También el filósofo ha de bajar de la montaña y de vez en cuando intervenir en los asuntos del pueblo. Por eso hoy vamos a hablar del muy discutido debate en torno al velo islámico, que está causando cierto furor entre la población, a causa del reciente caso de la niña de Pozuelo de Alarcón que ha deseado colocarse esta prenda para ir a clase. En primer lugar, nuestra opinión es la de un ciudadano cualquiera, no la de un experto. Aunque este caso se presta precisamente al análisis de uno o más expertos, pues lo primero que se puede destacar de él es su complejidad. Así por tanto, como ciudadanos y no expertos, sólo podemos optar por la “vía negativa” que tanto agradecemos a la Escolástica. Si no podemos formar una opinión decisiva en este asunto a causa del poco espacio y de la necesidad de información más precisa, sí podemos rebatir, al menos en cuanto a lo que la opinión común ha demostrado en los comentarios vertidos de diversos diarios, las tendencias que en torno a este tema no comprendemos o no vemos legitimadas. Dos falacias aparecen de pronto en la mente del observador, y son las que siguen
1) La falacia de la “sumisión”. Se ha podido leer en algunos sitios que el velo representa un acto de sumisión ante el hombre, lo cual en medio de una cultura laica y abierta no debería permitirse. En el asunto que nos ocupa, tal argumento es una falacia evidente, pues no se trata aquí de las convicciones particulares del sujeto en cuestión, sino de si la ley constitucional que ampara tales convicciones choca y de qué forma lo hace con la regla particular del centro de no permitir prendas sobre la cabeza.
2) La falacia de la “gorra”. Afirma que, de igual modo que no se permiten en el centro prendas sobre la cabeza, el velo, en cuanto que tal prenda, no debe ser permitido. Esta falacia se basa en el subsumir bajo la misma categoría objetos con significados distintos.
Pues en la medida en que el llevar una gorra sobre la cabeza no está relacionado con la ley constitucional que ampara el derecho a la libre expresión de las convicciones particulares, el velo sí lo hace, y esto es una evidencia de que no se trata de lo mismo. En efecto, el velo es expresión de una creencia religiosa (en este caso, de una cultura que se define en términos de religión), mientras que la gorra no lo es. Podría afirmarse, llevando ya el argumento a su límite, que también la gorra es un elemento, símbolo o expresión de una forma de vida determinada. Pero en este caso la diferencia es que en el asunto del velo se trata de un sentido de cultura “fuerte”, (esto es, bien determinada en sus hábitos, creencias, modos de enfrentarse a lo real y de organizarse socialmente), frente al caso de la gorra, que debe pertenecer al concepto de una cultura en sentido más bien “débil”. Aquí no se trata de discernir si una cultura “fuerte” es superior a otra “débil”- en virtud, podría decirse, de su mayor complejidad y contenido para enriquecer lo real-, sino que se quiere poner de manifiesto la diferencia, la alteridad, bajo la cual podemos afirmar que no nos enfrentamos a la misma categoría de objetos.
El asunto principal en torno a este tema es de origen legislativo: lo que tiene que establecer- en este caso el experto en leyes, no el ciudadano- es la relación entre la regla particular del centro y la ley constitucional, y determinar cuál debe prevalecer. Sólo entonces se otorgará el veredicto adecuado. Por otra parte, hay otro problema, uno de tipo subyacente. Si el debate que ha generado este asunto se ha declarado en términos de crítica en su mayor parte, es porque quizás lo que aquí se juega es la oposición, más o menos agudizada, más o menos directa, entre una forma de vida y otra, es decir, entre un sistema cultural y otro. Aquí no se está diciendo que existe tal oposición, sino que se actúa como si realmente existiese.
Ahora bien, es evidente que bajo la idea de laicidad y de “modernidad”, no se destruyen los menos fervorosos sentimientos nacionalistas y de arraigo. En otro momento consideraremos el mito del desarraigo, pero este mito, podemos decirlo de una vez, nos engaña al creer que de nuestro cosmopolitismo posmoderno, nihilista y sin raíces se deriva una completa falta de identidad del sujeto, identidad que sólo puede resaltarse al contacto con el otro. Y cuando ese otro aparece, es entonces que se evidencia nuestra identidad, cuando nuestra identidad aparece como algo determinado y distinto a lo otro, que nos sobreviene desde el exterior. Lo que entonces tiene que plantearse la democracia es que el otro, en su vertiente menos democrática, ha de ser sin duda cobijado y respaldado por ella misma, pues ella misma se funda en la idea de la tolerancia y la acogida de todo pensamiento.
Este es el riesgo que ha de correr y es su responsabilidad. De nuevo, no estamos afirmado que exista ese riesgo. Pero si en el futuro la democracia tuviera que albergar ideas incompatibles con su esencia, no obstante ella debería hacerlo, bien que no se presenten bajo la violencia de las armas y de la amenaza de ataque inmediato. Mientras tanto, la democracia ha de cobijar, como se ha dicho, tales ideas y formas de cultura. Tampoco afirmamos que la democracia sea el mejor sistema, simplemente, es nuestro sistema. El verdadero conflicto surge allí donde hemos de defender un nuestro que realmente no aceptamos- que, incluso, no podemos aceptar-.Pero ese ya es otro asunto.
7 comentarios:
Si falacia es colocar en la misma categoría objetos con significados diferentes, falacia es también pretender que por diferente significado han de tener privilegios diferentes. ¿Lo religioso es de una categoría superior a lo cultural?; para un ateo como yo, no. ¿Si la filosofía de un naturista nudista le lleva a acudir desnudo a una clase, ha de permitirse amparándolo en la imposición aceptada de su filosofía particular?
