Jean Luc-Nancy ha hablado del espíritu de Hegel como la inquietud de lo negativo. Según Hegel, “el espíritu no es algo que permanezca en reposo, sino más bien lo que carece absolutamente de reposo, la actividad pura, la negación o la idealidad de todas las determinaciones fijas del entendimiento; no es abstractamente simple, sino que es, en su simplicidad, al mismo tiempo un diferenciarse-de-sí-mismo”. El devenir del espíritu es siempre un salirse de sí mismo en el encontrarse con lo otro dentro de sí mismo. Pero ese encuentro no se produce como una especie de unificación, sino como una lucha por la vida. El espíritu se halla enredado en el mundo como en el cuerpo- pues cuerpo y mundo son instancias que se autopenetran-. Mediante el cuerpo entra el mundo en el espíritu; pero el espíritu no se une con el cuerpo para formar una unidad, ni siquiera permanece a su lado como constitutivo de tal unidad. El espíritu es una inquietud negativa- como desesperar continuo de toda fijación posible, lo que significa la imposibilidad de su consumación estática, y por tanto, de una identidad.
Como sucede con el arte en su máxima expresión, (el arte romántico), el espíritu ha de abandonar la parcialidad de su determinación. Justo allí donde toca el punto de su perfección ya ha trazado la expansividad de su sustancia. De esta negatividad del espíritu se ha extraído la idea de que el espíritu es una nada, un para-sí no fijado que elude toda finalidad, como en Sartre: pero el espíritu también produce obras, y en esas obras expresa tal nulidad y la convierte en algo significativo. Cuando el espíritu se extiende sobre sí mismo, encuentra la alteridad como lo absolutamente insuperable por principio. Este principio debe interpretarse también como un principio ético (Levinas). La apropiación del uno por el otro genera la violencia específica de la filosofía occidental; pero también supone el salto teórico sobre lo que ontológicamente es insuperable. La relación del cuerpo con el alma, en este caso, no se limita a una consideración histórica o abstracta en la que pueda determinarse que es posible una armonía ética con el propio cuerpo o un virtuosismo que elimine o supere tales diferencias. Alma y cuerpo son simplemente símbolos de dos fuerzas ontológicas dispares que representan regiones distintas del ser, que por su naturaleza y juego pertenecen a sí mismas únicamente en cuanto alteridades correspondientes. El espíritu es mucho más que lo meramente intelectivo, y lo corporal también. Pero ello no evita que se tenga que considerar desde el principio la necesidad de lo interior por considerar su interior como algo totalmente exterior, lo cual no significa que lo espiritual se encuentre limitado por aquella alteridad interior. Pues en todo caso se trata de su alteridad, y por ello se podría decir que la limitación que experimenta el espíritu se realiza en la forma de su propia pérdida, de la pérdida de sí en sí mismo.
Como sucede con el arte en su máxima expresión, (el arte romántico), el espíritu ha de abandonar la parcialidad de su determinación. Justo allí donde toca el punto de su perfección ya ha trazado la expansividad de su sustancia. De esta negatividad del espíritu se ha extraído la idea de que el espíritu es una nada, un para-sí no fijado que elude toda finalidad, como en Sartre: pero el espíritu también produce obras, y en esas obras expresa tal nulidad y la convierte en algo significativo. Cuando el espíritu se extiende sobre sí mismo, encuentra la alteridad como lo absolutamente insuperable por principio. Este principio debe interpretarse también como un principio ético (Levinas). La apropiación del uno por el otro genera la violencia específica de la filosofía occidental; pero también supone el salto teórico sobre lo que ontológicamente es insuperable. La relación del cuerpo con el alma, en este caso, no se limita a una consideración histórica o abstracta en la que pueda determinarse que es posible una armonía ética con el propio cuerpo o un virtuosismo que elimine o supere tales diferencias. Alma y cuerpo son simplemente símbolos de dos fuerzas ontológicas dispares que representan regiones distintas del ser, que por su naturaleza y juego pertenecen a sí mismas únicamente en cuanto alteridades correspondientes. El espíritu es mucho más que lo meramente intelectivo, y lo corporal también. Pero ello no evita que se tenga que considerar desde el principio la necesidad de lo interior por considerar su interior como algo totalmente exterior, lo cual no significa que lo espiritual se encuentre limitado por aquella alteridad interior. Pues en todo caso se trata de su alteridad, y por ello se podría decir que la limitación que experimenta el espíritu se realiza en la forma de su propia pérdida, de la pérdida de sí en sí mismo.
El espíritu se retuerce sobre sí mismo disociándose de aquello que lo constituye, y formando el círculo de necesidad en el que la naturaleza del propio espíritu parece haber diseñado una ley demasiado enrevesada. Aquella ley la llamamos libertad, y es el movimiento siempre inquieto de un espíritu que nunca podrá adherirse a la unidad de la carne, en cuanto su esencia es siempre, retomando a Nancy, inquietud de lo negativo, negación de sí mismo en el movimiento infinito de su aspiración a la totalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario