
Pero en realidad no hay ambigüedad, sino dirección con un sentido verdadero propio. Es verdad que este conocimiento no es un saber positivo, algo así como una realidad describible o comprensible, sino que más bien nos informa sobre la relación en todo caso última del hombre con el mundo que él habita. Esta es la verdad: aquello que emerge cuando en la tensión máxima de esa relación entre el hombre y el mundo ilumina el sentido que prevalece como la expresión definitiva de la experiencia de la vida.
Allí donde todo se resuelve en una impresión definitiva, donde el instante resume la vida entera, el sentido comprimido de la disparidad de la existencia, allí donde una figura o una imagen es capaz de esencializar lo inesenciable por principio, es donde se da la verdad estética, una verdad donde el hombre recupera su relación imposible con el mundo.
No hay ambigüedad aquí ni contradicción: la iluminación es como la conciencia, es más una percepción que una convicción, una experiencia que en sí misma condensa todo aquello que podríamos adscribir al concepto más básico de verdad. Todo hombre espera ese instante de su vida en el que, antes de la muerte, pueda ilustrar qué ha significado esa relación en la que ha estado involucrado con su cuerpo y alma a lo largo de su existencia. Todo hombre desea esa iluminación que no conoce fórmulas filosóficas consoladoras ni tesis definitivas sobre la naturaleza de las cosas, pero que conoce en un sentido más profundo, pues conoce sin más, conoce sin tener objeto que poder predicar, pues ese conocimiento es conocimiento de sí mismo.
De la misma forma el poema trata de capturar el instante. Lo que declara el poema es que el sentido del mundo no es algo eterno e indestructible, sino que el mundo muere constantemente y que lo esencial mismo muere perpetuamente encontrando su propio sentido en la relación con la conciencia de esa aniquilación. El poema demuestra de algún modo la relación eterna del hombre con el mundo, y la relación finita de cada hombre con su mundo. Y lo demuestra en su última expresión, en su definición absoluta, en la forma superior de la estética que es en este sentido superior al propio concepto y al juicio racional.
No sólo los santos y los místicos han de comulgar con lo absoluto incondicional. Todo hombre se realiza en ese instante y todo hombre ha de tocar los lindes casi intangibles que lo embarcan en esa relación difícil con la vida, en la que prima el desconocimiento de su significación. Pero es que su significación última, al carecer de todo tipo de epistemología posible, es precisamente el resultado de la relación entre el hombre y el mundo. Lo que brota de esta relación es el contenido del poema, es el éxtasis del instante, y en su brevedad que roza lo infinitesimal se anuda el sentido supremo de la vida humana.