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miércoles, julio 04, 2007

La cita del filósofo

Lo que Kant entendió como diferencia entre la sensibilidad y la cosa en sí se podría aplicar a la relación entre la conciencia y el ser, como aquella relación en la que sólo mediante la presencia de aquella se puede considerar la segunda, y por ello, sólo mediante una dominación activa que tiene que comparecer en una estancia ontológica muy determinada.

Esto también significa que el pensamiento no se ocupa de la indeterminación absoluta, como por ejemplo lo abstracto que contiene la vida en la forma de la idea, sino, todo lo contrario, el pensamiento tiene una configuración en la que comparecencia y voluntad se dan la mano de forma íntima. Comparecencia en cuanto el discurso filosófico supone un lugar determinado. Sin embargo, si la filosofía debe tratar de la totalidad, tal localización supone un menoscabo de la misma. Y así es como se puede comprender esta relación como la que explica Kant entre la sensibilidad y la cosa en sí.

Y voluntad en cuanto que sólo la iniciativa intencional del filósofo es la que pone en marcha el pensamiento. Esto es lo que identifica y define al pensamiento, en contraposición con cualquier otra forma de actividad espiritual. Lo que hace paradójica la figura del pensador es que el objeto de su actividad supere con creces lo que él mismo puede hacer relevante en esa actividad. De esta forma se da una cierta inconsciencia que permite la actividad plena de la conciencia en el pensador, que a su vez es la seña de identidad de su actividad.

La filosofía por tanto ya no puede ocuparse, bajo estas condiciones, de la totalidad del ente. La idea de Heidegger de que la filosofía sería una actividad superior a la de las demás ciencias por ocuparse de todo el ente en lugar de sólo una región del mismo, se cae por su propio peso. La filosofía es comparecencia en un lenguaje que ha perdido la conciencia de ser un lenguaje absolutamente determinado. En la idea de poder acceder a la totalidad, el pensamiento olvida que su actividad filosófica no es reflejo de su vida sino que es una suma, un añadido de esa vida.

No deja de ser claro que existen pensadores que han tratado de romper con esa escisión. Sin embargo, hoy deberíamos reconocer que igualar vida y filosofía supone sólo una experiencia particular, aún cuando quisiéramos siempre colocarla como la más elevada de todas las experiencias. Aquello que supone un lugar es limitado por ese mismo lugar; el lugar de la filosofía no es, además, el sitio que reúne a todos los hombres, que está mucho mejor definido por la religión o por la ética. El filósofo se sumerge en su experiencia como aquello esencial y universal, olvidando el factor de voluntad que fabrica ese escenario en el que su sentido se puede producir.

Y por último, la experiencia del filósofo no puede ser mero asistir a la dación de la cosa misma. La dación de la cosa se rompe con todo pensamiento sistemático pues todo pensamiento supone la actividad plena de la voluntad del pensador. El embargarse en la cosa es, por el contrario, un naufragar absoluto en esa cosa. Sólo en este naufragar se comprende la diferencia con la actividad parcial del pensamiento, y es en él donde de veras se hace obvia y clara la llamada diferencia ontológica.

Pero no existe un naufragio filosófico. El éxtasis y el desmoronamiento de los sentidos no puede nunca corresponder al filósofo, que siempre permanece atento a lo que le rodea. El asistir al ser mismo no puede venir de la mano de un pensamiento consciente, que acude sin dudar a la comparecencia que lo llama. El precio que ha de pagar el filósofo por esta lucidez es siempre una cierta distancia y lejanía con la cosa misma, en la que nunca puede penetrar a fondo sin abandonar el escenario mismo de la comparecencia y de su voluntad consciente.

3 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

De todo tu interesante texto destaco sobre todo esta frase:

"...el lugar de la filosofía no es, además, el sitio que reúne a todos los hombres, que está mucho mejor definido por la religión o por la ética".

Lo suscribo. La religión sobre todo, pero también la ética, propician dinámicas de unificación, y con ello dejan de lado la escisión, la diferencia ontológica. La filosofía no 'representa'; lo que se juega en la filosofía es otra cosa.

saludos

Unknown dijo...

Hola Horrach.

Ciertamente yo tambien creo que la religión tiene ese sentido. ¿Has leido a Nishida? Ahora estoy leyendo algo sobre él, y habla también de la religión en un sentido poco común. También para el problema del nihilismo quizás sea interesante hablar con el filósofo japonés.

saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Pues de Nishida sólo sé que me lo ha recomendado un amigo vermaliano, pero he aplazado su lectura para más adelante, que ando saturado ahora mismo de lecturas. Pero me apunto que otra persona a la que considero me recomienda al japonés.

Para interpretar a la religión no hace falta irse muy lejos de su significado intrínseco, etimológico concretamente: 'religare', ese reunir homogeiniza, ese disolver las diferencias individuales en un sujeto colectivo que se define (como todo sujeto) por oposición a lo negado o demonizado

saludos