La sensibilidad contemporánea ya no puede ser imparcial al ingenuo efecto del concepto de "ciencia", cuando resuena en los oídos. Es decir, nuestra estructura espiritual actual, nos coloca a tal distancia de aquella que haría falta para considerar severamente la palabra "ciencia",que es muy difícil que esto suceda, de manera que lo que queda al oír semejante palabra es una impresión de ingenuidad o desinformación que atribuimos a quien la profiere.
Y sin embargo no han faltado intentos de criticar la ciencia no por lo que ella implica en su concepto riguroso y por tanto ingenuo, sino precisamente a causa de que aquella empresa que un día llevó su nombre no se adecuaba a lo que el concepto puro de ciencia exigía. Y esa es la razón por la que la palabra "ciencia" se ha mantenido desde Hegel hasta Husserl, y de que cada uno de estos autores, pasando por Dilthey, hayan concebido un ejercicio de la ciencia que según ellos sería el verdadero representante de lo que la ciencia usual ha considerado como tal. Es más, entre aquellos cuyo lema era volver a las cosas mismas, como en el caso de Husserl, la idea rectora de una ciencia, que, en todo caso, era un saber más fundamental y anterior a la ciencia normalizada no ha dejado de ser buscada como lo esencial y la meta del pensamiento filosófico.
Ahora bien, es de estimar primero si acaso esa búsqueda de un saber anterior no destruye en su misma esencia aquello que pretende salvar. Y es que si entendemos toda ciencia como aquello que está a la base de una serie de acontecimientos, lo que puede reunir una serie de fenómenos dados bajo un concepto no puede ser otra cosa que la reducción de las diferencias a la identidad. Es decir, que todo discurso, ya sea acerca de la realidad entendida como regularidad de las leyes espacio temporales, o del mundo de la vida (Lebenswelt), anterior a toda reflexión, ha de buscar una serie de principios que por muy oscuros o escondidos que estén, reúnan una serie de entidades capaces de formar un lugar común. Ese lugar común, sea del tipo que sea, exige como condición de posibilidad una cierta destrucción de las condiciones originarias que constituyen el objeto de ese saber. En ese sentido, se hace difícil concebir cierto tipo de saberes, así como es difícil concebir cierto tipo de actividades, por ejemplo, mirar sin ojos, o escuchar sin oídos. La selva en la que se pierde la fenomenología parece pretender una actividad de ese tipo, con el consecuente riesgo de perder el contenido en la pura forma, la esencia en el puro fluir de un lugar a otro.
Incluso podríamos ir más allá y discutir siquiera si es posible un discurso, ya no científico o filosófico, sino legible, cuyo objeto sea el propio fluir de la vida, el propio devenir en su inmediatez fenoménica, en el sentido en que se entiende la dación fenomenológica, por ejemplo. Desde mi punto de vista, he aquí el fracaso del arte en su búsqueda del absoluto. El absoluto que busca el arte no es el eidético, sino el fenóménico. Ese es el concepto griego de la poesía, que no busca la Idea platónica, sino narrar el flujo del devenir en la forma de la apariencia. Si la poesía es un constante acercamiento a ese flujo, un acercamiento tangencial que nunca agota la esencia, (y por ello la labor del poeta es inacabable, y no hay poema que sea su propia conclusión), es precisamente porque hay una mínima distancia entre su dicción y la cosa que dice, un mínimo alejamiento (distanciación alienante) que permite tal dicción.
Lo que demuestra la actividad poética es la dificultad de apresar el flujo del devenir, y esa es la razón por la que la poesía como tal es inagotable. Por tanto, lo que es preciso criticar en este caso no es una forma de entender la ciencia, separándola de su metodología clásica o contemporánea y recluyendo su esencia en una especie de saber, por muy poco universal o fluctuante que quiera ser, pues todo saber en cuanto saber es ya reunión de aquello que ha de extrarse a la plenitud de la presencia.A lo que habría que renunciar es al concepto mismo de ciencia, al concepto mismo de saber; y ello con las consecuencias propias de tal renuncia. Pues quizás el engaño consista en elevar una crítica radical bajo la que poder introducir nuevas esencias, y de ese modo, superar sólo ilusoriamente ( es decir, intelectualmente), el verdadero abismo entre el ser y el pensamiento.
Y sin embargo no han faltado intentos de criticar la ciencia no por lo que ella implica en su concepto riguroso y por tanto ingenuo, sino precisamente a causa de que aquella empresa que un día llevó su nombre no se adecuaba a lo que el concepto puro de ciencia exigía. Y esa es la razón por la que la palabra "ciencia" se ha mantenido desde Hegel hasta Husserl, y de que cada uno de estos autores, pasando por Dilthey, hayan concebido un ejercicio de la ciencia que según ellos sería el verdadero representante de lo que la ciencia usual ha considerado como tal. Es más, entre aquellos cuyo lema era volver a las cosas mismas, como en el caso de Husserl, la idea rectora de una ciencia, que, en todo caso, era un saber más fundamental y anterior a la ciencia normalizada no ha dejado de ser buscada como lo esencial y la meta del pensamiento filosófico.
