¿Quiénes somos? Muchos de nosotros nos hemos hecho esta pregunta, mientras nos mirábamos al espejo. De pronto, un día estudiamos nuestros rasgos y no sabemos cómo contestar a esta cuestión. ¿Qué es el yo?, se cuestiona la psicología. Y finalmente termina por desnucar este concepto de su esquema de problemas, pues su simplicidad no admite deducciones ni definiciones.
Podríamos preguntarnos, ¿qué proceso nos llevó a considerar la conciencia y su mundo como algo particular, digno de estudiar? ¿Cuándo fuimos conscientes de nuestra conciencia? Una forma histórica de verlo la encontraríamos en las relaciones del hombre con la naturaleza. El dualismo forjado por los polos hombre y naturaleza desaparecería más tarde con la emancipación y el progreso sociales y la capacidad del hombre por adueñarse de aquella.
¿Quién diría a Tales que la razón que encontró en la naturaleza serviría, tarde o temprano, para descabezarla? El logos interior de la naturaleza se demostró utilizable, de tal modo que la propia razón de la naturaleza intervino en la modificación de su esencia. Y la modificación- en general, el devenir- es lo que encontramos en Hegel, el filósofo que quiso reunir en la misma mesa a Heráclito y a Parménides.
Con Hegel el proceso de autoconciencia ya no tiene freno. La propia naturaleza lo engendra, la propia naturaleza es la naturaleza que termina con la toma de conciencia de ella misma y se realiza en la Historia , cuyo término es el hombre: el Espíritu Absoluto se disuelve en la realización empírica del mismo-pero cuya naturaleza es espiritual-. Cuando la conciencia ha captado la naturaleza y la ha hecho suya, se la ha apropiado, el hombre puede sustituirla por sus propias manufacturas. La obra del hombre sustituye a la obra de la naturaleza gracias al desciframiento humano de su logos, y aquella pasa a desaparecer en virtud de la nueva naturaleza, la naturaleza humana.
Pero una vez que este proceso se consume, ¿qué es lo que queda? La autoconciencia elevada a su máxima expresión es justamente el comienzo de su ruina. Cuando no hay exterioridad que ampare al ser humano, cuando ve su obra y su mano en todas las cosas que le rodean, cuando, en fin, no puede apelar a otro ser que a sí mismo, ¿no es esto el principio de una terrible soledad?
En un capítulo de The Outer Limits el director nos ofrece una posibilidad de nuestra sociedad en el futuro: la independencia de cada hombre llevada a su límite significa el rechazo de los demás y el deseo de vivir en soledad. La tecnología se ocupa, en todo caso, de las necesidades cotidianas de esos hombres y el otro ya no es necesario. Finalmente, los hombres se convierten en inválidos: sin necesidad de ejercitar su inteligencia, pues que la tecnología ya lo hace por ellos, llevan una vida de impedidos en los que el simple hecho de dar un beso a alguien se considera antinatural.
La autoconciencia de Hegel revela, en un plano no filosófico, la posición que la civilización humana ha llegado a alcanzar en este punto enigmático de su historia. Habiendo tenido frente a nosotros, en otro tiempo, un mundo, un universo, una naturaleza, hemos llegado a no tener adversario alguno, hemos ganado la carrera contra todos. Ahora el adversario sólo puede surgir en nuestras mentes.
Volvamos al hombre del espejo. ¿Puede responder quién es él sólo con estudiar sus rasgos físicos? En otro sentido: ¿Podrá la civilización humana comprenderse a sí misma sin la posibilidad de apelar a una exterioridad que le otorgue también su identidad? Esta es la pregunta que acecha a nuestro lugar actual en el universo. El hombre del espejo desconoce su identidad porque está sólo frente a sí mismo. Y sólo los demás nos dan nuestra propia identidad. El hombre del espejo está, en fin, solo. ¿ Estará destinada nuestra civilización a esa terrible soledad?
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