medio de la tormenta. Una apología del pensamiento en general es hoy más que necesaria, además, por el hecho de que nuestra época pide pensarse a sí misma. En el mundo desencantado, huyen los dioses pero retorna la madre de todas las preguntas, la filosofía y en general la cuestión. Hoy no sobran razones, aunque sólo sean para atisbar muy de lejos los caracteres del mundo que habitamos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pareciera que cuanto más intenta ahogar el Mercantilismo al pensador, más le da una razón para vivir...

Renton

Unknown dijo...

Hola, renton. No es que le de una razón para vivir, sino que cuando el pensador necesita ya de razones para vivir es que está acosado ya por ese mercantilismo. Parece lo mismo, pero no lo es (creo). :)

saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Hola de nuevo, David.

Ayer hice una apresurada búsqueda por internet y no se donde me topé con que eras gallego. Aunque por lo que me dices, parece que has sido alumno del gran Marzoa. Envidia me das.

saludos

Anónimo dijo...

Tienes razón David, el hecho de buscar una razón para vivir indica una carencia... :)

Renton

Anónimo dijo...

¿Qué tal David? Pues no, no sé nada de Emmanuel Severino. De hecho, es la primera vez que lo oigo mentar. Y tú, ¿sí sabes algo de su pensamiento?