La entrevista a Arnaldo
Otegi por parte de Jordi Évole ayer en Salvados ha removido,
remueve y seguirá removiendo toda clase de sentimientos encontrados
entre la población española, como se escenificó bien en las redes
sociales ayer. Las reacciones fueron variadas, pero básicamente se
centraron en torno a dos elementos de juicio: que la entrevista era
difícilmente sufrible pero necesaria, y que la entrevista era
difícilmente sufrible y además una osadía por parte de un
Jordi Évole que aparecía de pronto como un colaborador de Otegi o
un simpatizador del terrorismo. De lo que no cabe duda alguna es de
que este tema- al menos hoy por hoy- es espinoso en ambos lados: en
la derecha y en la izquierda, allí y aquí, no se puede tomar parte
en el debate sin afianzarse en una posición que establezca una
polaridad absoluta- ( víctimas/ asesinos, estado totalitario/
víctimas, etc), y al mismo tiempo salvarse de la crítica
despiadada. (como queda claro, por ejemplo, en el documental Asier
eta Biok, de Aitor Merino.) Por esto mismo, no voy a dar mi
opinión, sino más bien, intentar localizar algunas -posibles-
causas de la incomprensión mutua, que no permite siquiera que la
realización de una entrevista como la de ayer esté exenta de
complicidad, culpabilidad o cualquier otra cualidad in/moral que
pueda imaginarse.
Dejemos sentado desde el
principio que, visto desde un punto de vista meramente estratégico y
político, la actividad de ETA ha resultado un absoluto fracaso. Es
algo que incluso se deduce de los comentarios de Otegi: 'que el
Estado español desearía ahora mismo que la actividad de la banda
armada retornase', con el objetivo de justificar su política, aunque
fuera de hecho verdad, es indirectamente una confesión del fracaso
del terrorismo como estrategia política: Otegi nos está diciendo
que la actividad de ETA beneficiaría al Estado español;
flaco favor nos hace entonces esta clase de lucha a las fuerzas de
izquierda que quieren revertir el poder de la derecha en este país.
Es a todas luces evidente que incluso desde el punto de vista del
marxismo, la estrategia de la banda armada ha estado infinitamente
lejos de lo que podría ser un análisis marxista serio de la
situación. En este sentido, el análisis de clase y de coyuntura de
ETA- como el que en su día hizo el PCE-R y otros
marxistas-leninistas o maoístas en nuestro país-es de un error de
calado cosmológico, pues uno se pregunta por qué la vía hacia la
paz no se planteó ya a inicios de los 80, a finales de los 90, o en
cualquier momento antes de ahora. Esto en cuanto al aspecto
meramente estratégico y político.
Pero vayamos al meollo
del asunto: la incomunicación, la violencia emocional que genera
cualquier debate entre la izquierda abertzale y la sociedad española,
la incapacidad de situar el debate por culpa de la confusión de dos
ámbitos radicalmente distintos. Me opongo a ver en Otegi a un
asesino desalmado. Desde luego, esa es la actitud fácil, la que no
exige reflexión sino tan solo ebullición de los nervios derivada de
un sentimiento abstracto de justicia. Esto no significa que entre la
gente de ETA no haya- o no hubiera- asesinos desalmados, pero a mi
modo de ver, justo ahí estriba la confusión y la imposibilidad del
debate- y, a largo plazo, la posibilidad de una nueva relación entre
Euskadi y el estado español-. Lo que no ha entendido- y no
entenderá- la mayor parte de la gente que gustan de hacer esta clase
de reflexiones viscerales, es la interpretación que la izquierda
abertzale daba a su relación con el estado español- una cuestión
eminentemente política, desde luego, pero también existencial:
mientras desde el estado español veíamos una banda desalmada que
ponía bombas en centros comerciales sin saber muy bien por qué,
desde allí simplemente se ejecutaba una operación militar en el
marco de una guerra. Y he aquí a dónde quería llegar: la
relación de comunicación entre estos dos sujetos es imposible en la
medida en que uno habla desde un discurso moral y otro habla
desde un discurso político: lo que inmediatamente aparece
como repulsivo, intolerable, casi blasfemo, para el espectador
español de término medio, la frialdad asesina- como he leído
por ahí- de Otegi, no es la consecuencia de un alma psicópata, sino
el efecto de un pensamiento que no ha salido de la esfera
política: Otegi habla desde el cálculo político, algo que puede
parecer inhumano, pero que no lo es tanto cuando el sujeto está
convencido de que él mismo es un luchador
sincero y fiel a su pueblo, que está implicado en una tarea que
logrará la emancipación de los suyos respecto del opresor, etc. Es
este discurso lo que hay que analizar para entender- que no
justificar- a Arnaldo Otegi. Se puede determinar unilateralmente,
desde luego, que la interpretación de ese conflicto es delirante, es
un error, etc. Pero entonces ya estamos en el discurso político,
entonces podemos entrar en un debate negociado que ofrezca razones a
favor y en contra de una u otra interpretación del conflicto.
El ciudadano español no llega tan lejos. Es curioso cómo un ideal
típico en la mayoría de las culturas occidentales- el héroe que
mata o se mata por su patria, el conquistador que libra a los
indígenas de su ignorancia, el hombre blanco que aniquila pueblos
lejanos porque en ellos se ocultan graves amenazas para la
civilización occidental- se convierte en el contra-ideal más
terrorífico cuando los afectados somos nosotros.
Desde luego, ninguno de
los dirigentes de la foto de las Azores evaluó su 'intervención' en
Irak en términos morales, sino estratégicos y políticos; y el daño
en este caso no fue el de la colocación de unos artefactos en
centros comerciales o el de tiros en la nuca a personajes con
responsabilidad política, sino la destrucción integral de todas las
infraestructuras de un país, el desalojo de millones de vidas y la
destrucción del futuro de todo un país; ahí es nada. La hazaña
del héroe que lucha por su pueblo ha llenado los argumentos de la
cultura occidental, desde los westerns hasta la lucha contra
alienígenas intergalácticos. No nos asombramos cuando en un país
en guerra, un soldado de un bando o de otro mata a un civil; el
conflicto vasco-español ha sido tan sui generis en esto que
no sólo no compartíamos trincheras, sino siquiera un relato de
lo que estaba pasando: para ETA, había una guerra. Para el
ciudadano español, estas bombas eran actos solitarios de un grupo de
dementes o asesinos sin alma.
El que es consciente de
hallarse en una guerra no tacha al enemigo de inmoral, pues resulta a
todas luces un absurdo, ya que en toda guerra hay víctimas
inocentes. La falta de conciencia -o el rechazo a compartir el
mismo relato sobre el conflicto vasco-español- ha llevado en este
país a posicionar el tema desde la moral, no desde la política.
Pero, como bien se sabe, la moral no hace política, y mucho menos
arregla las heridas que la política ha infligido en el pasado.
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