Dado el carácter depresivo de nuestra época, tan heroico es sobrevivir a cada día como no caer en el lazo del escepticismo.
El cinismo se traiciona cuando niega la posibilidad de aceptar un dogma.
Es preferible admitir la inocencia juvenil de perseverar en lo indeterminado antes que la arrogancia senil de anclarse en el escepticismo.
El escepticismo, la más noble vía de paso de nuestros pensamientos, la mayor trampa como su estación definitiva.
Debemos someternos amablemente al desarrollo físico de nuestro pensamiento.
La lógica del pensamiento no viene impuesta por su propia reflexión, sino más bien por el desarrollo de aquello que le permite existir como pensamiento.
Nada puede acatar el pensamiento que no sean las directrices que en todo momento se le imponen como lógicas.
Lo definitivo en nuestro pensamiento no viene dado por el propio pensamiento.
La física del pensamiento, que no es exterior al pensamiento, y que tampoco es su lato resultado.
¿Quién puede ordenar a alguien qué es lo que él debería pensar en este caso?
El sentido de mi pensamiento es la esperanza de que mis convicciones dogmáticas se vean refutadas por el transcurrir de la experiencia.
Un filósofo que busca la refutación de sus terribles intuiciones, cuyo trabajo consiste en buscar obstáculos a sus fundamentales convicciones.
De lo que se trata siempre es de encontrar un asiento cómodo en la espera de la muerte.
Tirar del hilo de nuestras contradicciones es como deducir matemáticamente la fórmula de nuestro alma.
A veces hemos de encontrarnos a gusto en el disfraz momentáneo de una convicción.
Admitir la irracionalidad del mundo no significa convertirse en un apóstol de las penas.
Nadie más pesimista en cuanto al destino del hombre como el estoico; y nadie más capaz de encontrarse feliz entre las cosas.
Ser coherente con una concepción trágico-cínica del mundo supone, invariablemente, reducir a su mínima expresión la importancia de las penas.
Una cosa es hallar el principio de toda realidad en la unidad de nuestro sufrimiento, y otra, reducir la realidad al mero sufrimiento.
Nada más fácil hoy en día que proclamar a gritos el Apocalipsis.
Nuestras convicciones responden a cambios de ánimo tanto como los cambios de ánimo responden a nuestras convicciones.
El erudito elude la refriega final y aparece así como un hombre que alberga pensamientos con coherencia; el verdadero filósofo se enfrenta desnudo con el sinsentido, y le juzgan como un hombre débil y sin consistencia.
Ocultan sus miedos más profundos entre los pliegues elusivos de la tesis doctoral.
Su talento para ocultarse es lo que hace del erudito un fracasado respetable.
Escribir enciclopedias sobre la ignorancia, desarrollar técnicamente la confusión, profundizar en la banalidad, es el trabajo propio del filósofo académico.
Eludiendo nuestra responsabilidad hemos conseguido coronarnos cum laude.
El cinismo se traiciona cuando niega la posibilidad de aceptar un dogma.
Es preferible admitir la inocencia juvenil de perseverar en lo indeterminado antes que la arrogancia senil de anclarse en el escepticismo.
El escepticismo, la más noble vía de paso de nuestros pensamientos, la mayor trampa como su estación definitiva.
Debemos someternos amablemente al desarrollo físico de nuestro pensamiento.
La lógica del pensamiento no viene impuesta por su propia reflexión, sino más bien por el desarrollo de aquello que le permite existir como pensamiento.
Nada puede acatar el pensamiento que no sean las directrices que en todo momento se le imponen como lógicas.
Lo definitivo en nuestro pensamiento no viene dado por el propio pensamiento.
La física del pensamiento, que no es exterior al pensamiento, y que tampoco es su lato resultado.
¿Quién puede ordenar a alguien qué es lo que él debería pensar en este caso?
El sentido de mi pensamiento es la esperanza de que mis convicciones dogmáticas se vean refutadas por el transcurrir de la experiencia.
Un filósofo que busca la refutación de sus terribles intuiciones, cuyo trabajo consiste en buscar obstáculos a sus fundamentales convicciones.
De lo que se trata siempre es de encontrar un asiento cómodo en la espera de la muerte.
Tirar del hilo de nuestras contradicciones es como deducir matemáticamente la fórmula de nuestro alma.
A veces hemos de encontrarnos a gusto en el disfraz momentáneo de una convicción.
Admitir la irracionalidad del mundo no significa convertirse en un apóstol de las penas.
Nadie más pesimista en cuanto al destino del hombre como el estoico; y nadie más capaz de encontrarse feliz entre las cosas.
Ser coherente con una concepción trágico-cínica del mundo supone, invariablemente, reducir a su mínima expresión la importancia de las penas.
Una cosa es hallar el principio de toda realidad en la unidad de nuestro sufrimiento, y otra, reducir la realidad al mero sufrimiento.
Nada más fácil hoy en día que proclamar a gritos el Apocalipsis.
Nuestras convicciones responden a cambios de ánimo tanto como los cambios de ánimo responden a nuestras convicciones.
El erudito elude la refriega final y aparece así como un hombre que alberga pensamientos con coherencia; el verdadero filósofo se enfrenta desnudo con el sinsentido, y le juzgan como un hombre débil y sin consistencia.
Ocultan sus miedos más profundos entre los pliegues elusivos de la tesis doctoral.
Su talento para ocultarse es lo que hace del erudito un fracasado respetable.
Escribir enciclopedias sobre la ignorancia, desarrollar técnicamente la confusión, profundizar en la banalidad, es el trabajo propio del filósofo académico.
Eludiendo nuestra responsabilidad hemos conseguido coronarnos cum laude.
Érase una vez un sabio especializado en todas las porosidades de la imbecilidad.
Ganar un sueldo, a costa de las ansiedades metafísicas de mis alumnos.
El primer acto de bondad de todo filósofo auténtico debe ser anticipar en sus escritos toda posible crítica que más tarde pueda reprocharle algún lector. Es una amabilidad evitar al otro el trabajo innecesario.
Sólo la vanidad y el egoísmo pueden evitar que la filosofía se comprenda como un auténtico aburrimiento.
Ganar un sueldo, a costa de las ansiedades metafísicas de mis alumnos.
El primer acto de bondad de todo filósofo auténtico debe ser anticipar en sus escritos toda posible crítica que más tarde pueda reprocharle algún lector. Es una amabilidad evitar al otro el trabajo innecesario.
Sólo la vanidad y el egoísmo pueden evitar que la filosofía se comprenda como un auténtico aburrimiento.
3 comentarios:
Antiacademicismo que tanta falta haces ¿por qué no invades más conciencias?
Qué será de nosotros...estoicos!
Cum laude.
Saludos.
David... si supiera llenaría este tablón de comentarios de onomatopeyas y sonidos guturales... Ante el pensamiento puro expresado con tanta elocuencia com sencillez sólo cabe el silencio (que no quiero callar todavía), el metalenguaje o el sentimiento de lo sublime ante una fórmula de gran belleza formal y conmovedor minimalismo: E=mc2
Saludos... pau
Gracias por vuestros comentarios, pau, y karmen, y por vuestros animos! saludos...
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