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miércoles, septiembre 28, 2011

Dos críticas al 15m y dos respuestas posibles


Quizás a estas alturas ya se haya disipado aquella persistente crítica que se ha escuchado a menudo y que nos hablaba de que movimientos como el 15m están constituidos fundamentalmente por las necesidades ociosas del burgués y la nostalgia elitista por una vida que orbitaba en torno al consumo y al capricho. Esta clase media ociosa se encuentra hoy en día al filo del abismo a causa de la ausencia de política- o la conversión de la política en siervo del mercado- y cada día lo experimentamos en propia carne con la llegada de los recortes sociales en aquello que es más importante para los ciudadanos.

Pero por otra parte nada más pertinente que esta movilización de las conciencias que se ha producido en el seno de la clase media. “En el peligro crece lo que salva”, decía Hoelderlin, y si esto es verdad, ahora es un buen momento para que esa supuesta clase media satisfecha de sí misma e inconsciente retome la cuestión de su propia identidad y su puesto en el devenir histórico- si es que no hemos penetrado ya el desierto atemporal del capitalismo internacional-. En medio de un tejido multipolar, atravesado ya el umbral del siglo XX, en una sociedad multiracial y multicultural, surge la pregunta de la unión posible de aquellos que no son los jerarcas de la sociedad y que no disponen del capital para eludir los estragos de la crisis.

La otra crítica se centraba en la ausencia de ideología de movimientos críticos como el 15m que se quieren apolíticos, asindicales y apartidistas. La ideología es el motor del cambio, pero contrariamente a lo que opinan muchos, la ideología no es un catecismo que haya que aprender desde niño y que esté dictado desde tiempos inmemoriables por profetas de origen divino. En otras palabras, la ideología no es algo inmutable que explica la realidad, pues, si es verdad que queremos hacer justicia a Marx, la comprensión de lo real no puede separarse de las condiciones concretas que producen todas las estructuras de la realidad en sus múltiples dimensiones. Esas condiciones no son las de la Inglaterra del siglo XIX, si no las de una sociedad que ha conocido la decadencia de las ideologías y el advenimiento de un desierto en lo relativo a valores, horizontes de vida y esperanzas metafísicas.

Así pues, la crítica al carácter burgués del 15m debe ajustarse a las condiciones materiales de existencia en las cuales se desarrolla el actual capitalismo, que se propulsa hacia un internacionalismo del capital desde el seno de la sociedad del bienestar. Mas también con ello se ilumina un aspecto interesante que valdría como réplica a esta crítica. Y es que si algo nos está demostrando el devenir de la política y la economía en estos últimos años, es que alcanzar un estado del bienestar relativamente estable es precisamente una inestabilidad que requiere el continuo esfuerzo y el control permanente. En efecto, la crisis nos demuestra la fragilidad de las democracias representativas y la necesidad de establecer para nosotros mismos, como sujetos y ciudadanos de esas democracias, un horizonte de perspectivas firmes en el que tanto la ideología como la crítica sean herramientas eficientes y permanentes que exijan un control continuo de nuestras instituciones. Desde esa perspectiva, la crítica del sujeto ocioso de la clase burguesa es tan necesaria como la del proletario, puesto que la pasividad política conduce al deterioro de un estado de bienestar social francamente frágil.

En cuanto a la crítica de la ideología, ya hemos apuntado el núcleo de la respuesta. La ideología no es algo estático e inalienable en el tiempo. Con respeto hacia aquellos que han dejado su vida en el camino para que hoy tengamos una serie de derechos imprescindibles y justos, más allá de la injusticia necesaria que representa la historia, la ideología ha de ser algo ajustado a la realidad y no edificado sobre el pasado o sobre estructuras inexistentes. Esto, por supuesto, no implica pensar que, por ejemplo, el anarquismo sindical no sea válido hoy en día. Todo lo contrario, lo es más que nunca. Lo que quiero señalar es que no se puede exigir a un ciudadano de clase media aquel nivel de compromiso que caracterizó a los revolucionarios libertarios de la guerra civil, por ejemplo. Pero si es verdad que día a día el capitalismo internacional va ocupando puestos de libertad más anchos sobre nuestras vidas, si es verdad que la emancipación del hombre está cada día más lejos, la ideología ocupará también poco a poco más importancia. La ideología es, en fin, contemporánea de las condiciones concretas en que se desarrolla la historia humana, y no un decálogo ancestral sobre el que ejecutar de forma estática las leyes que los profetas del pasado impusieron por designio divino. Ello sin menosprecio del hecho fundamental, a saber: que la ideología es producto de las circunstancias concretas y no al contrario.

