La ideología ha sido tradicionalmente algo más que un invento especulativo. Si la ideología ha funcionado, es porque ha servido de mapa de orientación en un mundo de fuerzas diversas, porque ha sabido movilizar las potencias de los sujetos colectivos que constituían ese mundo o porque ha representado las aspiraciones e intereses de muchos de ellos. Es verdad que parte de la esencia de la ideología es historia, y en la medida en que historiza, también la ideología ficcionaliza. Mas si algo positivo en medio de esta ficción ha realizado la ideología, ha sido precisamente elaborar un patrón de sentido en medio del caos. No olvidemos que nuestra propia personalidad es asimismo una ficcionalización. Como decía Hume, apenas somos un caos de percepciones. La unidad de la razón, el esquema imaginativo kantiano, tiene pues aquí la labor de formar- en su sentido originario- la estructura comprensible que permita el abordaje del sentido de nuestras propias vidas.
Mas la ideología también significa otra cosa: la experiencia histórica, el patrón de memoria de ciertas actividades colectivas. La ideología burguesa es la memoria de una clase que ha luchado durante siglos por constituir el monopolio de un cierto poder que aún pesa sobre nuestras espaldas; la ideología comunista ha constituido el recuerdo de una lucha histórica de cierta clase por cambiar su constitución social originaria, etc. La ideología, pues, no solo ficcionaliza o historiza, sino que además unifica la comprensión de un pasado en el que las fuerzas activas han superado cualquier conato de perspectiva imaginaria. Porque si la ideología tiene un componente originario, lo cierto es que las fuerzas reales que ha movilizado han dejado una huella imborrable en el pasado histórico, que también se construye con la sangre y el sudor reales de miles de personas.
La ideología de nuestro mundo, no obstante, es la total ausencia de ideología. La ciencia se ha emancipado de la totalidad para arañar sus perspectivas particulares en total desconexión con cualquier propósito de unidad u objetivo universal; la conciencia colectiva se halla destrozada en las miles de particularidades inconexas que forman nuestra sociedad, cuyas supuestas unidades las llamamos individuos, no obstante tales a su vez sean elementos absolutamente escindidos en su interior; en definitiva, la incapacidad de cohesión que ha demostrado la evolución de la civilización capitalista ha sido tan aplastante que ha enviado al paraíso de la utopía cualquier creencia racional en la verdadera emancipación del ser humano.
En medio de todo esto cualquier surgimiento de conciencia colectiva está destinado a afrontar la mayor de sus tensiones: la de la imposición histórica de la creencia en la individualidad del ser humano como algo constitutivo y natural; la de la negación de la ideología en nombre de la ciencia y la objetividad pragmática; y la de la desesperanza, producto de la sociedad que legitima este discurso. El movimiento de los indignados es así hijo de esta historia, la historia que nuestro mundo capitalista ha legitimado para sus hijos, para sus socios y para sus esclavos. Pero mal se entiende todo esto cuando se critica, del movimiento de los indignados, que son hijos del capital y de la clase media, en detrimento de una conciencia de clase obrera y proletaria. Mal se entiende entonces la dialéctica, que lucha continuamente contra sus propias contradicciones y se cuece en el interior de ellas. La conciencia de lo otro solo puede surgir cuando lo uno domina la totalidad del sistema. Y justo allí donde las debilidades del sistema se hacen patentes, y sobre todo cuando ya son tan aplastantes que no se pueden soportar.
Que exista una historia paralela no es asunto de la ciencia. Que exista una historia paralela es producto más bien de la voluntad colectiva humana, de la creatividad- por recordar la palabra tan querida por Chomsky- del ser humano por construir su identidad en medio del devenir histórico y traducir sus esperanzas y deseos en realidad e historia. Hay que sustituir la mentalidad pragmática y supuestamente objetivista de la ciencia por la voluntad de la novedad y la emergencia, características esenciales de todo progreso humano. Mas para todo ello el primer enemigo es la constitución de una nueva conciencia. Esta conciencia será siempre precaria, problemática y llena de tensiones. Está enfrentada tanto con el sistema decimonónico y la objetividad creada de su historia, como con los luchadores centenarios que llevan ya siglos luchando contra aquella. Es esta tensión la que han de solventar grupos de conciencia colectiva como el 15m, si quieren de ahora en adelante llegar a sobrevivir.
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