Si el “caso Hölderlin” ha interesado tanto a psiquiatras como a filósofos por igual, no ha sido únicamente porque podría representar un paradigma de la relación entre el “genio y la locura” (Brenot), sino más precisamente porque nos muestra la auténtica naturaleza que exhibe aquel contenido que para Platón eran las Ideas, y que en Hölderlin sentencia su radical separatismo entre mundo y pureza, entre realización e idealización.
Pues es el aspecto más puro del concepto de Idea en Platón lo que seduce a Hölderlin, quien lleva más lejos aún su profundización en la pureza de la Idea , permaneciendo ya lejos de las concesiones que, según Jean Wahl, habrían llevado a la flexibilidad platónica del Filebo, texto donde Platón concede su lugar a las mediaciones del mundo sensible. Es el “caso Hölderlin”, pues, paradigmático de una problemática mucho más amplia, entendida desde el concepto de pureza (que no sólo es holderliniano, sino también cristiano, místico, etc). Paradigmático, diríamos, de la naturaleza misma de la Idea , del mundo intelectual en sí, cuyo agente particular es el intelecto humano, al menos desde Averroes.
Entendiendo así el problema, nos referimos al mundo Ideal como el mundo Intelectual en sí, lo que en términos actuales nos llevaría al problema de la mente y de los contenidos mentales. Si bien existe un gran salto entre las Ideas y lo que llamamos hoy el contenido mental o lo cognitivo, semánticamente ofrece la misma relevancia y sugiere los mismos problemas. Evidentemente, aquí no pretendemos señalar ni mucho menos una “solución” o hipótesis a este problema, sino simplemente resaltar la naturaleza de lo mental, de tal modo que se pueda aceptar de forma razonable su importancia.
Así pues, es Brentano quien hace fortuna con su concepto de la intencionalidad, por el cual no sólo el mundo sensible conecta con el mundo inteligible del sujeto, sino que hace que aquel sea para siempre dependiente, en forma muy precisa, de las formas cognitivas del propio sujeto, que tanto había destacado Kant. Esta interrelación del mundo y el sujeto, en la medida en que hace posible la concepción misma del mundo, crea aquel contenido inexistente del que hablaba Brentano, y que, en definitiva, no es sino la asunción de la categoría de la posibilidad; esta categoría, deducible del concepto mismo de intencionalidad, convierte también al mundo en contingente, de modo que este mundo empírico es sólo una realización de la virtualidad infinita que contienen nuestras ideas.
Estas circunstancias permiten dos cosas: por un lado, la creación en su máxima amplitud, en la que incluimos todas las obras de arte humanas y creaciones de la ciencia, etc; por otro lado, la posibilidad del extravío, de la locura, en la medida en que la mente puede sugerir posibilidades y afirmar mundos independientes del estado de cosas dado, y, en consecuencia, negaciones de ese mismo estado de cosas.
Así pues, se puede decir que la locura no es sino el error entre la distinción que la conciencia establece entre lo dado y lo posible, de modo que se adjudican las características de lo dado a lo posible, con la conclusión de la confusión entre ambos mundos. Hay que notar, por otra parte, que la Idea platónica no resulta de una contracción, por así decir, de la mente y de la cognición en sí misma, sino, por el contrario, de un tratar de superar esa distinción kantiana que nos recluye en nosotros mismos. Este es el caso de Hölderlin, quien, influenciado por Fichte y el idealismo alemán, intenta un descabezamiento de la filosofía kantiana en un intento desesperado por identificar su inteligencia con la inteligencia de la naturaleza. Lo paradójico en Hölderlin es que ese intento por superar la propia subjetividad termina por confinarla en sus propios dominios, y ese es el caso de la retracción que define la enfermedad de Hölderlin.
De la “condición natural” que implica el concepto de intencionalidad y su realización en el hombre se derivan también las condiciones naturales del extravío y de la locura, fundadas tanto en la concepción de la posibilidad como categoría como en la posibilidad de realizar el mundo al margen del mundo, en su vertiente cognitiva. Este otro aspecto lleva a la “platonización”, en la que lo contingente puede quedar separado de lo Ideal, y en esa separación también obtiene la locura razones para su legitimidad. El aspecto ascético de ciertas doctrinas filosóficas y religiosas, así como el impresionante movimiento monacal del cristianismo, beben en esta singular división que se produce a causa de la intencionalidad de la conciencia, rasgo por cierto irreductible de la maquinaria mental humana.
En definitiva, la intencionalidad es raíz de aquellas grandes creaciones del hombre tanto como de sus más graves extravíos; la noción de lo posible, que al hombre se le presenta como de una mayor altura que la de lo real o fáctico, permite tanto el ejercicio de las facultades humanas como el mayor alejamiento de lo real y dado en el instante. Quizás este “dado” sea menos real que lo posible. Ya se ha insinuado varias veces a lo largo de la filosofía, y ahí está el idealismo para comprobarlo. Quizás lo real y contingente tiene menos valor para el filósofo porque al final de la partida siempre espera lo Ideal, con ese sello insuperable en el que está escrita la palabra eternidad. Así al menos lo entendió Hölderlin, quien, en una acción de gracias sobrehumana para con lo Ideal, le sacrificó a éste la cordura de su inteligencia.
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