Una de las causas más generales de la desesperación en el pensamiento es que, una vez recorrido un inmenso territorio del mismo, pareciera que no hubiésemos salido aún de la provincia donde ingresamos al comienzo, como si la vida colocase irónicamente trampas en todos los movimientos de la razón, lo cual a su vez hace desesperar a muchos de esa misma razón. Pareciera, por tanto, que con cada movimiento del pensar inauguráramos de forma completamente inconsciente la validez de una ley en un mundo que desconocemos, una ley puramente estructural que no se halla a la vista en el pensamiento, una consecuencia insospechada de pisar el terreno en el que investigamos. A esta posibilidad apunta la forma misma del pensamiento, que en ocasiones se plantea de tal modo que es imposible acertar la respuesta que se debería dar a su resolución.
En realidad, tal defecto o inconsciencia de esas leyes se debe a que aquí resulta idéntico hablar de leyes desconocidas como de la imposibilidad de leyes; no obstante el efecto resultante parece adecuarse más a lo primero que a lo último. Esas leyes no tendrían por qué tener la forma que imaginamos, y a pesar de todo podrían seguir existiendo.Una vez que rompemos el frágil escenario de los fundamentos filosóficos del mundo aparecemos de pronto en ese abismo que es tanto oscuridad y desatino como enriquecimiento del pensar. Aquí tampoco resulta fácil separar una cosa de la otra. Pero pareciera que la ley más clara en todo esto es la de la continua anulación de la propia vida. Como si característica suya fuera permanecer continuamente fuera del alcance del hombre incluso allí, o precisamente allí, donde aparece como más comprensible.
El pensamiento, en ese sentido, no ha estado nunca tan embriagado de optimismo como en la filosofía de Hegel. El descubrimiento de la autoconciencia procura la posibilidad inédita de alcanzar la totalidad en la unión absoluta de sujeto y objeto. Aquí es precisamente donde Hölderlin descubre la ebriedad del sistema de Hegel. Hölderlin distingue la identidad del ser absoluto. La identidad fichteana del Yo no se trata de un absoluto, sino que es una partición posterior al Ser. Y esta es la distinción propia entre juicio y ser.
Hölderlin se da cuenta de que la autoconciencia no puede alcanzar el ser absoluto. El pensamiento, sin embargo, no fracasa tanto por no alcanzar la totalidad como por no darse cuenta de que tal totalidad no existe, de que es propio del ser invertirse y anularse allí donde matemáticamente habrían de coincidir los puntos en el puro absoluto. El fracaso del pensamiento no consiste en su imposibilidad de abarcar la totalidad, sino en suponer precisamente que ésta se halla de alguna forma fuera de nosotros, en la forma metafísica de la totalidad.
Pero hay que pensar que quizás tal totalidad sea sólo un reflejo equivocado de nuestro propio comportamiento con las cosas. En todo caso, ello no denigraría el pensamiento, sino que lo haría digno, pues en sus límites él habría cumplido su honrosa función. Su fracaso sólo consiste en no darse cuenta de que no es culpa de sus límites que no pueda apresar el absoluto. El ser mismo ha optado por desentenderse de él.
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