La clase media tiene derecho a protestar si no quiere ver empobrecida su vida en las parcelas más fundamentales. Por otra parte, la ideología tendrá su lugar cuando la coyuntura histórica lo permita. El horizonte ideológico forma la base de las acciones en el presente, pero toma su forma definitiva bajo la coyuntura adecuada. Bajo estas dos perspectivas, planteo la posibilidad de responder a algunas de las críticas habituales que he escuchado sobre el movimiento del 15m y de los indignados en general.

lunes, septiembre 19, 2011

Apología del pensamiento utópico.

No deja de ser sorprendente el profundo prejuicio que existe en nuestra sociedad contra aquellos que tienen esperanzas en la realidad de un mundo distinto del que nos corresponde. El desprecio del pensamiento utópico ha venido a añadirse como un sentimiento de justicia moral, en el sentido de que ser utópico ya no es solo despreciable sino que además es algo indigno, casi inmoral. Al utópico se le mira con desconfianza, y lo primero que se le reprocha es su irresponsabilidad ante la apreciación correcta de la realidad que le rodea.

Y es que también la realidad se ha vendido en nuestro mundo como objeto prefabricado. Más allá de las razones del utópico, el concepto de realidad aceptado en nuestra sociedad es el de una estructura impersonal, metafísica, más allá de todo control y responsabilidad individual, que nos subyuga como piezas de un entramado absurdo en el que no solo no debemos preguntar por su legitimidad, sino que además estamps obligados a sentir la emoción de la culpa cuando caemos en ese pecado imperdonable. Olvidamos de este modo que nuestro mundo es un mundo humano, forjado por la acción del ser humano y no por los designios inexcrutables de los dioses. Y con este olvido no nos diferenciamos mucho de los antiguos con su creencia en la moira y en la imposibilidad de dominar nuestras propias existencias. Lejos estamos del hombre renacentista o ilustrado con su fe en la voluntad humana y en su papel central como dominador de la naturaleza.

La apelación al pensamiento utópico se convierte de este modo en algo no muy distinto a una actitud de desafío inmoral sobre lo que los dioses- en este caso representados por mercados, estados y corporaciones- han elegido para nosotros. Rebelarse contra lo dado es un síntoma de inmadurez o de profunda inmundicia moral. El utópico es expulsado de los debates y se le margina desde el instante en que tiene fe en la potencia de la voluntad humana. ¿No es esto paradójico? Aquel que cree en la capacidad creativa del género humano, aquel que cree en un modo más justo de distribución social de la riqueza, o aquel que cree que no todo está perdido con los hombres, es arrojado al silencio más absoluto. Creo, sin embargo, que hay dos razones fundamentales para apostar por un pensamiento utópico, mucho más allá de la confianza o desconfianza que tengamos en la capacidad del género humano por lograr la emancipación.

El primero tiene bases metafísicas, y se basa en apostar por la apertura fundamental del mundo. En nuestra ayuda viene Ernst Bloch y el principio metafísico que concibe el mundo como el laboratorio de la salvación, como un ensayo continuo y abierto en el que aún no hay nada decidido. La contingencia de la historia de los pueblos y civilizaciones, la imposibilidad de determinar científicamente el destino de los pueblos y consideraciones por el estilo nos hablan de la estructura moldeable, flexible, abierta, del mundo de los hombres. Nada hay determinado de antemano: esta es una razón suficiente para luchar y no perder la confianza en la existencia potencial de distintos mundos posibles.