Ahora bien, es de estimar primero si acaso esa búsqueda de un saber anterior no destruye en su misma esencia aquello que pretende salvar. Y es que si entendemos toda ciencia como aquello que está a la base de una serie de acontecimientos, lo que puede reunir una serie de fenómenos dados bajo un concepto no puede ser otra cosa que la reducción de las diferencias a la identidad. Es decir, que todo discurso, ya sea acerca de la realidad entendida como regularidad de las leyes espacio temporales, o del mundo de la vida (Lebenswelt), anterior a toda reflexión, ha de buscar una serie de principios que por muy oscuros o escondidos que estén, reúnan una serie de entidades capaces de formar un lugar común. Ese lugar común, sea del tipo que sea, exige como condición de posibilidad una cierta destrucción de las condiciones originarias que constituyen el objeto de ese saber. En ese sentido, se hace difícil concebir cierto tipo de saberes, así como es difícil concebir cierto tipo de actividades, por ejemplo, mirar sin ojos, o escuchar sin oídos. La selva en la que se pierde la fenomenología parece pretender una actividad de ese tipo, con el consecuente riesgo de perder el contenido en la pura forma, la esencia en el puro fluir de un lugar a otro.
Incluso podríamos ir más allá y discutir siquiera si es posible un discurso, ya no científico o filosófico, sino legible, cuyo objeto sea el propio fluir de la vida, el propio devenir en su inmediatez fenoménica, en el sentido en que se entiende la dación fenomenológica, por ejemplo. Desde mi punto de vista, he aquí el fracaso del arte en su búsqueda del absoluto. El absoluto que busca el arte no es el eidético, sino el fenóménico. Ese es el concepto griego de la poesía, que no busca la Idea platónica, sino narrar el flujo del devenir en la forma de la apariencia. Si la poesía es un constante acercamiento a ese flujo, un acercamiento tangencial que nunca agota la esencia, (y por ello la labor del poeta es inacabable, y no hay poema que sea su propia conclusión), es precisamente porque hay una mínima distancia entre su dicción y la cosa que dice, un mínimo alejamiento (distanciación alienante) que permite tal dicción.
Lo que demuestra la actividad poética es la dificultad de apresar el flujo del devenir, y esa es la razón por la que la poesía como tal es inagotable. Por tanto, lo que es preciso criticar en este caso no es una forma de entender la ciencia, separándola de su metodología clásica o contemporánea y recluyendo su esencia en una especie de saber, por muy poco universal o fluctuante que quiera ser, pues todo saber en cuanto saber es ya reunión de aquello que ha de extrarse a la plenitud de la presencia.A lo que habría que renunciar es al concepto mismo de ciencia, al concepto mismo de saber; y ello con las consecuencias propias de tal renuncia. Pues quizás el engaño consista en elevar una crítica radical bajo la que poder introducir nuevas esencias, y de ese modo, superar sólo ilusoriamente ( es decir, intelectualmente), el verdadero abismo entre el ser y el pensamiento.
4 comentarios:
David:
El absoluto que busca el arte no es el eidético, sino el fenóménico
En esto, dónde ubicamos al arte abstracto?
Renton
Me parece, David, que el ideal de ciencia estricta de la fenomenología husserliana es aporético. Es cierto que llega a un punto ciego; pero lo es, sobre todo, porque Husserl parte, como creo ver en tu texto, de prejuicios modernos que no cuestiona. El prejuicio más grande es el de una ciencia absoluta fundada en los actos reflexivos de la conciencia. Ese había sido el ideal de la filosofía de Descartes a Hegel, por ejemplo.
Pero ese es también el lado, diríase, antifenomenológico de Husserl, porque no se justifica fenomenológicamente - a partir de las cosas mismas - la intención de fundar una ciencia absoluta de la conciencia. En efecto, la exigencia fenomenológica de principio en Husserl no es tanto "a las cosas mismas". En Ideas I § 24, se habla de un principio de todos los principios que remite los fenómenos a su dación para una conciencia. Y eso es injustificado.
No importa. La fenomenología puede acabarse. Pero es un paso necesario para pensar. Y creo que la crisis diagnosticada por Husserl en las ciencias europeas - la crisis de toda una civilización, la crisis del espíritu que ahora puebla el planeta tierra - no se debe a nada antojadizo.
La ciencia no piensa.
Saludos
Renton: Siento haber arruinado el debate, si es que todo lo que toco lo arruino..:( El arte abstracto, bueno, me preguntas algo por lo que ahora mismo no podria contestarte (¡otra vez he arruinado el debate!)
Jethro: Gracias por tus indicaciones. Y, una vez precisada la labor de la fenomenologia, ¿cual, segun tu, seria ahora el camino del pensar? Y quizas volvamos por aqui al problema del nihilismo.
saludos.
Eso mismo, es siempre el problema del nihilismo. Que no es ninguna postura de nadie, como argumenté en mis entradas al respecto, sino la era de la técnica (que amenaza con el acabamiento de la vida humana en el planeta, ni más ni menos).
La tarea del pensamiento es meditar sobre el otro comienzo.
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