Se dice que el ciudadano español comienza a despertar de su sueño. En algunas pancartas, hemos leído que ya hemos despertado. Y es que es verdad: hemos despertado de un sueño que nunca tuvimos que tener. Este sueño incluía el propósito de medrar como individuo al margen de los intereses de la comunidad, el deseo de gozar de los bienes inmediatos y un desinterés nihilista por el futuro que cebaba su ansiedad en el gozo del consumo y el placer inmediato. Sin embargo, parece ser que este reproche no se le puede hacer al ciudadano indignado, el nuevo héroe de nuestro maltrecho y decadente estado del bienestar.
Vale la pena detenerse en este punto y arrojar un poco de luz crítica sobre los fenómenos que se han desatado en nuestro país estos últimos meses. Muchos hemos visto al movimiento de los indignados como el auténtico agente del bienestar social, o, como dice Juan José Millás, el héroe colectivo de nuestro tiempo. Pero estas afirmaciones, hechas con el entusiasmo y el corazón, hay que hacerlas con cautela. Nada tan ambiguo y problemático como el movimiento 15m y sus impulsos originarios. El movimiento de los indignados es un agente social importante, hoy en día, pero no lo es en tanto verdadero sujeto de una revolución genuina como en bisagra, bisagra contingente y oportuna de un estado de cosas cambiante y en plena evolución- o involución- y que representa la cara más amarga-pero más real- del capitalismo salvaje.
El capitalismo suele ser el mejor vendedor de sueños. Nada iguala su potencia sugestiva y su capacidad de generar placer. En medio de su mejor fachada, el ciudadano se cobija en su autotelismo y rechazo a lo público tanto como ama el placer privado que le otorgan sus hijos y familia. Es solo en los momentos de evolución crítica, esos momentos absolutamente lógicos y necesarios, que el capitalismo recrudece su lógica y castiga a aquellos a quien dice proteger, que el ciudadano egoísta y cerrado en sí mismo ebulle en un acceso de furia y se manifiesta en la plaza de su pueblo. Este acto no es de por sí condenable. Pero exige una actitud crítica, y, en todo caso, cualquier cosa menos un aplauso incondicional. Veamos por qué.
La actitud antipolítica no es en realidad algo moralmente rechazable. Muchos siglos de tradición, desde el cristianismo hasta San Agustín pasando por Kierkegaard o Nietzsche hasta nuestro tiempo, nos hablan de un rechazo del mundo a causa de su maldad que está bien legitimado desde el punto de vista filosófico. Nada más extraño en nuestro tiempo que una actitud pública en medio de un mundo absolutamente extraído de cualquier control público y social. Hasta aquí, la actitud política y colectiva del 15m tiene su razón de ser, aún o precisamente cuando su razón se halle en el seno de un capitalismo muy desarrollado que hace tiempo ha extirpado de sí cualquier tipo de conciencia o identidad social.
Mas el problema se complica cuando el movimiento hace de toda política social el espacio de su monopolio. Y digo esto porque desde que el movimiento se asigna a sí mismo la prerrogativa de toda esencialidad política- o prepolítica-, en la medida en que sus tesis fundamentales relegan a cierta contaminación política cualquier afiliación o militancia ideológica, ejercen una especie de derecho moral implícito sobre las demás manifestaciones que no es solo ilegítimo, sino que es de hecho injusto. Esto se explica por una sola razón: porque el movimiento 15m es un movimiento bisagra, que se encuentra en medio de una conciencia parcialmente emergente sobre los males del capitalismo desde la clase más favorecida de este último, y las grandes reivindicaciones de las clases más afectadas desde el punto de vista histórico y desde la militancia propiamente política.
Por decirlo de otro modo: ya basta con la ingenuidad de que el movimiento 15m es asindical, apolítico, a-todo. Tomar en serio esta tesis solo puede significar aceptar la hipocresía o la ingenuidad. Hipocresía, quien sabiendo lo que implica toda posición política en ese mundo espantoso que es la lucha política entre agentes sociales diversos, o ingenuidad, si es que no se saben todavía las reglas del juego. Porque la política es interés; porque no existe ningún agente que capitalice o monopolice el derecho y la legitimidad del género humano, ni tampoco sus aspiraciones más justas. Y aún más, tampoco se puede monopolizar la causa justa despreciando la historicidad de las conquistas ejercidas por grupos ideológicamente orientados.
La ingenuidad establecida desde el principio por los parámetros del 15m solo puede tener la causa del movimiento de mediación que representa el propio 15m: entre la conciencia negativa- en el sentido de conciencia puramente subversiva- de los males del capitalismo avanzado, y la posible- o no-conexión con movimientos de izquierdas tradicionalmente legitimados.
Es precisamente esta mediación, este movimiento que surge desde el malestar ocasionado en el mismo seno de los hijos del capitalismo, que hace pensar a estos hijos en un sistema más justo. Nada más legítimo. Pero hasta que estos hijos no sean también conscientes de que el discurso que ha hecho posible una izquierda vista cada vez más como algo arcaico, ineficiente e ilegítimo, hasta que el movimiento no se transforme en tesis para dejar de ser simplemente pura subversión, no habrá un verdadero cambio y una verdadera revolución. La negación consciente que hacen los indignados de las posiciones sólidas de izquierda, no se puede consentir, sea producto de la ignorancia o de la hipocresía. Y no solo eso. El movimiento mismo tiene que respaldarlas y saberse consciente de qué es, lo que implica tomar conciencia de su posición política determinada. Lo que significa tanto como renunciar de una vez a su eslógan aparentemente indeterminado, pero que recoge el verdadero discurso de la clase política capitalista. Sería su paso definitivo para lograr la auténtica legitimación.
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