El segundo es moral, y en realidad es el más importante. Más allá de razones y certezas, debería existir en nosotros un profundo impulso por no permitir que un yugo insoportable nos esclavice más allá de nuestras fuerzas. Más allá de razones y certezas, debería existir en nosotros la voluntad creativa por transformar activamente nuestro mundo al margen de las imposiciones de instituciones y estados sobre nuestros cuerpos. Esta voluntad de transformación no es solo política. Se evidencia en todas las facetas de nuestra vida humana, desde nuestra alimentación hasta la forma de organizar nuestro trabajo pasando por la gestión del ocio. La voluntad creativa es una de las cosas más ricas que posee el género humano. Esta voluntad pasa por aceptar el dogma sisífeo que rechaza la posibilidad de un horizonte real de expectativas. Va más allá y se ejercita en esta creatividad independientemente de su éxito. Porque el éxito es ya el trabajo. El éxito se encuentra en el propio proceso mediante el cual el individuo no se somete a coerciones sociales, psicológicas o divinas, o lucha por minimizar este sometimiento. La lucha por la emancipación no depende de las perspectivas de su propio éxito, para una moral sisífea o tantálica que encuentra en su propio trabajo el criterio de su satisfacción.

Nada es vano cuando el éxito es independiente de nuestro trabajo. Tener esa voluntad creativa por producir formas nuevas en todos los aspectos de la vida, con independencia del yugo mortífero de las instituciones y reglas impuestas sobre nuestras mentes y cuerpos, es el criterio de toda ética utópica o pensamiento utópico. Cuando las razones filosóficas y la voluntad creativa confluyen en un mismo criterio, entonces tenemos el orgullo de ser hombres utópicos. La aceptación de lo dado es la aceptación de la muerte en vida. Y mientras exista una pìedra que subir, o un estado represor contra el que luchar, el pensamiento utópico será el eje indispensable para todo logro fructífero.

sábado, septiembre 03, 2011

El 15m como bisagra: el paso definitivo.


Se dice que el ciudadano español comienza a despertar de su sueño. En algunas pancartas, hemos leído que ya hemos despertado. Y es que es verdad: hemos despertado de un sueño que nunca tuvimos que tener. Este sueño incluía el propósito de medrar como individuo al margen de los intereses de la comunidad, el deseo de gozar de los bienes inmediatos y un desinterés nihilista por el futuro que cebaba su ansiedad en el gozo del consumo y el placer inmediato. Sin embargo, parece ser que este reproche no se le puede hacer al ciudadano indignado, el nuevo héroe de nuestro maltrecho y decadente estado del bienestar.

Vale la pena detenerse en este punto y arrojar un poco de luz crítica sobre los fenómenos que se han desatado en nuestro país estos últimos meses. Muchos hemos visto al movimiento de los indignados como el auténtico agente del bienestar social, o, como dice Juan José Millás, el héroe colectivo de nuestro tiempo. Pero estas afirmaciones, hechas con el entusiasmo y el corazón, hay que hacerlas con cautela. Nada tan ambiguo y problemático como el movimiento 15m y sus impulsos originarios. El movimiento de los indignados es un agente social importante, hoy en día, pero no lo es en tanto verdadero sujeto de una revolución genuina como en bisagra, bisagra contingente y oportuna de un estado de cosas cambiante y en plena evolución- o involución- y que representa la cara más amarga-pero más real- del capitalismo salvaje.

El capitalismo suele ser el mejor vendedor de sueños. Nada iguala su potencia sugestiva y su capacidad de generar placer. En medio de su mejor fachada, el ciudadano se cobija en su autotelismo y rechazo a lo público tanto como ama el placer privado que le otorgan sus hijos y familia. Es solo en los momentos de evolución crítica, esos momentos absolutamente lógicos y necesarios, que el capitalismo recrudece su lógica y castiga a aquellos a quien dice proteger, que el ciudadano egoísta y cerrado en sí mismo ebulle en un acceso de furia y se manifiesta en la plaza de su pueblo. Este acto no es de por sí condenable. Pero exige una actitud crítica, y, en todo caso, cualquier cosa menos un aplauso incondicional. Veamos por qué.

La actitud antipolítica no es en realidad algo moralmente rechazable. Muchos siglos de tradición, desde el cristianismo hasta San Agustín pasando por Kierkegaard o Nietzsche hasta nuestro tiempo, nos hablan de un rechazo del mundo a causa de su maldad que está bien legitimado desde el punto de vista filosófico. Nada más extraño en nuestro tiempo que una actitud pública en medio de un mundo absolutamente extraído de cualquier control público y social. Hasta aquí, la actitud política y colectiva del 15m tiene su razón de ser, aún o precisamente cuando su razón se halle en el seno de un capitalismo muy desarrollado que hace tiempo ha extirpado de sí cualquier tipo de conciencia o identidad social.

