Cuando hablan nuestros modernos intelectuales, algo definitivamente se pierde, si bien sus errores perceptivos, probablemente causados por la distancia entre su elevada torre de marfil y el mundo tristemente sobrio en el que se desenvuelve el vulgo, también son capaces de iluminar, en su negatividad, el trasfondo probable de lo real. Sea el imposible marxista lacaniano devenido postmoderno Slavoj Zizek en Wall Street, preguntándose a la vez por la necesidad de la revolución y la venida del apocalipsis, sea Zygmunt Bauman desde su sillón fumando una pipa, el caso es que el veredicto siempre retrocede ante el hecho bruto.
Son los análisis del sociólogo polaco los que me animan, precisamente, a escribir estas líneas. El hombre que convirtió todo lo que le rodeaba en sustancia líquida (si se me permite esta contradicción en la expresión), es también el que amenaza con disolverse a sí mismo en su concepto, negado ante cualquier sonido de sirena que no esté hecho de aire o de burbuja. El movimiento de los indignados es, para Bauman, un derroche de emoción y de pathos al que le falta el pensamiento. Aquel que utiliza el mismo instrumento para detectar los movimientos de la realidad, solo puede encontrar los mismos gérmenes por doquier. Bauman no puede ver sino sustancias líquidas en todos lados, porque ha decidido de antemano que todo lo que se puede ver en este mundo tiene esa estructura.
En cualquier caso, nada de lo que dice deja de ser relevante. Es cierto que la emoción impregna gran parte del movimiento de los indignados. Pero la emoción en sí misma no solo no es un factor indeseable, sino que además fundamenta la legalidad de la ideología. Como narra de forma excelente Terry Eagleton en La estética como ideología, el juicio estético ha sido utilizado históricamente por las ideologías de clase para enraizar de forma estable sus principios. Separar analíticamente la razón del sentimiento implica desconocer los progresos que hemos hecho en torno a las relaciones indiscutibles entre la estética y el pensamiento.
Pero hay más. Parece curioso que Bauman insista en el carácter emocional de un movimiento que se caracteriza precisamente por su conciencia, y no diga nada de la estructura mecánica, tediosamente aprendida, con que funcionan nuestras democracias occidentales. Estructura que está enraizada en una emocionalidad visceral más allá de cualquier domesticación por la razón, que evidenciamos en la calidad intelectual de los debates en el parlamento o en la demagogia insípida de las campañas electorales. Detrás de esta publicidad pura y dura que sirve de alimento a esas modernas máquinas empresariales devora-votos que son los actuales partidos políticos de masas, no existe por otra parte ningún proyecto racional que fundamente su razón de ser, excepto el devenir del capitalismo antropófago y la irracionalidad de su deseo.
Frente a esto, el movimiento de los indignados, con todo su perroflautismo, visceralidad y emocionalidad infantil, como podrían criticar muchos de sus enemigos, muestra algo infinitamente más poderoso que lo que nos ofrece la política actual. Detrás de su aparente emotividad, como dice Bauman, yace un profundo punto de vista que tiene como horizonte las semillas de un proyecto humano, que si bien aún no se ha materializado de forma consciente, late en todas sus propuestas y en su estado de ánimo colectivo. Es este proyecto humano racional el que ha desaparecido en un mundo en el que la emancipación del género humano suena a retórica doctoral de los eruditos frankfurtianos. Mas cuando esto es así, de pronto un grupo de individuos que se dicen no ser objetos en manos de banqueros y empresarios, salen a la calle, manifiestan su descontento, presumen de intentar un modelo de vida no dictado por el tedioso discurso del consumismo capitalista, y se proponen como seres autónomos, con energía y potencialidades que quieren explotar. Pero esto Bauman no puede verlo.
Un punto de vista dialéctico y no monofocal da cuenta precisamente de esta interacción profunda entre emotividad y razón. Una razón artificial que no emerja de una verdadera necesidad de emancipación y libertad no puede forjar figuras de fundamento en el interior de la acción humana. Bauman, queriendo observar la liquidez en toda forma de acción, ha olvidado que también la liquidez cansa. Y que quizás los indignados están hartos de ser líquidos. Bauman no ve que allí donde el pathos parece gobernar, en realidad se están sembrando las semillas de una nueva racionalidad que establezca horizontes firmes en un mundo anquilosado en una absurda razón funcional. Esta nueva razón sustancial, ahora latente, pero que hay que regar para que florezca de forma consciente, establece una alternativa a la totalidad de un mundo envenenado por una forma ya caduca de entender la vida y las necesidades del género humano. Bauman no puede, en definitiva, oponer la liquidez emocional de este movimiento a un pensamiento inexistente, que no puede encontrar por ninguna parte. ¿Cuál es el modelo de razón en el esquema de Bauman? ¿Quien lo otorga? En un mundo dominado por la irracionalidad absoluta, cualquier destello de conciencia debe apreciarse y cuidarse. Esta ayuda, que debe partir de todos, es el complemento vital que puede transformar el movimiento de indignados de la liquidez baumaniana hacia la verdadera solidez, una solidez que mira a la libertad y emancipación humanas.
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