En Sacrificio (1986), de Andrei Tarkovski, aparecen como protagonistas dos elementos que, por otra parte, es evidente que hallaremos siempre juntos: la nada y la locura. La nada, que en su forma humana aparece como aniquilación, y la locura, que siempre es patrimonio del hombre y cuya relación dialéctica con la razón no es necesario señalar aquí. La nada, no como aquella propiedad de Dios que ensalza el Maestro Eckhart, por ejemplo, sino como el fin de la especie humana, como ausencia de esa especie que tiene el privilegio de la razón y quizás, de la divinidad.
Entendida la nada, pues, como amenaza de aniquilación de la especie, detrás de la cual se cierra todo posible discurso y donde finaliza el sentido, no cabe situarla sino allí donde los teólogos más optimistas ponen también la realización de la esperanza: en un futuro escatológico. Este futuro es esencialmente un no-lugar, una negación de la apertura que representa un espacio histórico cualquiera, en fin, una utopía, por lo mismo, un lugar reservado a Dios, que sin embargo se presenta ahora accesible a los espíritus de los hombres. Entendida así la nada, no cabe hablar de fin de la historia hasta que ésta cierre su ciclo en forma de aniquilación total, destrucción total del ser humano. Algo que, podríamos decir, se le escapó a Hegel, pues para él toda realización del sentido histórico más allá de la consumación espiritual que realizó su época era de hecho imposible. Pero, desde esta definición, toda clausura histórica dentro de la historia es irrelevante.
El escenario que nos presenta Tarkovski es por ello, en la medida en que se refiere a ese lugar protegido por Dios que sólo en la hora decisiva será descubierto, un lugar irreal, como muchas veces declaran sus protagonistas, un espacio en el que, por la misma razón por la que es posible la desesperanza y la ruptura de todos los lazos con la relatividad histórica, es posible la salvación, en este caso, en la forma de un sacrificio.
Un lugar fantasmal en el que el milagro es posible porque ya no se está en el tiempo histórico, sino en aquel en el que se abrirían “nuevos rollos”, según la Biblia. La perplejidad que ataca a los personajes de Tarkovski es comprensible; hacer historia en un lugar que se encuentra fuera de la historia bloquea cualquier capacidad de reacción humana. Ya no se trata del fin de la república de Roma, que desde un punto de vista quizás crítico podría ser la metáfora de la destrucción de un mundo, de la misma forma que Auschwitz representa, en nuestras coordenadas históricas, la demolición y la pérdida de todo posible sentido, es decir, el gobierno de la locura. Se trata de la bienvenida del absoluto, de la irrupción del absoluto en un mundo contingente, de una colisión vista antes sólo en su forma positiva (la divinidad de Cristo), y que ahora aparece en su forma negativa- pero bajo cuya superficie se evidencia una esencia idéntica-. Hablamos de la completa aniquilación del género humano, y con ella, el cierre real, -no sólo metafórico- de la existencia de la humanidad.
Dos acontecimientos parecidos pero no parangonables a lo que ha obsesionado a todo el siglo XX, podrían rescatarse en el fin de Roma y en la filosofía de Hegel. El fin de Roma, hábilmente figurado por Broch en La muerte de Virgilio, representa, como la realización del espíritu absoluto de Hegel en el Estado prusiano, la consumación- positiva, negativa, esto es igual-, de un sentido, y con ello, la inoperancia semántica de lo que procedería después de esa clausura. En un tiempo así vivimos nosotros, y a esos dos acontecimientos virtualmente clausurantes, podríamos añadir el de las dos guerras mundiales de nuestro siglo y la amenaza de una tercera, que ya pregona el descubrimiento del átomo. Después de Auschwitz no hay poesía, decretó Adorno. Pero la existencia sigue. Esto – como en los casos de la decadencia de Roma y la culminación de la ontoteología hegeliana-, representa un problema y a la vez motivo de toda posible esperanza, pero, lo que es más importante, sella cualquier parecido con la época virtual que representa Sacrificio.
Pues lo que plantea Tarkovski, y en general, lo que ciertamente ha estado como amenaza latente en todos los espíritus humanos, pero que la realización de la tecnología ha llevado a una proximidad de realidad nunca antes sentida, es la venida del absoluto en la forma de la Muerte, de la nada, de la total aniquilación. No es ya esta una mera aniquilación del estado de cosas presente-como en Roma- ni una destrucción del sentido a causa de su propio éxito-como en Hegel-, ni siquiera como venida de la total falta de sentido y esperanza- Auschwitz-. No, aquí se plantea que ni siquiera es posible la continuación del mero devenir de los asuntos humanos, aún ya arrancados de todo sentido y esperanza. Se plantea el verdadero cierre de todo discurso posible.
¿Cuándo y dónde debemos, pues, situar la nueva perspectiva- terrible perspectiva- que se abre ante nosotros? Se dirá que ha estado siempre presente en la historia, quizás como aviso de lo que quedaba por venir. Ese aviso se ha hecho más urgente con la introducción de un elemento imprevisible en tiempos anteriores- la energía nuclear-. Este elemento, no filosófico, no conceptual, no político,-diríamos incluso, ridículamente físico- es el verdadero responsable de que nuestra situación ante la nada total- la aniquilación de la especie- sea más urgente hoy que en tiempos pasados.
Este elemento procede de la mano del hombre, de su razón, y es, a la vez, producto de su locura. Lo que reina en el ambiente de Sacrificio es la realización de la Nada, la ruptura final de la historia en la venida apocalíptica del fin de cosas existente, de la raza humana. Este ambiente apocalíptico no figura el fin de un estado de cosas cualquiera ni el luto por la destrucción de miles de humanos en cámaras de gas. Figura el fin real, la llegada en forma de conflagración del Mesías que rompe el tiempo secular para convertirlo en la forma peculiar de eternidad- en este caso, una eternidad negra y vacía- que llamamos Nada.
En Sacrificio los políticos se dirigen al pueblo para anunciarles el advenimiento de semejante Nada. Esta Nada viene precedida por la irrupción de la locura: la voz del político anuncia el fin de la razón, la desviación total de la razón, la entrada en un tiempo en el que los milagros son posibles, aunque sean milagros negros y terribles. No estamos aún en ese tiempo. De nuestro uso de la razón y de nuestras capacidades para evitar la siempre amenazadora locura dependerá que el Absoluto de lo Siniestro irrumpa en un tiempo para el cual la más grande de las desgracias será simplemente el hecho de un pasado irrelevante.
3 comentarios:
super interesante tu blog, espero que este blog siga creciendo saludos; juan véliz
Gracias, Juan, por tus ánimos. Esperemos que sí, que siga creciendo. Un saludo.
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