Mas el problema se complica cuando el movimiento hace de toda política social el espacio de su monopolio. Y digo esto porque desde que el movimiento se asigna a sí mismo la prerrogativa de toda esencialidad política- o prepolítica-, en la medida en que sus tesis fundamentales relegan a cierta contaminación política cualquier afiliación o militancia ideológica, ejercen una especie de derecho moral implícito sobre las demás manifestaciones que no es solo ilegítimo, sino que es de hecho injusto. Esto se explica por una sola razón: porque el movimiento 15m es un movimiento bisagra, que se encuentra en medio de una conciencia parcialmente emergente sobre los males del capitalismo desde la clase más favorecida de este último, y las grandes reivindicaciones de las clases más afectadas desde el punto de vista histórico y desde la militancia propiamente política.

Por decirlo de otro modo: ya basta con la ingenuidad de que el movimiento 15m es asindical, apolítico, a-todo. Tomar en serio esta tesis solo puede significar aceptar la hipocresía o la ingenuidad. Hipocresía, quien sabiendo lo que implica toda posición política en ese mundo espantoso que es la lucha política entre agentes sociales diversos, o ingenuidad, si es que no se saben todavía las reglas del juego. Porque la política es interés; porque no existe ningún agente que capitalice o monopolice el derecho y la legitimidad del género humano, ni tampoco sus aspiraciones más justas. Y aún más, tampoco se puede monopolizar la causa justa despreciando la historicidad de las conquistas ejercidas por grupos ideológicamente orientados.

La ingenuidad establecida desde el principio por los parámetros del 15m solo puede tener la causa del movimiento de mediación que representa el propio 15m: entre la conciencia negativa- en el sentido de conciencia puramente subversiva- de los males del capitalismo avanzado, y la posible- o no-conexión con movimientos de izquierdas tradicionalmente legitimados.

Es precisamente esta mediación, este movimiento que surge desde el malestar ocasionado en el mismo seno de los hijos del capitalismo, que hace pensar a estos hijos en un sistema más justo. Nada más legítimo. Pero hasta que estos hijos no sean también conscientes de que el discurso que ha hecho posible una izquierda vista cada vez más como algo arcaico, ineficiente e ilegítimo, hasta que el movimiento no se transforme en tesis para dejar de ser simplemente pura subversión, no habrá un verdadero cambio y una verdadera revolución. La negación consciente que hacen los indignados de las posiciones sólidas de izquierda, no se puede consentir, sea producto de la ignorancia o de la hipocresía. Y no solo eso. El movimiento mismo tiene que respaldarlas y saberse consciente de qué es, lo que implica tomar conciencia de su posición política determinada. Lo que significa tanto como renunciar de una vez a su eslógan aparentemente indeterminado, pero que recoge el verdadero discurso de la clase política capitalista. Sería su paso definitivo para lograr la auténtica legitimación.

miércoles, agosto 24, 2011

Ideología y creación de la historia: Los obstáculos del 15M.



La ideología ha sido tradicionalmente algo más que un invento especulativo. Si la ideología ha funcionado, es porque ha servido de mapa de orientación en un mundo de fuerzas diversas, porque ha sabido movilizar las potencias de los sujetos colectivos que constituían ese mundo o porque ha representado las aspiraciones e intereses de muchos de ellos. Es verdad que parte de la esencia de la ideología es historia, y en la medida en que historiza, también la ideología ficcionaliza. Mas si algo positivo en medio de esta ficción ha realizado la ideología, ha sido precisamente elaborar un patrón de sentido en medio del caos. No olvidemos que nuestra propia personalidad es asimismo una ficcionalización. Como decía Hume, apenas somos un caos de percepciones. La unidad de la razón, el esquema imaginativo kantiano, tiene pues aquí la labor de formar- en su sentido originario- la estructura comprensible que permita el abordaje del sentido de nuestras propias vidas.

Mas la ideología también significa otra cosa: la experiencia histórica, el patrón de memoria de ciertas actividades colectivas. La ideología burguesa es la memoria de una clase que ha luchado durante siglos por constituir el monopolio de un cierto poder que aún pesa sobre nuestras espaldas; la ideología comunista ha constituido el recuerdo de una lucha histórica de cierta clase por cambiar su constitución social originaria, etc. La ideología, pues, no solo ficcionaliza o historiza, sino que además unifica la comprensión de un pasado en el que las fuerzas activas han superado cualquier conato de perspectiva imaginaria. Porque si la ideología tiene un componente originario, lo cierto es que las fuerzas reales que ha movilizado han dejado una huella imborrable en el pasado histórico, que también se construye con la sangre y el sudor reales de miles de personas.

