Lo que Marx "parece" olvidar en la tesis XI sobre Feuerbach, es que para transformar el mundo previamente hay que haber sabido interpretarlo. (A no ser que se acepte que nuestros actos irreflexivos, conducidos al límite a través de la tensión entre fuerzas y relaciones de producción puedan transformar la sociedad más allá de todo conocimiento y reflexión por parte de sus actores: a no ser, en suma, que se acepte el determinismo histórico en el pensamiento de Marx). Asumir la prioridad o la mediación de la interpretación es, en otras palabras, asumir que existe un problema del conocimiento. La tesis I parece eliminar la existencia de este problema, al retirar a la realidad el estatuto de objeto. Marx dice que "el defecto fundamental de Feuerbach es que concibe las cosas bajo la forma de objeto, pero no como "actividad sensible humana". De lo que se trata es de retornar a la unidad de esa "actividad sensible", unidad cuyo desgarro produce el problema del conocimiento, o la existencia de este problema, en su forma sujeto-objeto.
Pero interpretar supone como condición de posibilidad suya otra posibilidad general, a saber, la de poder "mirar", la de poder "comprender". En algo de esto- algo- se basa la crítica de Heidegger a Marx- al establecer la prioridad de la ideología sobre la praxis. Mirar o comprender no es, sin embargo, un acto puro y abstracto según el cual los datos del mundo exterior permanecerían "transparentes" ante los ojos, o no siempre, porque se puede concebir un acto de mirar tal que en éste se distinga un momento de praxis y otro de teoría, un momento de ida hacia las cosas y otro de recogimiento, un movimiento dialéctico. Esto es precisamente lo opuesto de negar la influencia y determinación con que las condiciones materiales y concretas producen nuestro pensamiento; mas a ello se añade un momento de re-flexión, de reflejo -cuya mediación explícita debería desarrollarse en el concepto de conciencia de clase-a partir de cuya síntesis la praxis se vivifica en su inmersión consciente, momento que puede justificar tanto la oportunidad de la praxis concreta y su autonomía con respecto del determinismo social e histórico, como el camino lógico a partir del cual se puede reconciliar y suprimir la contradicción en el interior de la "vida terrena" misma, tal como exige Marx en la tesis IV.
Pero creer en la posibilidad de la transformación implica también creer en cierta efectividad cuasi absoluta en la eficacia de la mirada y, por otra parte, una posesión o un dominio del mundo en el que el sujeto efectivo pueda intervenir en un nivel significativo: en suma, aceptar como posición de visión el punto de vista de la totalidad. Cuando Heidegger nos hunde en la noche sin fondo de la escucha del ser o Gadamer nos ata a la tradición inefable que constituye el horizonte de todo nuestra acción y pensamiento posibles, hemos arrojado ya por la borda toda clase de mirador, lo que es decir, toda creencia en la factibilidad de la transformación de la realidad. Estamos hundidos en la carne inconsciente del mundo.
La praxis consciente de Marx exige un momento de reflexión- momento en el que se funda también las posibilidades de posesión del mundo por parte del sujeto- pero su diferencia específica recae en que la disolución de la reflexión es al mismo tiempo su fin propio: la culminación de la reflexión como realización de esta. Marx puede determinar, contra Feuerbach, la necesidad de transformar el mundo solo porque previamente lo ha interpretado. El momento dialéctico une pensamiento, reflexión y praxis,. pero su manifestación empírica vuelve a separar estos momentos, porque es el proletariado quien realiza el fin de la reflexión, y no el filósofo. Mas el proletariado en cuanto intelectual, en tanto lleva a cabo en lo real el contenido filosófico.
La consagración del pensamiento en una praxis que a su vez lleva a cabo la realización del pensamiento solo es posible mediante el sacrificio y superación de una de las partes cofundadoras de la transformación: el filósofo, representante de la mediación reflexiva. La disolución se lleva a cabo solo porque previamente ha existido el momento de la reflexión. Pero el movimiento de la reflexión hacia su enajenación- disolución se parece más a una superación dialéctica que a la mera amputación del concepto. Es así como el proletariado "supera" al filósofo en cuanto actor de la historia, al tiempo que conserva en un nivel superior su conocimiento intelectual. Y ese nivel superior no consiste sino en la manifestación práctica de los contenidos teóricos del pensamiento, que a través del acto revela su relación con lo real.
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