
525. Identificarse con la propia época supone un riesgo no poco terrible para el filósofo; sobretodo si la época es indigente, miserable. Pues toda aproximación a lo venenoso ha de producir su reacción alérgica, y más si se da el caso de que el virus es potente, como de hecho es el de nuestro tiempo. Su única salvación consistirá por tanto en evadir la época, en menospreciar lo que sucede, en hablar una lengua más universal que la que prevalece ineptamente en la superficie del presente.
526. El malestar que nos produce nuestra época no puede desligarse de nuestro apego a ella; precisamente porque somos sus vecinos, porque de algún modo llevamos parte de su impureza en nuestra sangre, es por lo que nos sentimos afectados, contradichos. Aceptamos lo fragmentario porque es el único horizonte que sabemos recorrer, pero los defectos de esta fragmentariedad no se nos pasan por alto, y a menudo la lucha entre un impulso y otro no es sino la causa del destrozo final de nuestros nervios.
527. Predicamos la tensión entre lo absoluto y lo contingente, no la completa desaparición de lo primero en lo segundo.
528. Nuestra dificultad para pensar éticamente es el principio de ordenación de todas nuestras neurosis.
529. Allí donde el positivista ve hechos puros yo veo determinaciones humanas de la razón. La imposibilidad de pensar fuera de la razón es la causa de existencia de todo misticismo.
530. No es la elección de tu pensar la que determina que tu pensamiento no aprese la esencia de la vida, sino el solo hecho de que piensas.
531. La herencia del siglo de las Luces son nuestros estragos cerebrales, y la reacción contra esa herencia es la inyección letal que nos lleva al cementerio.
532. Se piensa mejor en estado de ebriedad porque el objeto de la filosofía es lo más lejano a la razón más sobria que podamos imaginar.
533. Como es bien sabido, Spinoza no era filósofo, sino relojero.