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martes, agosto 07, 2007

El concepto de lo auténtico

La confesión auténtica no conoce de literaturas. Lo que la palabra dice cuando es tallada con la mano del pensamiento auténtico, nunca repara en formalismos, está exenta de toda oscura finalidad, no se contagia con enfermedades ajenas a su propia naturaleza.
Pero, ¿qué sucede con lo auténtico? Lo auténtico no es aquello que se nos representa cuando pronunciamos esta palabra: lo auténtico es, más bien, aquella sombra que acompaña todos los actos de la existencia y que informan, cuando no dan forma, a su apariencia de absurdez. Es la búsqueda de autenticidad, y no la propia autenticidad, lo verdaderamente “auténtico” (y por eso, lo profundamente miserable). Lo auténtico está por tanto en el hombre sólo como sombra (quizás como desperdicio necesario, como acompañamiento musical de un teatro sin sentido). Su existencia opaca da razón a la existencia de su negación que es lo que en verdad la afirma: la búsqueda de la autenticidad.

La confesión auténtica no puede ser nunca literaria. Cuando sale en forma literaria se trata de un acontecimiento que se eleva ciertamente a lo literario (esta es la falacia de la palabra, que convierte lo real en mera sombra). Pero cuando la vida se aliena de una manera tan feroz en la palabra, uno percibe la sombra de lo auténtico. Que lo auténtico reside en su negación significa que sólo rotando el hilo de nuestro esqueleto podremos ver con claridad: sólo soportando la temible lucidez u oscuridad avanzaremos no hacia aquello que es nuestra meta, sino a lo que, en todo caso, podría soportarla o no hacerla fútil: es el engaño acerca de nuestras perspectivas lo que hace que el camino hacia ese engaño sea razón suficiente para evitar la decisión más grave y lamentable de nuestra vida: el suicidio.

La tendencia hacia el respeto por lo más sagrado y auténtico nos hace partícipes de una cierta identidad espacial, en la que por fin podemos movernos en un horizonte fijo. Aquellos que guardan las compuertas de ese horizonte, los arcanos soberanos, son sólo pura apariencia cuya finalidad es que nunca los crucemos. La finalidad y el objetivo de la existencia de Dios es que nunca lo atravesemos con la lanza de la duda. Su esencia es la esencia del límite que no sólo nos circunscribe, sino que nos da la vida en esa circunspección. La esencia de lo sagrado es, por lo tanto, hacer partícipe al hombre de las cosas de la vida, alejarlo de la pasión necia de la superación de lo sagrado hacia lo auténtico. La misión del dios es que lo auténtico y lo sagrado sean sinónimos; el ser: sentido y referencia en el alma que construye los contornos del mundo.

Cuando el pensamiento ha roto la identidad entre lo divino y lo auténtico, entre lo divino como límite y lo divino como auténtico, entonces se adentra en el piélago. La misión de Dios era que nunca nos aventuráramos en el piélago. Había que deconstruir el sentido de lo auténtico. Lo auténtico no era mejor ni más noble, pues era imposible construir tales cosas en la falta total de certezas. El nihilismo y el decisionismo eran las éticas del que había destruido las puertas de esos arcanos tan débiles: porque la misión del arcano no es la de afianzar la verdad, la autenticidad, sino la de otorgar la vida aún al precio de la renuncia de lo auténtico. Quien no renuncia a lo auténtico transgrede lo propio auténtico. La autenticidad es sólo la sombra de una falta que Dios no puede reparar. La autenticidad se caracteriza por la ausencia de límites. Es el sentido de lo divino en cuanto que infinitud nunca estable, en cuanto perseverancia infinita sobre el sentido humano.

En la infinitud el hombre ya no cosecha trigo sano. Se ha trasgredido en virtud de un concepto que es sólo la sombra de lo que señala. Lo puramente contingente de la personalidad individual es ahora uno con Dios, con lo Infinito: como ausencia de contenido y de límites y disolución del alma concreta. Es el camino sin fondo del místico.

6 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

Felicidades de nuevo, David.

Cualquier cosa (más aún 'lo auténtico') desaparece cuando tratamos de fijarla, cuando pretendemos hacerla nuestra. Cuando hablamos explícitamente de algo, cuando lo convertimos en tema del enunciado, ese algo se desvanece; su esencia se aleja de nuestra operación apropiadora.

Marzoa dice que "lo que la noción de Dios expresa no es sino la ausencia consumada de lo divino; no el substraerse o el haber-siempre-ya-substraído, sino la pura y simple ausencia".
La dimensión de lo divino creo yo que para constituirse como dimensión, como lugar, tiene que desalojar de sí lo que pudiera haber de divino. Lo divino se instituye en el vaciamiento de lo que lo convierte en divino.

Conste que todo esto no es especulación estéril. Basta echar un vistazo a la historia del cristianismo para darse cuenta de que nada hay tan poco 'divino' como un ámbito constituido bajo su poder.

Unknown dijo...

Hola, Horrach.

Gracias por tu comentario. Tienes razón en esto y coincido contigo en la importancia de la ausencia que una filosofía logicista habría señalado como pura negatividad: pero es precisamente en esta negatividad donde sombrea una presencia nunca manifiesta, donde se hace presente aquello que precisamente no se encuentra.

Saludos.

Anónimo dijo...

Ortega define lo auténtico desde el punto de vista de la vocación. Primero: acertar consigo mismo y luego oir ese llamamiento interior y hacerlo carne. Ese fondo insobornable, custodio imperativo de que nuestro auténtico ser se manifieste.
La vida es un proyecto que hay que realizar: "Usted no es cosa ninguna, es simplemente el que tiene que vivir con las cosas, entre las cosas, el que tiene que vivir no una vida cualquiera, sino una vida determinada. No hay un vivir abstracto. Vida significa la inexorable forzosidad de realizar el proyecto de existencia que cada cual es. Este proyecto en que consiste el yo no es una idea o plan ideado por el hombre y libremente elegido. Es anterior, en el sentido de independiente, a todas las ideas que su inteligencia forme, a todas las decisiones de su voluntad. Más aún, de ordinario no tenemos de él sino un vago conocimiento. Sin embargo, es nuestro auténtico ser, es nuestro destino. Nuestra voluntad es libre para realizar o no ese proyecto vital que últimamente somos, pero no puede corregirlo, cambiarlo, prescindir de él o sutituirlo. Somos indeleblemente ese único personaje programático que necesita realizarse. El mundo en torno o nuestro propio carácter nos facilitan o dificultan más o menos esa realización. La vida es constitutivamente un drama, porque es la lucha frenética con las cosas y aun con nuestro carácter por conseguir ser de hecho el que somos en proyecto".

Saludos

Unknown dijo...

Completamente de acuerdo con Ortega, Tábano. Gracias por tu comentario.

saludos

Anónimo dijo...

¿y la gente auténtica?. Creo David que al menos elm David blogger es un tío auténtico, porque respira libre y sin máscaras por ests mundos virtuales, en su moto, que ni la trata de vender ni está averiada. Me quedo con esa autenticidad.

Unknown dijo...

Hola, Lur. Pues, qué decirte, agradezco tu comentario y comparto tu opinión: la idea de la autenticidad requiere de un constante esfuerzo por salvarse del autoengaño: y como se sabe, esa es la cosa mas dificil que existe. Pero al menos se intenta.

saludos