En
una situación de crisis- institucional, económica, política- no
cesan las voces que, desde la perspectiva de la democracia burguesa,
exigen una nueva alianza entre la política institucional y la masa
crítica, desplegada a lo largo y ancho del espectro heterogéneo de
los movimientos sociales. Hablo, por supuesto, de la
socialdemocracia- o lo que se dice tal- puesto que la derecha deja al
margen de sus reflexiones los problemas de la comunicación entre
masas, movimientos sociales y partidos, reduciendo esta cuestión a
las votaciones rutinarias en las urnas cada cuatro años. Mas para la
socialdemocracia y para la izquierda en general es inevitable que
exista una problemática cifrada en la existencia o inexistencia de
una serie de canales comunicacionales que permitan una relación
productiva entre los movimientos sociales, entendidos como masa
crítica, y el papel de los partidos en su actuación cotidiana y a
medio y largo plazo.
Quizás
esta cuestión no sea tan crucial para la socialdemocracia
institucional, al menos en lo que respecta a aquello que se encuentra
más allá de las consecuencias electorales inmediatas. Pero para la
izquierda la atención a la relación entre las instituciones y los
movimientos sociales que reclaman una serie de transformaciones
esenciales para la democracia, no es una cuestión baladí o
secundaria, sino que representa- debería representar- el núcleo
mismo de su existencia, la tarea primordial de su programa. En
efecto, en el nivel simbólico de la representatividad, la
socialdemocracia solo debe atender a una coherencia meramente
nominal, en la que basta con que las exigencias de esa masa crítica
se vean más o menos gestionadas por una burocracia cuya existencia
material se encuentra a otro nivel, en otro orden de necesidades con
respecto de la masa que representa. Sin salir del nivel simbólico
que exige la democracia representativa, la tensión o canalización
de las relaciones entre partidos y masa votante se puede resolver
atendiendo a un mínimo de exigencias concedidas por parte de la
burocracia política, que no obstante permiten seguir manteniendo y
promoviendo un abismo material entre la masa trabajadora y sus
representantes políticos. Ahora bien, la cuestión es distinta para
la izquierda y sobretodo para una izquierda que se autotitula partido
de los trabajadores.
Pues
eso debería ser un partido de izquierdas, un partido de trabajadores-
algo simple y elemental, pero que en nuestro tiempo se ha vuelto un
problema-. No un partido que representa a los trabajadores- propio de
sistemas de representación- sino un partido en el que sea difícil
trazar una diferencia esencial entre trabajadores, movimientos
sociales, masa crítica y políticos en sentido propio. Aún con
todos los defectos y problemas intrínsecos que se derivaron de ello,
el conocido como alistamiento Lenin en la Unión Soviética,
consistente en la incorporación al partido de 240,000 miembros
nuevos con el objetivo de luchar contra la burocratización del partido, procedentes del proletariado y el campesinado, puede
mostrarnos un ejemplo de cómo resolver de forma tajante esa
dicotomía odiosa que se plantea- y no debería plantearse- en el
seno de la izquierda, a saber, cómo hacer de los partidos de
izquierda unos partidos que representen el verdadero interés de los
trabajadores, por una parte, y cómo relacionar a estos partidos con
unos movimientos sociales que habitualmente se les adelantan en la
vanguardia de las exigencias democráticas, políticas y sociales.
La
tesis esencial que me gustaría mostrar aquí es esta: que el mero
planteamiento de la existencia problemática de una distanciación
entre los movimientos sociales y los partidos políticos de izquierda
-junto con la exigencia de procedimientos para resolver esa
dicotomía- es en sí misma la evidencia de una crisis fundamental en
el interior propio de esos partidos. Plantear el problema en términos
de representatividad es la mejor evidencia de que no funciona -y no
puede funcionar- la relación entre movimientos sociales y partidos.
Solo fuera de ese esquema es posible destruir esa dicotomía. Porque
el esquema de representatividad establece una relación abstracta,
nominal, entre una masa exterior a las instituciones y a menudo
crítica con ellas, y una serie de supuestos representantes alejados
de esa masa a través de un abismo. No se trata de equilibrar esa
relación, sino de destruirla. Para ello, hay que alejarse del modelo
representativo y ensayar un modelo dialéctico, en el que la política
no sea sino el desarrollo natural de los movimientos sociales
críticos, y los movimientos sociales críticos sean la argamasa con
la que se funde el edificio del partido. Preguntarse en todo momento
si esto es lo que sucede en las relaciones entre nuestros partidos y
los movimientos sociales críticos puede ser la llave que nos permita
averiguar donde nos encontramos, qué queremos y hacia donde vamos- y
queremos ir-.
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