Es evidente la diferencia: el velo no representa una agresión exterior de la misma manera que sí lo representa, por el contrario, ir desnudo a una clase. La falacia de su último comentario estriba precisamente en eso: aún no he conocido a nadie que, en virtud de su fe en el naturismo, exija tales cosas. Y, lo que es más importante y ya decide teóricamente la discusión: el naturismo no tiene la dimensión significativa para la vida del hombre que sí tienen las grandes religiones, (entre las cuales se encuentra el Islam).
Precisamente por eso, sólo las religiones necesitan de los privilegios para afirmarse ante los demás. Hablan de bondad infinita, pero luego son los menos tolerantes. Las normas forman parte de la convivencia; es evidente que tener una buena disposición a la convivencia consiste en respetar esas normas, y si no te parecen válidas, trata de cambiarlas; pero desde el respeto a las mismas, no desde el desprecio y pretendiendo privilegios. No se trata de prohibir su identidad, sino de la aceptación de unas normas que son para todos por igual.
Por eso precisamente comenté que la cuestión se debe centrar en la prioridad de una norma frente a la otra: en este caso, si lo que debe imperar es la ley constitucional o la regla particular del centro. Ese es el problema en el que debe centrarse el debate. Pero vuelvo a repetir: hasta que el nudismo no sea una religión universal, la constitución debe aferrarse a la idea tradicional -que no está basada sino en la experiencia común- de lo que incluye el contenido semántico del término "religión". El día que el nudismo pueda ser considerado una forma universal de enfrentar el problema de la existencia, es decir, del dolor, la muerte y la felicidad, entonces habrá que considerar una modificación más profunda de las leyes. El problema de este debate es el otro debate subyacente al mismo. Pues el caso particular puede muy bien dirimirse superficialmente, como he indicado. Mas lo que se encuentra detrás de él- afirmación de la identidad, diferencias u oposiciones culturales, convivencia entre culturas- es algo más complejo y profundo. En ese sentido, el asunto del velo es sólo una justificación para poder comenzar ese debate.
No hay contradicción entre la Constitución y el reglamento interno del centro de enseñanza de Pozuelo. Dicho Instituto no le niega a ninguno de sus alumnos que profesen la religión que deseen ni atentan contra la fe de nadie ni contra la identidad de ninguna cultura. Es tan sencillo como que no está permitido permanecer en el interior de las aulas con la cabeza cubierta. Por otro lado, es falso que el Corán obligue a la mujer a llevar hiyab. No veo por ningún sitio que la libertad religiosa se vea amenazada, por que el reglamento interno de dicho Instituto no permita cubrirse la cabeza.
Parece ser que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya ha dictado, en otras ocasiones, sentencias según las cuales la prohibición del hiyab en espacios públicos, no atenta contra los derechos fundamentales.
La muchacha podría acudir a otro centro, que sí permita cubrirse la cabeza; pero no quiere, ni ella ni su familia. Mientras tanto no está acudiendo a sus clases. Sólo veo contradicción en la actuación por parte de esta familia. Por lo general, los religiosos se reafirman imponiéndose a los demás. No veo que los derechos de identidad cultural que exigen aquí los respeten en sus propios países de origen, respecto a las ciudadanas occidentales, a las que exigen que se cubran la cabeza con un pañuelo.
Desde mi particular manera de mirar la realidad, no veo que la religión aporte más y mejor, a las necesidades existenciales que los humanos podamos tener, de lo que pueda hacerlo la filosofía como tal. La religión no pertenece a una categoría superior, que le pueda conceder privilegios frente a otros ciudadanos sin esas necesidades religiosas.
Para no dilatar innecesariamente la polémica, sólo me centraré en tu última observación: " la religión no aporta más ni mejor a las necesidades existenciales del hombre de lo que pueda hacerlo la filosofía como tal". Es evidente que esto se podría discutir hasta el infinito, pero, bajo mi punto de vista, algo es más valioso que otro algo en la medida en que pueda enriquecer lo real. Y es obvio que el contenido de las grandes religiones enriquece la realidad e incluso pone fundamento allí donde la filosofía no ha podido ser capaz de lograr una tarea igual. Bien al precio de fundamentalismos y bien al precio de cierto sometimiento de la razón, se ha logrado dotar de sentido a una realidad que desde el punto de vista meramente racional no la tiene. Bien, y éste es el problema fundamental de nuestro tiempo: pues aún está por verse si la supuesta capacidad prometeica del hombre, si el proyecto ilustrado de sustentar el mundo sobre sí, es digna de realizarse. Es decir, todavía está por ver si el mundo secularizado va a ser capaz de lograr una convivencia armoniosa entre los hombres y a proyectar un futuro de sentido y de paz. El último siglo ha arrojado serias dudas sobre la posibilidad de este progreso de una civilización marcada por el dominio y prioridad de la razón científico técnica sobre la razón ética y consciente, y no se ha demostrado, aún, que el sistema ético y cognoscitivo de un Nietzsche pueda arraigar sólidamente en el corazón humano en la medida en que lo ha hecho el de un Jesucristo.
El conocimiento objetivo de la realidad no es democrático, es decir, el hecho de que haya más creyentes que no creyentes no les otorga de una mayor credibilidad sobre lo que es verdad objetiva, sólo por ser mayoría.
Serán los jueces los que decidan sobre esta cuestión; yo tan sólo he dado mi opinión, argumentando que la verdad subjetiva de unos no es más válida que la de otros. Me da igual que dicha verdad tenga un componente religioso. Si yo soy ateo, por qué he de conceder mayor valor a los sentimientos de origen religioso, que a los que tienen otro origen.
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