¿Qué es el 15M? Una de las preguntas esenciales que parece no poder responder de forma inmediata este movimiento zumba de continuo entre las personas que pretenden dar una estructura determinada al mismo, también entre las personas con estricta militancia que se acercan y acaban confundidos, por no hablar de los que simplemente se acercan a escuchar sus asambleas. ¿Qué es, pues, el 15M? ¿Un movimiento social? ¿Una plataforma política? ¿Un espacio para la ciudadanía? ¿Un movimiento revolucionario?
El 15M es ante todo una fecha, la fecha de la exposición pública de un malestar colectivo. A partir de esta fecha, muchas cosas se han propuesto, la mayor parte de ellas fracasadas: la estructuración del movimiento en una plataforma política, la proposición de un partido, etc. Mas si el movimiento no quiere perderse, debería dejar, precisamente esta cuestión, sin resolver. El movimiento, en fin, no debería cuajar: ya que debe permanecer como voz judicial del pueblo- primera y auténtica misión del movimiento- cualquier cristalización en la esfera del poder público la arruinaría.
Porque la voz del pueblo tiene que extenderse. Porque la conciencia pública aún es débil. Porque para que haya un cambio real, este cambio real ha de ser dirigido desde todos los sectores de la ciudadanía, y no solo desde el más perjudicado. Y esta labor pedagógica se construye, día tras día, en las plazas: auténtico ágora de decisión popular, espacio aún no contaminado por la burocracia gris y fantasmal que inunda los ayuntamientos y los congresos. Es allí donde debe tener lugar el proceso de una creación verdadera de la voluntad popular. Este proceso aún es débil. Se necesita tiempo y fuerza para que aquellos que todavía no ven la importancia de este acontecimiento comiencen a comprenderla. En este punto, cualquier perspectiva del movimiento de trascender la esfera de la voluntad popular ciudadana para cristalizar en las instituciones públicas, a mi modo de ver, sería errada. Y sería errada sobre todo porque, a mi juicio, aún no ha llegado el momento de hacerlo.
Pero es lo que querría el poder público. Porque el poder público quiere construirse un enemigo. A imagen del modelo EEUU-URSS, cuanto antes se construya la figura del antagonista antes podremos luchar contra él. Y, sobre todo, antes se podrá convencer al ciudadano de que la voz de ese sector es una voz ya cristalizada, unilateral, interesada en definitiva. Algo que alejaría al ciudadano común de un ágora ya virtualizada ideológicamente y poco representativa del pueblo. Pues aunque el movimiento 15M es esencialmente un movimiento de izquierdas- pero justamente en la medida en que toda reivindicación popular legítima tiende de forma natural a ser de izquierdas- tiene que luchar de forma primaria contra la versión que deslegitima la fuerza de toda ideología. Esta versión está demasiado popularizada como para ofrecer otra más digna de crédito.
Lo que asusta al poder público es la indeterminación del enemigo. Allí donde no puede construirse conceptualmente un adversario unilateral, allí se asusta porque todo ataque a su sistema representa únicamente la debilidad del sistema. Y esta debería ser la misión del 15M. Antes que fabricar un adversario fácilmente manejable, el 15M debería primero hacer que este barco en el que nos encontramos todos, el sistema, comience a mostrar síntomas de insostenibilidad. Así, las plataformas adyacentes al 15M hacen la labor de los agujeros de este Titanic capitalista que certifican la progresiva insostenibilidad del buque. Es así como el 15M se construye, como espectro indeterminado formado por diversas y múltiples plataformas que actúan en los agujeros del sistema. Estos agujeros son también la evidencia de un funcionamiento general erróneo y transmiten a la ciudadanía la crisis general del buque.
Por eso la pregunta al qué es el 15M debería tener primero una respuesta negativa: el 15M no es nada, o es ante todo la manifestación de una crisis general del sistema. “Reiniciar sistema”- una de sus consignas- a fin de que no nos fijemos tanto en las propuestas que el 15M puede lanzar dentro de un sistema casi en bancarrota, y apoyemos la presión ejercida sobre los puntos flojos del mismo. Presión realizada tanto por la educación de la ciudadanía en las plazas como por la exhibición pública de los puntos negros del sistema. Porque no se puede proponer nada cuando el sistema está en declive. Al contrario, hay que presionar en ese declive, hacerlo cada vez más manifiesto, dejar que su propia crisis convenza a la ciudadanía de que solo desde perspectivas nuevas pueden hacerse cosas nuevas. La hora del 15M es la hora, pues, de hundir el buque, no de arreglarlo ni de enfrentar un nuevo buque contra el Titanic del sistema.
1 comentario:
Te veo más cartesiano.
Un poquito obnubilado con las tribulaciones de nuestro irrelevante contexto histórico, pero mucho más coherente con sus intereses adaptativos que un poeta.
Continúa así.
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