-Estuve con él esta mañana, frente a la estatua. Largamente me quedé contemplando, ensimismado, su ruinoso pensamiento.
- Es sin duda un caso trágico, una desgracia. Él más que nadie ejemplifica la tragedia natural del mundo. Pero, anda, caminemos…conozco un lugar donde podemos charlar tranquilamente, a resguardo de los ojos de la policía.
- No deja de sentirse culpable por todo lo que ha hecho…los amigos, la familia, en realidad todo el mundo que lo trató en algún momento guarda un profundo rencor contra él…y él carga con esa culpa como un condenado, como un preso…en realidad, por eso se halla aquí con nosotros. Su corazón no es libre.
- La conciencia de la culpabilidad es la más macabra de las conciencias.
- En realidad, tiene motivos justificados para sentirse así. Sus crímenes son en verdad pavorosos, y no tenía otro destino que este lugar. Pero no menos pavorosa es su inclinación a pensar negativa y confusamente…¡No es posible razonar con él!
- Si, definitivamente es un hombre perdido… la última vez que lo vi me pareció algo así como un fantasma, hasta el punto de que a veces creo que ya pertenece a los muertos…
- ¡Es verdad! La misma sensación tengo yo; pero hay que decir, en su honor, que en este lugar existen hombres vivos más muertos que en el mundo normal, aunque algunos alcancemos una apacibilidad sólo propia de los poetas…el pensamiento es lo que daña al hombre, y nosotros hemos conseguido librarnos de él..¿qué más se puede pedir? Gozamos libremente de la vida, sin pensamientos restrictivos ni principios de no contradicción. Todo lo que se diga es exactamente idéntico a lo que se calle; no debemos justificarnos frente a nadie.
- Excepto frente al guarda del sanatorio. Últimamente me mira de un modo raro; él, claro, sabe que yo no tomo mis medicinas; como tú, gozo sobriamente de mis fantasmas…me hacen sentir especial, rompen la monotonía del individuo que se sabe una contingencia…y por fin, siento acariciar con mis dedos el absoluto que todos anhelamos.
- Olvida al guarda del sanatorio, que por cierto es un policía. Tiene más crímenes en la espalda que este pobre hombre del que hablamos.
- Escucho ya la llamada para comer. Ojalá no haya pescado; lo detesto. Luego saldré por la tarde a pasear, antes de que oscurezca. El invierno neutraliza la fuerza de mis músculos, y pierdo mi belleza.
- Está bien…¿mañana, a estas horas?
- Sí…daremos un paseo detrás de los manzanos, y te enseñaré el juego de cartas que he inventado. ¡Deséame buen provecho! Y…ah! Si vuelves a ver a Dios, dale recuerdos de mi parte.
- Es sin duda un caso trágico, una desgracia. Él más que nadie ejemplifica la tragedia natural del mundo. Pero, anda, caminemos…conozco un lugar donde podemos charlar tranquilamente, a resguardo de los ojos de la policía.
- No deja de sentirse culpable por todo lo que ha hecho…los amigos, la familia, en realidad todo el mundo que lo trató en algún momento guarda un profundo rencor contra él…y él carga con esa culpa como un condenado, como un preso…en realidad, por eso se halla aquí con nosotros. Su corazón no es libre.
- La conciencia de la culpabilidad es la más macabra de las conciencias.
- En realidad, tiene motivos justificados para sentirse así. Sus crímenes son en verdad pavorosos, y no tenía otro destino que este lugar. Pero no menos pavorosa es su inclinación a pensar negativa y confusamente…¡No es posible razonar con él!
- Si, definitivamente es un hombre perdido… la última vez que lo vi me pareció algo así como un fantasma, hasta el punto de que a veces creo que ya pertenece a los muertos…
- ¡Es verdad! La misma sensación tengo yo; pero hay que decir, en su honor, que en este lugar existen hombres vivos más muertos que en el mundo normal, aunque algunos alcancemos una apacibilidad sólo propia de los poetas…el pensamiento es lo que daña al hombre, y nosotros hemos conseguido librarnos de él..¿qué más se puede pedir? Gozamos libremente de la vida, sin pensamientos restrictivos ni principios de no contradicción. Todo lo que se diga es exactamente idéntico a lo que se calle; no debemos justificarnos frente a nadie.
- Excepto frente al guarda del sanatorio. Últimamente me mira de un modo raro; él, claro, sabe que yo no tomo mis medicinas; como tú, gozo sobriamente de mis fantasmas…me hacen sentir especial, rompen la monotonía del individuo que se sabe una contingencia…y por fin, siento acariciar con mis dedos el absoluto que todos anhelamos.
- Olvida al guarda del sanatorio, que por cierto es un policía. Tiene más crímenes en la espalda que este pobre hombre del que hablamos.
- Escucho ya la llamada para comer. Ojalá no haya pescado; lo detesto. Luego saldré por la tarde a pasear, antes de que oscurezca. El invierno neutraliza la fuerza de mis músculos, y pierdo mi belleza.
- Está bien…¿mañana, a estas horas?
- Sí…daremos un paseo detrás de los manzanos, y te enseñaré el juego de cartas que he inventado. ¡Deséame buen provecho! Y…ah! Si vuelves a ver a Dios, dale recuerdos de mi parte.
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