La ideología de nuestro mundo, no obstante, es la total ausencia de ideología. La ciencia se ha emancipado de la totalidad para arañar sus perspectivas particulares en total desconexión con cualquier propósito de unidad u objetivo universal; la conciencia colectiva se halla destrozada en las miles de particularidades inconexas que forman nuestra sociedad, cuyas supuestas unidades las llamamos individuos, no obstante tales a su vez sean elementos absolutamente escindidos en su interior; en definitiva, la incapacidad de cohesión que ha demostrado la evolución de la civilización capitalista ha sido tan aplastante que ha enviado al paraíso de la utopía cualquier creencia racional en la verdadera emancipación del ser humano.

En medio de todo esto cualquier surgimiento de conciencia colectiva está destinado a afrontar la mayor de sus tensiones: la de la imposición histórica de la creencia en la individualidad del ser humano como algo constitutivo y natural; la de la negación de la ideología en nombre de la ciencia y la objetividad pragmática; y la de la desesperanza, producto de la sociedad que legitima este discurso. El movimiento de los indignados es así hijo de esta historia, la historia que nuestro mundo capitalista ha legitimado para sus hijos, para sus socios y para sus esclavos. Pero mal se entiende todo esto cuando se critica, del movimiento de los indignados, que son hijos del capital y de la clase media, en detrimento de una conciencia de clase obrera y proletaria. Mal se entiende entonces la dialéctica, que lucha continuamente contra sus propias contradicciones y se cuece en el interior de ellas. La conciencia de lo otro solo puede surgir cuando lo uno domina la totalidad del sistema. Y justo allí donde las debilidades del sistema se hacen patentes, y sobre todo cuando ya son tan aplastantes que no se pueden soportar.


Que exista una historia paralela no es asunto de la ciencia. Que exista una historia paralela es producto más bien de la voluntad colectiva humana, de la creatividad- por recordar la palabra tan querida por Chomsky- del ser humano por construir su identidad en medio del devenir histórico y traducir sus esperanzas y deseos en realidad e historia. Hay que sustituir la mentalidad pragmática y supuestamente objetivista de la ciencia por la voluntad de la novedad y la emergencia, características esenciales de todo progreso humano. Mas para todo ello el primer enemigo es la constitución de una nueva conciencia. Esta conciencia será siempre precaria, problemática y llena de tensiones. Está enfrentada tanto con el sistema decimonónico y la objetividad creada de su historia, como con los luchadores centenarios que llevan ya siglos luchando contra aquella. Es esta tensión la que han de solventar grupos de conciencia colectiva como el 15m, si quieren de ahora en adelante llegar a sobrevivir.

viernes, agosto 19, 2011

Evolución y Revolución: La dinámica del 15M.

Algo inexplicable. Tras meses de luchas públicas continuas, la actividad del movimiento 15m se ha visto sofocada cuando no suspendida justo en un momento radicalmente triste para gran parte de la sociedad española: la venida del monstruo fundamentalista Joseph Ratzinger. En un momento en el que la conciencia pública debía haberse desatado, como una tromba, sobre la injusta financiación de una no menos injusta Iglesia Católica, de pronto el globo se deshincha y las fuerzas críticas se dividen.

Pero no podía ser de otra manera. La inclusión ilimitada, único dogma controvertible que aquilata todo el edificio axiológico del 15m, se ha convertido poco a poco en un obstáculo más que en una herramienta dinámica. El respeto a los principios del otro, en un primer momento honorable, ralentiza más tarde la cristalización relativa cuando no la impide: la conciencia pública termina por extenderse hacia atrás, coincidiendo con la totalidad de la vida pública, donde no existen homogeneidades ideológicas perceptibles, sino simplemente la yuxtaposición infinita de cada dios y cada demonio particular.

