Por otro lado es pobre el hombre que no sabe nada. Hemos dicho a menudo que el hombre debería vivir de tal manera que no viviera ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios. Pero ahora esto lo vamos a decir de otra manera, y vamos a ir más lejos si decimos que el hombre que quiera tener esa pobreza debe vivir de tal manera que ignore que no vive ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios; es más, debe estar tan vacío de todo saber que no sepa ni conozca ni encuentre que Dios vive en él; es más: debe estar vacío de todo conocimiento que habite en él. Pues cuando el hombre estaba en el ser eterno de Dios, no vivía en él nada más; es más, lo que allí vivía era él mismo. Por eso decimos que el hombre debe estar vacío en sí mismo, tal como lo era cuando [todavía] no era, y dejar actuar a Dios como él quiera, para que el hombre se mantenga vacío.
Todo lo que siempre proviene de Dios tiene por fin una acción pura. El obrar apropiado al hombre es, sin embargo, amar y conocer. Ahora bien, la cuestión es en qué consiste, esencialmente, la bienaventuranza. Algunos maestros han dicho que reside en el conocer, otros dicen que en el amor, otros que en el conocimiento y en el amor y éstos lo encuentran mejor. Nosotros, sin embargo, decimos que ni en el conocimiento ni en el amor; hay un algo en el alma de donde fluyen el conocer y el amar, que ni conoce ni ama como las potencias del alma. Quien lo conoce [ese algo], conoce en qué consiste la bienaventuranza. Ese algo ignora que Dios actúa en él; tan quieto y vacío debe hallarse el hombre, decimos, que no sepa nada ni conozca que Dios actúa en él, y así el hombre puede conocer la pobreza."
(Meister Eckhart, Los pobres de espíritu).
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Tolle Lege - Revista Internacional de Estudiantes de Filosofía
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