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martes, agosto 12, 2008

El método

Arriesgarlo todo. No importa lo que se haga, no hay que satisfacer a ninguna divinidad. El mundo es un laboratorium salutis, al decir de Bloch. No saldremos nunca del taller. El taller es nuestra casa, nuestro descanso, nuestro trabajo. Por lo tanto: también nuestro éxito y nuestro fracaso. No hay exposición, actuación, día de prueba en el que lo trabajado en el taller haya de revelarse al mundo. Porque la actuación resulta ser el compendio general de todos los días de trabajo. Pero, ¿qué hace el artesano en su taller? ¿Evita ciertos útiles, ciertas herramientas, ciertas posibilidades? El artesano utiliza todo lo que hay. No se trata de escoger las mejores posibilidades para tratar de llegar al final lo más pronto posible. El final no es la actuación delante del mundo, sino el aplastante fracaso de la muerte. El día del final, ese por el que parece que damos todos los demás días de nuestra existencia, es un día fúnebre, triste, inútil, en el que ninguno de los espectadores podrá evitar un nudo fatal en la garganta. No nos interesa ese día. Nuestra actuación ha empezado desde siempre. Ya siempre estamos actuando, si es que alguna vez actuamos. Ya siempre estamos exponiéndonos, si es que podemos acaso hacerlo. Y lo que consideramos errores son nada más escenarios de esa obra, sentidos que desde siempre están ya justificados y consolidados.

Arriesgarlo todo. Si el poeta se distingue en este caso del común de los mortales, es porque no ha tenido miedo a usar todos los útiles a su alcance. No le importa fracasar. Cualquier fracaso es un éxito de cara al mayor de los fracasos: la muerte. La mejor actuación resulta en un ridículo espantoso cuando el día del verdadero espectáculo, el último día, llega ese terrible espectador. Es el espectador decisivo, aquel que ha permitido la función y el que se asigna el privilegio de darla por concluida. No, la función no tiene como fin ese día. Al contrario, a medida que avanzamos hacia el último día, nuestra obra tiene el derecho de hacerse más flexible, menos exigente. Cada vez podemos utilizar más cosas en nuestro taller. No nos extendemos suficientemente sobre él, porque a menudo olvidamos que el taller es el mundo. Nuestro miedo consiste en extendernos y en perdernos en él. Pero de eso justamente se trata. Solo una vez protagonizamos esta función. No hay útil que perder, experimento que realizar, batalla que lidiar. Toda experiencia es fundamento y es fuerza. Hay que agotar los útiles del taller. Ese es el verdadero artesano. Por tanto, no aquel que ha logrado el mejor experimento, sacrificando sus posibilidades, sino aquel que, hastiado e incluso roto, ha aprovechado al límite la experiencia de sus fracasos. Porque sabe que el fracaso es, para decirlo con Leopoldo María Panero, la más resplandeciente de las victorias. Pero sobretodo porque el fracaso es el fracaso final, inherente a toda vida, a toda función. El fracaso de la muerte.

4 comentarios:

Johannes A. von Horrach dijo...

David, buen regreso al blogerismo activo, camarada. Por lo que veo, vuelve con energías. Tantas que, con estos calorazos (en Mallorca rozaos hoy los 40 grados), me resulta un poco complicado seguir bien e texto. Mañana me lo vuelvo a leer y le comento.

abrazos

Unknown dijo...

Hola, Horrach, gracias por volver por aquí. Cuídese de las altas temperaturas. Un chapuzón siempre viene bien (cosa que en Madrid, muy de vez en cuando echamos de menos). Saludos.

Anónimo dijo...

Muy bien por el regreso, David, como dice Horrach.

Ahora que, sobre la muerte como fracaso no hay consenso. No porque la muerte sea más bien ventaja, como dice el apóstol Pablo, sino porque lo bueno de la muerte es que cuando llega, ya no estamos, y por eso mismo no nos toca en lo más mínimo...

Johannes A. von Horrach dijo...

Ya he podido releer en condiciones tu entrada, David.

Me gusta esa idea del poeta como el único consciente de la idea central de todo proyecto: el fracaso. Lo fascinante es que esa certeza no implica que los proyectos (los del poeta, al menos) se dejen de lado, sino al contrario. La conciencia del fracaso le da a esos proyectos una fuerza mucho más poderosa que la que tendría si pensara que se puede escapar al fracaso. El fracaso metafísico abre posibilidades, y permite que las líneas discursivas unilaterales se quierebren y abran así a fuerzas esenciales.

shalom

PD: un Gran fracasado: http://es.youtube.com/watch?v=okiXKxosNeg