Y es que toda lucha social establece de inmediato sus objetivos y sus incompatibilidades. De hecho, este vocablo, “lucha”, nos informa por sí mismo de que aquellos que la apoyan tienen más enemigos que amigos; de que su campo de acción no es el diálogo eterno, sino los objetivos concretos, que suponen o implican el derrocamiento de aquellos que, en su necesidad por conservar el poder, harán todo lo posible por conservarlos lejos de los que están luchando. Dicho esto, parece que aquello que describía la complejidad de un movimiento que al parecer sobresalía por nuestra incapacidad categorial por apresarlo, pesa cada vez más como una nota de su impotencia que como una verdadera novedad. Dicha impotencia viene, a mi modo de ver, causada por la composición de su tejido ideológico, del cual podríamos observar tres notas fundamentales:

1)El sector reformista a corto plazo; en él podríamos incluir, a primera vista, plataformas afines a DRY y similares, incluyendo las propuestas de un nuevo partido político: proponen una reforma de las leyes electorales, mayor justicia distributiva en los beneficios de la clase política, y una reforma parcial de la democracia. En ellos predomina la escasa militancia política. Son los más orientados políticamente, pero también los más moderados. Su ideología es débil. Intentan evitar posiciones estáticas desde el punto de vista político, y buscan mediaciones que vayan más allá de las estrategias identitarias forjadas por las distintas tradiciones de pensamiento político.

2)El sector radical, formado sobre todo por elementos de militancia activa e historial revolucionario. Aquí se encuentra el anarquismo tradicional, distintas plataformas de ideología fuerte o con tradición histórica, comunistas y republicanos. Están orientados políticamente pero tienen conciencia de su posición en el conjunto de la sociedad y unos objetivos claros. Su ideología es fuerte. No temen expresar su pertenencia a tradiciones ideológicas con peso histórico y se posicionan a la izquierda.

3)El sector que podríamos llamar de pensamiento social. En él se encuentran plataformas ecológicas, altermundistas, sectores antiglobalización, movimientos pacifistas y de concienciación social. Son los menos politizados, con menor definición intelectual de su ideario, que proponen un modo alternativo de distribución en la riqueza económica del mundo. En él caben utopismos de toda clase, espiritualismos y otras alternativas ideológicamente débiles. Su tejido político es débil.

Esta caracterización no es, desde luego, todo lo fiel a la realidad que debería ser. Pero creo que podría servir de esquema o patrón básico para adentrarse en la jungla 15m. En la medida en que las distintas orientaciones internas del movimiento se definan de una u otra forma, podremos asegurar el continuamiento de este movimiento o su disolución. La venida del Papa en estos días ha suscitado que el bloque segundo, formado por componentes de larga militancia y conciencia ideológica fuerte, comience a dudar de su pertenencia o apoyo al movimiento. Por otra parte, es este bloque el que debería actuar de pedagogo político y formador de voluntad política de los otros dos bloques, menos duchos en experiencia y faltos de dimensión teórica. La conexión de los tres bloques en principio ha dado como resultado las amables experiencias pasadas que hemos saludado todos con satisfacción, desde el día 15 de Mayo. Pero si el movimiento no cohesiona estas distintas sensibilidades corre el riesgo de entorpecerse y perder toda la fuerza que al principio tuvo. Si la izquierda tradicional no tiene la paciencia necesaria, el 15m perderá el eslabón teórico y la experiencia política que necesita para poder seguir su curso. Esperemos que todo no termine como una simple explosión de fuegos artificiales.

lunes, agosto 15, 2011

La democratización de la enfermedad mental.

Si la finalidad de la filosofía de la Ilustración era alcanzar la emancipación del ser humano y evitar sus sujeciones a poderes extraños, ha logrado justo lo contrario: sujetarse a sus propios poderes. La bestia de la razón, entrada ya en la mayoría de edad, ha podido emanciparse de su viejo amo y tomar el manejo de las reglas, estableciéndolas a su favor. La emancipación ilustrada del hombre se ha convertido en la emancipación de los poderes del hombre. Pero los poderes del hombre han conjurado contra la emancipación del hombre mismo.

