Desde Hegel conocemos que para que la sustancia se de a sí misma, esto es, para que adquiera su auténtica identidad, para que se haga total e idéntica a sí misma tiene primero que atravesar el umbral de la negatividad, tiene que trascenderse como momento simple de una determinación para abarcar su opuesto.
Este movimiento no es otro que el del saber en cuanto que el recorrido por la negatividad equivale al trayecto por lo otro del sí mismo y como consecuencia, supone un recorrido por la totalidad. En cuanto que se ha recorrido la totalidad, se puede decir, el espíritu se ha enfrentado a todos los objetos posibles de la experiencia, y de ahí que se pueda suponer como un cierto saber.
La crítica al sistema de Hegel proviene también de su intento omnicomprensivo de abarcar esta totalidad; el momento de lo negativo como la oquedad que es preciso atravesar para llegar al saber absoluto se convierte en algo más que sólo lo negativo, en cuanto que es condición de ese saber, de la misma manera que la sustancia se convierte en algo más que su propia posición o momento determinado. En el trayecto hacia lo otro se siente la propia fragilidad de uno mismo, y el temor de la libertad, la razón por la que surge la angustia según Kierkegaard; lo otro de eso finito que siempre somos se convierte en lo infinito como el resto de todo aquello que no somos. En el seno de esa negatividad andamos en el mismo peligro, en el enfrentamiento total con la nada y el abismo, y sin embargo sin esta experiencia no puede hablarse propiamente de saber, puesto que la sustancia aún no se ha desarrollado plenamente como sustancia.
Pues este desarrollo es imprescindible para la superación del sí mismo; y no se entiende sino como ahondamiento en el desconocimiento, en el temor profundo de lo abismático. En ese ahondamiento el sujeto tiene que perderse primero, para encontrarse más tarde; la concepción de la sustancia a la manera como la entiende Hegel requiere tal desarrollo y tal momento de pérdida; lo que para Platón sería un extravío es en Hegel solo un momento necesario. Y en ese momento el sujeto recorre todos los estratos del ser, todo lo que propiamente “hay”, que es en total la absoluta negatividad o negación de la simple determinación que es él, un punto simple de conciencia en el que el mundo se presenta como amenaza de totalidad.
Y sin embargo aún requerimos de cierta fe para suponer que la lógica autónoma de nuestra conciencia nos salvará del hundimiento definitivo. La confianza en que la pérdida supone una posterior reconciliación sólo proviene del hecho de suponer aquella lógica; una lógica que sin duda supera los actos de la conciencia, un movimiento trascendente a la conciencia en la que ésta se halla envuelta y en la que su dominio sobre su propia movilidad es sólo algo parcial y precario. Pero más acá de esa fe existe un tipo de saber que sólo se sabe al atravesar el océano de la negatividad. Y ese es el trayecto necesario e imprescindible del espíritu en su propia búsqueda.
Este movimiento no es otro que el del saber en cuanto que el recorrido por la negatividad equivale al trayecto por lo otro del sí mismo y como consecuencia, supone un recorrido por la totalidad. En cuanto que se ha recorrido la totalidad, se puede decir, el espíritu se ha enfrentado a todos los objetos posibles de la experiencia, y de ahí que se pueda suponer como un cierto saber.
La crítica al sistema de Hegel proviene también de su intento omnicomprensivo de abarcar esta totalidad; el momento de lo negativo como la oquedad que es preciso atravesar para llegar al saber absoluto se convierte en algo más que sólo lo negativo, en cuanto que es condición de ese saber, de la misma manera que la sustancia se convierte en algo más que su propia posición o momento determinado. En el trayecto hacia lo otro se siente la propia fragilidad de uno mismo, y el temor de la libertad, la razón por la que surge la angustia según Kierkegaard; lo otro de eso finito que siempre somos se convierte en lo infinito como el resto de todo aquello que no somos. En el seno de esa negatividad andamos en el mismo peligro, en el enfrentamiento total con la nada y el abismo, y sin embargo sin esta experiencia no puede hablarse propiamente de saber, puesto que la sustancia aún no se ha desarrollado plenamente como sustancia.
Pues este desarrollo es imprescindible para la superación del sí mismo; y no se entiende sino como ahondamiento en el desconocimiento, en el temor profundo de lo abismático. En ese ahondamiento el sujeto tiene que perderse primero, para encontrarse más tarde; la concepción de la sustancia a la manera como la entiende Hegel requiere tal desarrollo y tal momento de pérdida; lo que para Platón sería un extravío es en Hegel solo un momento necesario. Y en ese momento el sujeto recorre todos los estratos del ser, todo lo que propiamente “hay”, que es en total la absoluta negatividad o negación de la simple determinación que es él, un punto simple de conciencia en el que el mundo se presenta como amenaza de totalidad.
Y sin embargo aún requerimos de cierta fe para suponer que la lógica autónoma de nuestra conciencia nos salvará del hundimiento definitivo. La confianza en que la pérdida supone una posterior reconciliación sólo proviene del hecho de suponer aquella lógica; una lógica que sin duda supera los actos de la conciencia, un movimiento trascendente a la conciencia en la que ésta se halla envuelta y en la que su dominio sobre su propia movilidad es sólo algo parcial y precario. Pero más acá de esa fe existe un tipo de saber que sólo se sabe al atravesar el océano de la negatividad. Y ese es el trayecto necesario e imprescindible del espíritu en su propia búsqueda.
2 comentarios:
Prolongando lo dicho en la entrada anterior, muy buena también esta. No tengo nada que añadir.
saludos
Hola Horrach.
Gracias por tus comentarios. Te contesto mas detenidamente en la entrada anterior,
saludos
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