Schönberg habló alguna vez del artesano y sería interesante recuperar esta noción, quizás reelaborada, sobretodo en contraposición a la figura del artista. Aunque sea de forma intuitiva, podemos examinar por nosotros mismos cuales serían los rasgos diferenciadores entre uno y otro concepto, bien que con ello no hagamos sino un molde primitivo, una máscara sin forma que más tarde podríamos poner a trabajar.
Es verdad que la experiencia del teórico no puede sustituir a la del artista enredado en su trabajo. Más interesante aún es la experiencia del teórico-artista- un Válery, por ejemplo-que puede de forma introspectiva bucear en los mecanismos de su trabajo sin las cargas románticas y falseadas de viejos conceptos como el de inspiración o labor inconsciente. Y es aquí como hablo yo, en calidad de hacedor de artefactos estéticos o cognitivos, y donde me gustaría hacer una distinción entre lo que yo entiendo por artesano y su contraposición el artista.
El artesano se distingue en principio por la centralización de su trabajo en el manejo de una técnica. La figura que intuitivamente nos representamos nos remite al alfarero. La producción del artesano es fundamentalmente cuantitativa, pero centrada en torno a la noción de calidad. Lo que desea el artesano es ejecutar un trabajo en torno a un producto final, que destaca por su calidad. Ello no es incompatible con el progresivo perfeccionamiento de su técnica. Mas el objeto final ya está definido de antemano; el horizonte de sus expectativas está tan bien tallado como la mejor de sus creaciones. Bien que ello no implica haberlo siempre alcanzado- aunque no podría afirmarse con total seguridad que nunca lo alcanzaría- su trabajo se dispone en torno al fin de perfeccionar su técnica. Es verdad que entonces el trabajo del artesano no se distingue por su deseo continuo de exploración.
Por su parte, el artista -debería- representar absolutamente un impulso opuesto. Frente a la estabilidad progresiva del artesano, el artista se embriaga en el dominio de la inestabilidad experimental, jugando con las formas y prestando menos atención al talento. Hay una fórmula en el extraño libro de ese meteoro fugaz que fue el triste antisemita Otto Weininger, que diferenciaba entre genio y talento. El genio, un espíritu universal, se opondría según Weininger al mero talento en su capacidad para trascender el ámbito particular de su dominio para poder brillar allí donde lo pretendiese. Si bien es cierto que el artista no es en sí mismo un espíritu universal- adjetivo que podríamos reservar a un Goethe o a un Alberti- lo cierto es que es más libre en cuanto que, si es verdad que es un auténtico artista, será capaz de trascender el dominio de su talento para alcanzar cotas de experimentación más y más elevadas. Con la precisión, por supuesto, de que artista no es sinónimo de artista experimental. Pues lo que se le pide al artista es alcanzar primero el umbral de la técnica, imprescindible para su posterior zambullido en la libertad creadora.
Hay que hacer una última acotación. Este principio intuitivo, meramente esbozado, puede tener sus obstáculos en su aplicación a las artes concretas. Ya se ha hablado de la diferencia en la libertad expresiva que conceden algunas aplicaciones artísticas- no es lo mismo, por ejemplo, la libertad que brinda la escultura que la que brinda la poesía-. En cuanto a mí mismo, como hacedor de artefactos lingüísticos, he de decir que me satisface más el papel del artesano. Un artesano, eso sí, que no gira en torno a la mera técnica, sino a la causa originaria de tal técnica; un artesano que -dado que la técnica en la poesía, al ser un trabajo intelectual, está enredada de forma irreversible con su tema- gira y gira en torno a una misma pregunta, casi como Heidegger con su obsesivo Ser o Spinoza con su amable Sustancia.
El artesano tiene de todos modos- de esto hay que acusarlo- un afecto inextinguible hacia el producto. Ama el producto y desea una figura bien tallada. Rehúsa la libertad expresiva que no teme utilizar el barro y otras sustancias menos elevadas para forjar su producto; se acomoda en el taller de su casa y lentamente fabrica, girando eternamente en torno a un tema-técnica: la vida humana y su lugar en el universo.
Como dos últimos ejemplos, la diferencia entre dos artesanos- Antonio Colinas y Eugènio de Andrade- como prototipos del artesano lento, amable, tranquilo, que talla en la bondad de los años sus figuras sin prisa, y dos auténticos artistas, ajenos al proceso de la elaboración en torno a un tema, dispersos y creativos, experimentales e insaciables: Picasso y Rimbaud. Sirvan estas anotaciones para dar rienda suelta a una reflexión más honda y esencial sobre este apasionante tema.
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