Un mundo muy distinto al imaginado por los ilustrados se abre ante nuestros ojos. En él se han erigido, en el lugar del poder feudal y señorial, estructuras impersonales que atan mediante la fuerza de la ley y la violencia a las masas indefensas. Estas estructuras ya no tienen capacidad de legitimación, mas tampoco representan la acción determinada de unos hombres guiados por intereses concretos. La teoría marxista de la lucha de clases se pulveriza en un mundo en el que el interés queda cuanto menos difuminado por la emancipación de estructuras impersonales al margen de la planificación racional. Esta razón funcional (Mannheim), ha perdido de vista cualquier evaluación de medios y fines en torno a la satisfacción general del ser humano, incluso en torno a la satisfacción de una clase social determinada. Desde ese punto de vista, nuestra civilización ha dejado de ser humana, puesto que entre sus objetivos no se encuentra el ser humano como fin.

En medio del fervor por lo objetivamente impersonal, en medio de una civilización en la que prima el dato técnico sobre la evaluación moral, resulta cuanto menos sospechoso buscar singularidades responsables en cuyas manos se encuentre no solo la finalidad del mundo, sino su manipulación efectiva. La ausencia de autoridad legítimamente responsable no sacia, sin embargo, la sed de las masas por hallar una figura de dominio, entre cuyos planes se encuentren finalidades concretas a largo plazo. La necesidad por encontrar una figura intencional en medio de un mundo racionalmente autónomo, produce como consecuencia la implantación de una nueva figura ideológica que ya tiene sus señas de identidad: la psicosis paranoica.

Y es que con esto no certificamos la muerte de cualquier intencionalidad. En efecto, existen una serie de poderes concretos con sus intereses específicos. Pero estos planes racionales ya no aluden a una finalidad conjunta que de forma a la evolución histórica del mundo, si es que podemos utilizar estas palabras para denominar el devenir de las culturas. La monopolización del interés en torno a las necesidades particulares despoja de su poder a figuras de autoridad que dominen una maquinaria mundialmente burocratizada que se guía ya por sus propias reglas. El interés de unos pocos redunda en el malestar de unos muchos, pero no es capaz de configurar una estructura de poder global con interés en el sentido de comprender en el núcleo de este interés una finalidad determinada para las masas que pueblan nuestro mundo, excepto la del predominio del caos.

Porque de otro modo no se haría cada vez más común esta figura patológica que ya irrumpe en la razón común dejando de pertenecer al imaginario psiquiátrico: la psicosis paranoica pone esa realidad que se encuentra ausente o quizás oculta, estableciendo la ausencia de dimensión de planificación que define la estructura de nuestro mundo global. El fin de la historia (Fukuyama), la muerte de Dios (Nietzsche), la muerte del hombre (Foucault) y todos los imaginarios del fin de la cultura occidental se dan cita en la ausencia de fines globales para el ser humano, en la monopolización de la dirección global por la particularidad del egoísmo individual, y por el éxito de las estructuras de poder impersonales que dominan el mundo.

Pero un mundo sin intereses no es un mundo. Un ser humano sin historia no es un ser humano. Ese pensamiento que los postmodernos pensaban iba a erigirse en el siglo XXI como el nuevo pensamiento soltado de las riendas de la tradición filosófica es aún difícil de imaginar. La ausencia de Dios ha dado como resultado un nuevo dios, esta vez un dios oculto y con intenciones perversas: ya sea en la figura del club Bilderberg, en el G8 o en los Iluminati. La muerte del hombre ha dado como resultado un nuevo hombre, en contacto con los extraterrestres, manipulado genéticamente y con las peores intenciones imaginables. En el área 51 se cuecen aquellos intereses globales que parecen inexistentes en boca de políticos y de banqueros; en los contactos aleatorios con fuerzas oscuras se dan cita las necesidades teológicas arrebatadas por la burocratización global a las masas desheredadas. La psicosis se establece, alejada ya de sus notas patológicas. La era de Pynchon ha triunfado sobre la de Balzac. Una cosa está cada vez más clara: la enfermedad mental ya no es patrimonio de unos pocos. El siglo XXI será, entre otras cosas, a la vez la des-patologización de la psicosis y la democratización misma de la enfermedad mental.


miércoles, agosto 03, 2011

¿Qué es el 15M?

¿Qué es el 15M? Una de las preguntas esenciales que parece no poder responder de forma inmediata este movimiento zumba de continuo entre las personas que pretenden dar una estructura determinada al mismo, también entre las personas con estricta militancia que se acercan y acaban confundidos, por no hablar de los que simplemente se acercan a escuchar sus asambleas. ¿Qué es, pues, el 15M? ¿Un movimiento social? ¿Una plataforma política? ¿Un espacio para la ciudadanía? ¿Un movimiento revolucionario?

