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viernes, junio 22, 2007

Decisiones molestas

La dificultad que se le ofrece a todo inicio del pensar que quiera romper con la tradición metafísica y sus estructuras de pensamiento proviene del hecho de que ese pensar mismo tiene que decidir entre romper con el lenguaje metafísico, y por tanto, desligarse de la experiencia misma de la vida que hizo posible tal lenguaje, o bien continuar ese lenguaje, con lo que quedaría confinado al pensamiento que él determina.

Siguiendo a Wittgenstein, no hay que emprender la tarea de un nuevo lenguaje que evite las paradojas que provoca la metafísica. El lenguaje está bien como está, es aquello en lo que podemos comprendernos, lo que hace posible nuestras formas de vida. Variar este lenguaje significaría elaborar un nuevo juego que debería constituir según esto una nueva forma de vida, con lo cual la función de aquel lenguaje se alejaría de su objetivo primordial.

Wittgenstein reprocha a los sistemas filosóficos el hecho del olvido de la vida cotidiana, que es la que nos debe dar el significado de la cosa misma. Pero como la vida cotidiana es siempre una acción, una praxis, el significado como tal no existe. Dicho de otro modo, los filósofos habrían inventado un mundo del que no tenemos noticia excepto por la manía de nuestro pensamiento que crea fantasmas allí donde no los hay. Es el mismo Antonin Artaud el que en el prólogo de El teatro y su doble ya nos dice: “O esos sistemas están en nosotros y nos impregnan de tal modo que vivimos de ellos (¿y qué importan entonces los libros?), o no nos impregnan y entonces no son capaces de hacernos vivir (¿y en ese caso qué importa que desaparezcan?)” Lo cierto es que no se puede evitar pensar en el sujeto que piensa esta cuestión como la determinación última que defina la relación entre el pensamiento y la existencia.

Esta determinación proviene de la implicación del propio pensador en el sentido (o en uno de los múltiples sentidos) de la vida. Mientras Hegel cree no haber olvidado la facticidad particular de cada existencia al hacerla manifestación sensible de la idea, Kierkegaard verá aquí una conceptualización que fracasa en su explicación profunda del hombre.

Una nueva definición del pensar tiene que lidiar con esta paradoja central de todo pensamiento; un alejamiento de la facticidad que produce el pensamiento, o bien un acercamiento que acaba mutilándolo. Wittgenstein entendió esto con minuciosidad cuando se dio cuenta de que una filosofía que negara la metafísica no podía seguir siendo filosofía. El intento de Heidegger de renombrar el ser teniendo en cuenta su facticidad e inmanencia debía causar una contradicción central en su pensamiento, pues si bien Heidegger parte con Wittgenstein de la denuncia del modo metafísico del pensar aún cree en la posibilidad del pensamiento, bien entendido que se trata siempre de otro pensar.

Por el contrario, Wittgenstein comprende que la metafísica agota en cierta forma la filosofía. Podemos seguir filosofando, es cierto, pero entonces las cuestiones centrales de la filosofía acabaran disolviéndose en cuestiones puramente estructurales. La consecuencia de ello es que el sentido se convierte en un efecto del lenguaje, para utilizar la frase de Umberto Eco. Y sin embargo deberíamos tener siempre presente que tal desarrollo del pensamiento liquida ya el acceso a ciertos tipos de comprensiones.

El desencantamiento de la metafísica no puede ya producir un nuevo sentido en los mismos términos en los que un día los expresó. La filosofía en este caso pervierte de algún modo el significado originario del lenguaje, al vapulear una y otra vez el mismo concepto cambiándolo constantemente de significación. Como dice Lichtenberg, “una consecuencia dañina de leer demasiado es que el significado de las palabras se desgasta y las ideas ya sólo se expresan de forma aproximada. La expresión le queda holgada a la idea”. Tanto como nuestra filosofía al objeto del que ella pretende hablar.


4 comentarios:

Petrusdom dijo...

Pero el lenguaje es como un rio sin fin, siempre el mismo pero diferente. Y si el lenguaje "refleja" como nadie la cotidianeidad, nada hay inalterable y por lo tanto ni el acto de filosofar: conocer.
Saludos

Anónimo dijo...

Entonces, la filosofía lo que hace es metaforizar el lenguaje?

Espero haberte entendido.

Johannes A. von Horrach dijo...

Brillante entrada, David.

Heidegger ya dice en 'La superación de la metafísica' que no hay otro lenguaje filosófico más allá de este. Que ante su incapacidad para expresar aquello que siempre se le (nos) escapa no hay que buscar otro sistema de expresión, sino que hay que profundizar en todo lo que afecta a ese fracaso. Ahondar en ese fracaso es el camino.

Unknown dijo...

Hola, Renton, Horrach.

La filosofía es, creo yo, ya una metáfora, en cuanto explica el mundo en sus propios términos. De hecho, para que exista filosofia es necesaria esa separacion o diferencia entre el mundo y el discurso del mundo.

Horrach:

Gracias por tu comentario. No, no hay otro lenguaje, y quizas sea verdad que haya que profundizar en ese fracaso, como aquello que al menos se coloca en una posicion de humildad frente a la extraña simplicidad de las cosas.

Saludos.