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martes, junio 21, 2011

Falacias de la democracia representativa.

La última entrevista realizada en televisión española a José Bono demuestra el alejamiento radical entre la clase política y las actividades políticas de los ciudadanos. El presidente del Congreso cree que los “indignados” proponen un “método asambleario” como sustitución de la vigente democracia representativa; una especie de “anarco-democracia” (?) sin organización ni alternativas políticas realistas. Con ello, no solo se demuestra el absoluto desconocimiento que el presidente tiene sobre lo que está sucediendo ahora mismo en numerosos barrios de muchas ciudades españolas. También se denigra y se reduce el movimiento a un contertulio de utópicos ensimismados que desprecian toda organización y toda realidad política.

Nada más lejos de la realidad. Primero, es obvio que el método asambleario ha sido la opción inmediata de los ciudadanos a la hora de organizar sus propuestas y debates. Pero eso no implica, ni mucho menos,que el objetivo de los indignados sea popularizar a nivel nacional una política asamblearia que sustituya la estructura de la democracia existente. Es simplemente su propio método de organización inmediato.Ni mucho menos tampoco supone la propuesta de una especie de “anarquía” insensata sobre la que desplegar todas las frustraciones burguesas de nuestro sistema del bienestar. Recojamos entonces cual es el modelo propuesto por los indignados: no otro que la democracia participativa o la democracia directa, en la que el proceso político está sometido a referéndums ciudadanos y en la que una serie de partidos políticos e ideológicamente orientados no sustituyen mediante el interés propio el interés general ciudadano. La democracia directa o participativa lucha por no permitir que los partidos políticos, a través de campañas de elevado coste propagandístico, interfieran mediante este poder en las deliberaciones de los ciudadanos. La democracia directa trata de impedir la facilidad que otorga el sistema representativo para sustituir la premisa de interés general por el poder particular, generando corrupción. De hecho, la corrupción es uno de los problemas más evidentes y patentes que genera la democracia representativa.

La representatividad es problemática. Supone el alejamiento del sujeto y del objeto, su separación e incluso su disociación definitiva. La representatividad es propia de un pensamiento moderno, un pensamiento cartesiano en el que el sujeto de la representación cognitiva es un sujeto privilegiado que debe manejar desde sus propias elaboraciones mentales el objeto de la realidad. La consecuencia es la abolición de lo real mismo a manos de la representación pura como verdadero contenido de lo real. En términos prácticos y marxistas, la alienación, el extrañamiento.

Aplicar este análisis a la realidad política es sencillo. La democracia representativa hace las veces del pensamiento cartesiano que pretende concebir la realidad mediante su pura aprehensión en el pensamiento. El objeto del pensamiento es en el plano político el pueblo, la decisión y la voluntad populares. Esto es lo que queda alienado en el proceso político de representación. De la misma forma que para Descartes pensar la realidad es tener conciencia de ella, en la política representativa tomar partido por las decisiones de los ciudadanos es el sustituto de la verdadera voluntad popular. Pero como se sabe, la realidad es lo suficientemente compleja como para no permitirse el lujo de ser captada mediante el simple pensamiento, como en Descartes. Y de la misma forma, la voluntad popular no puede reducirse a una mera representación que finalmente declina en la autorrepresentación, es decir, en la coincidencia entre los propios intereses y la idea que el parlamentario tiene sobre la verdadera voluntad del pueblo.

La escisión entre la clase política y la voluntad popular vulnera los principios de la democracia. La idea de que la única actitud política del ciudadano se encuentra en unas urnas domeñadas desde el principio por procesos de marketing político y manipulación estratégica de las decisiones ciudadanas es por tanto una falacia. La supuesta representatividad de la voluntad popular en un sistema político que se define a priori por una política económica basada en el capitalismo de mercado, sobre la que no cabe opción deliberativa y que se supone desde siempre es una falacia. La única forma de cambiar estas cosas no está en las urnas. La única actividad verdaderamente política está en las calles; en una campaña de información que vincule a un electorado ausente y ajeno ya a las preocupaciones verdaderamente políticas. La única actividad política está día a día, en ese referéndum virtual que son las asambleas cotidianas, donde el ciudadano cuestiona de continuo el fantasma de la representatividad y aboga por una democracia real, directa y participativa. Todo lo demás son falacias de Bono y sus secuaces.














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