El 15M es ante todo una fecha, la fecha de la exposición pública de un malestar colectivo. A partir de esta fecha, muchas cosas se han propuesto, la mayor parte de ellas fracasadas: la estructuración del movimiento en una plataforma política, la proposición de un partido, etc. Mas si el movimiento no quiere perderse, debería dejar, precisamente esta cuestión, sin resolver. El movimiento, en fin, no debería cuajar: ya que debe permanecer como voz judicial del pueblo- primera y auténtica misión del movimiento- cualquier cristalización en la esfera del poder público la arruinaría.

Porque la voz del pueblo tiene que extenderse. Porque la conciencia pública aún es débil. Porque para que haya un cambio real, este cambio real ha de ser dirigido desde todos los sectores de la ciudadanía, y no solo desde el más perjudicado. Y esta labor pedagógica se construye, día tras día, en las plazas: auténtico ágora de decisión popular, espacio aún no contaminado por la burocracia gris y fantasmal que inunda los ayuntamientos y los congresos. Es allí donde debe tener lugar el proceso de una creación verdadera de la voluntad popular. Este proceso aún es débil. Se necesita tiempo y fuerza para que aquellos que todavía no ven la importancia de este acontecimiento comiencen a comprenderla. En este punto, cualquier perspectiva del movimiento de trascender la esfera de la voluntad popular ciudadana para cristalizar en las instituciones públicas, a mi modo de ver, sería errada. Y sería errada sobre todo porque, a mi juicio, aún no ha llegado el momento de hacerlo.

Pero es lo que querría el poder público. Porque el poder público quiere construirse un enemigo. A imagen del modelo EEUU-URSS, cuanto antes se construya la figura del antagonista antes podremos luchar contra él. Y, sobre todo, antes se podrá convencer al ciudadano de que la voz de ese sector es una voz ya cristalizada, unilateral, interesada en definitiva. Algo que alejaría al ciudadano común de un ágora ya virtualizada ideológicamente y poco representativa del pueblo. Pues aunque el movimiento 15M es esencialmente un movimiento de izquierdas- pero justamente en la medida en que toda reivindicación popular legítima tiende de forma natural a ser de izquierdas- tiene que luchar de forma primaria contra la versión que deslegitima la fuerza de toda ideología. Esta versión está demasiado popularizada como para ofrecer otra más digna de crédito.

Lo que asusta al poder público es la indeterminación del enemigo. Allí donde no puede construirse conceptualmente un adversario unilateral, allí se asusta porque todo ataque a su sistema representa únicamente la debilidad del sistema. Y esta debería ser la misión del 15M. Antes que fabricar un adversario fácilmente manejable, el 15M debería primero hacer que este barco en el que nos encontramos todos, el sistema, comience a mostrar síntomas de insostenibilidad. Así, las plataformas adyacentes al 15M hacen la labor de los agujeros de este Titanic capitalista que certifican la progresiva insostenibilidad del buque. Es así como el 15M se construye, como espectro indeterminado formado por diversas y múltiples plataformas que actúan en los agujeros del sistema. Estos agujeros son también la evidencia de un funcionamiento general erróneo y transmiten a la ciudadanía la crisis general del buque.

Por eso la pregunta al qué es el 15M debería tener primero una respuesta negativa: el 15M no es nada, o es ante todo la manifestación de una crisis general del sistema. “Reiniciar sistema”- una de sus consignas- a fin de que no nos fijemos tanto en las propuestas que el 15M puede lanzar dentro de un sistema casi en bancarrota, y apoyemos la presión ejercida sobre los puntos flojos del mismo. Presión realizada tanto por la educación de la ciudadanía en las plazas como por la exhibición pública de los puntos negros del sistema. Porque no se puede proponer nada cuando el sistema está en declive. Al contrario, hay que presionar en ese declive, hacerlo cada vez más manifiesto, dejar que su propia crisis convenza a la ciudadanía de que solo desde perspectivas nuevas pueden hacerse cosas nuevas. La hora del 15M es la hora, pues, de hundir el buque, no de arreglarlo ni de enfrentar un nuevo buque contra el Titanic del sistema.